viernes, 21 de enero de 2011

La encina de la carretera general

La Tribuna de Talavera, 21 enero 2011


No se me desprende el serrín de las botas. A la encina de la general le han cortado otra rama enorme, de más de medio metro de diámetro. Está sentenciada. No hay restos de madera ni de las hojas. Sólo las astillas que dejó la motosierra entre el musgo del horcajo, entre las calas y la hierba. Y nada más. El tronco inmenso y un par de ramas, ralas, sombra de lo que fue hasta hace pocos años, rodeada de la basura de la cuneta, aceite de motor, y abandono. Los coches cruzan rápidos por la rotonda de la presa de Cazalegas. Esta encina contempló el paso de la embajada francesa camino de Guadalupe, donde aguardaban los Reyes Católicos. Esta encina guardó la lentitud de carretas que iban a la nueva capital, Madrid, en el camino real de Portugal; y el pasar de ganados por el cordel. Vio caer una a una las miles de encinas hermanas que bajaban junto al Alberche hasta el Tajo, por donde navegaban lobos y águilas. Ha visto desaparecer el bosque de álamos, sauces, atarfas y oropéndolas del Soto de Entrambosríos. Ha contemplado el paso de los Tercios cuando las guerras contra Portugal, la seda de Rulière camino de la Corte, la retirada francesa por el empuje de Wellington. Un día vio cómo se trazaba la línea paralela del ferrocarril, y las primeras locomotoras a vapor cruzaron el paisaje hacia una ciudad, Talavera de la Reina, que dormitaba blanca de cal y roja de teja vana junto a un Tajo aún azul y entero. Ya grande, inmensa, vio pasar la Guerra, junto a la carretera nacional, que en decenios se llenó de coches, se duplicó con la autovía. Y llegaron las naves industriales, el paisaje quedó como estorbo. La encina sobrevivió en tierra de nadie. Vio talar a las últimas de su raza, sumida en el silencio y la gravedad con que muere lo poco de dignidad que le queda a esta tierra.

Ayer pasé y vi el destrozo. Me paré junto a la encina. Toqué su tronco que se desmigajaba ya como un recuerdo que se borra, incapaz de decir nada. Ya no puede más. Le han dado el golpe de gracia. ¿Quién? Da lo mismo. Este mundo acaba con la belleza a dentelladas, no hay razón ni educación, ni cultura. Me gustaría hablar con la encina antes de que la hagan leña, y que me cuente de otros tiempos, donde los hombres la respetaron, tiempos antiguos. En otros lugares los árboles son monumentos. Aquí son estorbo, madera barata. No se me desprende el serrín de las botas, ni de la memoria la entereza y dignidad, incluso mutilada, de la encina de la general.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Menos mal que aún queda alguien al que no se le desprende el serrín de las botas.
Una llama de esperanza.
Gracias