domingo, 27 de abril de 2014

Gafas de colores

Hay días nublados, grises, sucios. Días en los que la cabeza me va a estallar. Entonces cojo las gafas de colores, las de plástico, de esas de tres euros en los chinos, de las que te joden los ojos y la vista, pero todo se ve de colores, como polarizado, y te lava lo gris, y te resalta la fuerza de los rojos, de los amarillos, y te ofrece para que toques con los dedos el relieve de las nubes pasando. Las gafas de plástico son una droga para los ojos, lo reconozco. Si te las quitas un instante para mirar el teléfono móvil, o para lo que sea, todo vuelve a ser gris y plano. Pero si te las pones otra vez, todo vuelve a su lugar. Porque, ¿qué es la verdad?

Al fondo, al sur, me llama con fuerza la Jara. Las cumbres de la Jara alta rompen las nubes como el pecio de un galeón volteado. Allí arriba el sol hará brillar las cuarcitas. Cruzo la Jara, el Sangrera, San Bartolomé, Retamoso, Torrecilla, Espinoso… Nadie. Ni coches, ni gente, la Jara ya es un inmenso desierto que sólo cruzan perdices y faisanes despistados soltados en la última cacería. En Espinoso del Rey se me quedan mirando, desde la puerta del bar, pasar los últimos mozos viejos sobrevivientes a la huída, ahítos de botellines. Me voy.

La Jara es hoy tierra roja, muy roja, rañas volteadas, siembras de verde nuevo perfectas bajo el oleaje del viento. Verde recién creado de fresnos en el Sangrera, verde fulgurante de almendros en las lindes. Pero hoy voy más lejos. A donde no hagan falta las gafas de colores.
------

Me he parado en la carretera. Hace un rato eché un trago de agua en la fuente de la Teja. Fresca. La virgen de Piedraescrita, en su altarcillo, tenía flores ajadas ya: cantuesos y retamas negras, amarillos limpios. Flores sencillas, recogidas aquí mismo, junto al agua que cae en cascadas entre el verde nuevo de los robles. Los viajeros que han parado también han dejado junto a la imagen de la virgen pequeñas ofrendas, piedras de granito y cuarcita, y piñas de los resineros que trepan por la falda de la sierra.

He subido hasta la niebla y me he detenido. Cantan mirlos y ruiseñores. Algún arrendajo cruza. La niebla trepa desde el Jébalo como un río, con su cadencia y su oleaje, y se va enganchando a los alcornoques, melojos y encinas. Siempre he pensado que la niebla es una caricia al paisaje. Aquí, en la Jara, es un guante suave que roza y alivia la piel agrietada de cantorreras y jaras ásperas. La niebla arrulla a esta tierra, mientras el viento arrecia y menea con ganas el quejigo que tengo delante. En la misma carretera, en lo que fue asfalto, crecen jaras y cantuesos. Corto con la navaja unas ramas de tomillo sansero y las meto en el coche. Por esta carretera no pasan ya coches. Poco a poco se la comen los jarales. Robledillo es un resplandor blanco colgado en lo alto. Un cartel en un camino: «Peligro, zona de caza. Prohibido el paso.» Prohibición. Miedo. Hoy no. Ya nunca.
---------

Subo andando por el cortafuegos. Cuarenta y cinco grados o más. Cien por cien de pendiente, a ratos un poco más. Las piedras bailan debajo de las botas. Aquí ya no hacen falta gafas de plástico. Ya no me duele la cabeza; el corazón bombea con fuerza pero me pide más. Todo se ha quedado allí abajo. Me paro y miro atrás. Las piernas quieren seguir subiendo. Y la niebla me envuelve entre los melojos que suben en suertes hacia lo alto de la sierra. Sigo un regato, una pequeña garganta, que cruzo bajo un loro. Le pido permiso y le corto con cuidado una rama. Las raíces se meten entre las cuarcitas, entre el agua ligera que baja sin pedir permiso.

Cruzo jarales nuevos y quemados, que me rechazan con la elasticidad tenaz del monte más salvaje. Cruzo brezales, tomillares, crestas de cuarcita que de repente sobresalen de la tierra como arrugas antiquísimas, tomadas por líquenes amarillos. Abajo, en la garganta, madroños inmensos de verde oscuro, acorazado. De una mata de rusco tomo una rama, dura y coriácea como esos sueños que te asaltan una y otra vez en las noches de insomnio. A veces sale el sol y descubre un millón de verdes. Entonces me paro, con el corazón a doscientas pulsaciones, y miro alrededor. Y doy gracias por esta vivo y poder admirar la maravilla que tengo delante.

A veces baja la niebla, las nubes que llegan desde el Océano con prisa, y se hace casi de noche. Entonces descubro a los venados que me miran desde la barrera de enfrente. Los arrendajos me delatan. Los corzos, ligeros y elegantes como un amor de primavera, andan a lo suyo. Ni se molestan.

Muy arriba la garganta mana de la cantorrera, desaparece o surge bajo las piedras de cuarcita, tapizadas de musgo y hojas de roble melojo. En la alfaguara hunden sus raíces un loro y un acebo. A pocos metros un tejo. Me siento un rato. Sudo. Hace frío. Niebla, oscuridad, sol. La luz no obedece a criterios razonables. Es una tarde de abril. Pido permiso al tejo y al acebo y los cojo una rama, pequeña, faldera. Y las coloco con cuidado en el morral.

Bajo el tejo, junto a su tronco, bebo el agua fría, dulce, nueva. Recién salida de la piedra de la Jara.
-----

De vuelta paro de nuevo en la fuente de la Teja. Uno en un manojo las ramas de loro, tejo, acebo y boj, y las junto con el tomillo. Ato todo con la correa de la corteza de un torvisco, y lo dejo con cuidado en el asiento de atrás del coche. Antes, un par de tragos de agua de la fuente, y dejo una ramita de tejo en la hornacina de la virgen de Piedraescrita, diosa guardiana de la Jara, de los ríos, de los bosques, de los silencios y soledades de la tierra de Talavera.

Cruzo el Tajo y entro en Talavera ya de noche. Antes el sol se ha puesto sobre los paisajes de Torrecilla en el valle del Sangrera. Sol rojo, limpio, bajo las últimas nubes limpias que suben desde el Atlántico.

Aparco junto a la basílica. El templo de Ceres reconvertido y ahormado. Es tarde. En la puerta me esperan mis hijos. Ya se han ido los políticos, ya no hay ruido. Las Mondas oficiales han terminado, y dentro hay misa, triste, sin casi nadie. Los operarios recogen cables, colocan bancos, enrollan alfombras y limpian el templo de toda la parafernalia del espectáculo paleto y oportunista en que han convertido las Mondas. 

Espero que termine la misa. Entonces mi hija deja en el centro del altar la ofrenda a Ceres, la más sencilla, la única que no tiene flores ni colores. Simplemente ramas de árboles de la tierra y los ríos más limpios de Talavera, y tomillo con el polvo de todos los caminos olvidados.


Share/Bookmark Leer más...

viernes, 25 de abril de 2014

La perdicera y la cetrería

La Tribuna de Toledo, 25 abril 2014

Dentro de la casposidad rampante y rancia que caracteriza al gobierno de Castilla-La Mancha, ha destacado en los últimos meses la inclusión por parte de la consejería de Agricultura, del águila perdicera como especie «utilizable» en cetrería. Para ello, el gobierno de esta bendita tierra se ha pasado por el arco de triunfo todos los informes negativos, así como la opinión de técnicos y colectivos conservacionistas, que han alertado del grave descenso de poblaciones de esta rapaz, una de las cuatro grandes águilas ibéricas, de la que por cierto esta –repito– esta bendita región no se ha molestado ni siquiera en elaborar un Plan de Recuperación, al que está obligada por ley. Desconozco cuál es el motivo profundo último que ha llevado a incluir a la perdicera en el catálogo de rapaces, pero tengo claro que aquí priman intereses muy particulares frente al sentido común y la propia ley.

No concibo que la libertad se ate, se troquele, se sujete a un brazo. El águila perdicera es simplemente la libertad del paisaje. Y allí tiene que estar. Libre. Hace unos días veía llegar a su nido a una pareja. Venían altas, elegantes, decididas. Debajo volaba una cigüeña negra, y los buitres leonados alimentaban a los pollos. El Tajo, abajo, reflejaba fresnos y encinas, acebuches y el amarillo liquen del granito. Las águilas bajaban por el cañón, dueñas de su territorio, de su paisaje, de su altura y su destino. Eso es un águila perdicera: la belleza y la rotundidad en el cielo. Salvaje.

Vivimos tiempos de involución. Y la conservación de la Naturaleza no escapa de esta moda. Y más aquí, en esta Castilla-La mancha donde se sigue sin reconocer que nuestro mayor patrimonio, lo que nos diferencia del resto de regiones europeas, es la inmensa riqueza ambiental y paisajística. Pero mientras sigamos con una política de luces tan cortas como oportunistas, nos seguiremos convirtiendo en un inmenso desierto demográfico, el mayor de Europa Occidental.

Espero que se descatalogue pronto a la perdicera como ave de cetrería. Tener una perdicera en el brazo, encapuchada, simboliza mejor que nada estos tiempos grises que cruzamos, donde hay quien piensa que todo tiene que estar controlado, sujeto… que la libertad se regula a golpe de decreto. Se equivocan. La libertad es una perdicera vigilando su cañón, mirándote, libre en su cielo y en su viento.  
Share/Bookmark Leer más...

sábado, 12 de abril de 2014

Hay que ser hijo de puta

Hay que ser un auténtico hijo de puta para pasar por Consejo de ministros el plan de cuenca del Tajo justo cuando los embalses de Entrepeñas y Buendía están con 886 hm3, han bajado de la cifra mágica de los 900 hm3 de reserva que automáticamente subiría la cifra no trasvasable de 240 a 400 hm3, que no es casi nada, pero es de lo poco favorable, si así se puede decir, que dejaba el nuevo plan.

Hay que ser un auténtico hijo de puta para permitir que durante semanas Entrepeñas y Buendía se vaciaran a destajo, con un trasvase continuado de más de 26 m3/s, es decir, a una media de casi 70 hm3/mes. Se trasvasaba al máximo que daban los bombeos, mucho más de lo que entraba por el Tajo, se podían haber conectado a la vez dos abastecimientos completos a Madrid, dos Canales de Isabel II. Pero como veían que no era suficiente, para conseguir vaciar aún más la cabecera, el ministerio se permitía el lujo de soltar más agua de la cuenta por el propio Tajo, llegándose incluso algunos días a superarse la cifra de 9 m3/s en Aranjuez, todo un desusado lujo por estas tierras.

Hay que ser un auténtico hijo de puta para dilapidar el último ciclo húmedo de Entrepeñas y Buendía sólo para bajar el listón de los 900 hm3, así encaramos la primavera y el verano en la cabecera del Tajo al 36 %, mientras la media nacional se encuentra al 84 %, casi 50 puntos porcentuales más, casi nada. La cabecera del Tajo, aparte de ser el manadero del trasvase Tajo-Segura, es la garante de la gestión de al menos 38.000 km2 de la propia cuenca del Tajo, donde se ubican aparte de los territorios pobres de la hidrocolonia Castilla-La Mancha, la propia capital del Estado, la mayor aglomeración urbana del sur de Europa, y el mayor polo industrial de España.

Hay que ser un auténtico hijo de puta para parir un plan de cuenca amañado, sin por ejemplo caudales ecológicos en las tres mayores ciudades a pie de río en España (Aranjuez, Toledo y Talavera de la Reina), un plan de cuenca amputado elaborado a la absoluta conveniencia de los intereses privados del Levante, donde la participación pública ha sido una pantomima vergonzosa; y, por si fuera poco, darle dos o tres vueltas de tuerca con un Memorándum elaborado directamente por el grupo de presión que es la empresa privada de los regantes del trasvase Tajo-Segura, y empotrarlo sin ningún tipo de discusión en la ley de Evaluación de Impacto Ambiental, a última hora, con el mayor descaro y chulería. Y, encima, como tiro de gracia, también a última hora, con absoluta opacidad y haciendo uso del derecho de pernada político e hidrológico más nauseabundo que he visto, dar por bueno un Real Decreto de gestión de la cabecera del Tajo que de facto es un documento que finiquita el río, que deja las tajadas para el trasvase, y los huesos mondados para el propio Tajo. Una vergüenza, donde por ejemplo, sólo la lectura de la exposición de motivos hace sonrojar a cualquiera que tenga la más mínima idea de cómo funciona un río; donde se fija el máximo de agua que puede ir por el río, pero se deja abierta la compuerta para que se marche por el trasvase lo que haga falta. Repito: lo que políticamente en cada momento haga falta. Insisto: hay que ser un auténtico hijo de puta.

Hay que ser un auténtico hijo de puta para sostener que un río como el Ebro no tiene excedentes en su desembocadura, pero un río como el Tajo sí los tiene en su cabecera, pese a tener sobre la mesa cientos de datos informes y análisis del desastre de gestión que 35 años de Tajo-Segura han ocasionado al propio río, a su ecosistema… pero también al tejido productivo y económico de sus orillas. No digo que al Ebro le sobre agua y al Tajo no. Digo que si no hay cojones para tocar el Ebro, ¿por qué sí el Tajo? ¿Porque tenemos a María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP a tiempo completo y presidenta de Castilla-La Mancha a ratos y misas, que mira por su continuidad y escalada en Génova mucho más que por los intereses de Castilla-La Mancha? ¿Por qué esa doble vara de medir? ¿Por qué esas dos Españas, de primera y de tercera, la que se protege y la que se saquea? Ya está bien.

El que escribe esto ha seguido desde hace ocho años el actual ciclo de planificación hoy finiquitado por el Gobierno, y el anterior que condujo al plan del 98. Ha sido experto invitado en el Consejo del Agua de la Confederación Hidrográfica del Tajo, y conoce la cara A y la cara B, la trastienda, la fachada y los callejones donde se acumula la basura, la mierda y la vergüenza de este plan de cuenca, que entrega el Tajo a los intereses especulativos de un determinado grupo de presión, muy bien organizado, y al que los políticos temen. Es vomitivo que el Sindicato Central de Regantes del Trasvase Tajo-Segura dicte la gestión del Tajo, no ya de su cabecera, sino de todo el río. Pero lo es más que dicte la política nacional del agua en España. En el Segura no hay un déficit estructural, lo que hay es una mafia perfectamente organizada y que se la permite mangonear al más alto nivel. Esto da el nivel de los gestores públicos del actual ministerio, y del anterior. Y da el nivel de la planificación hidrológica española. El plan del Tajo hoy ha nacido muerto. Pero todos los que hoy miran para otro lado, aplauden o repiten el mantra de lo buenos que somos en España con eso del agua, deberían reflexionar muy profundamente por qué se condena a un río, por qué nos pasamos la Directiva Marco del Agua, y el sentido común por el arco del triunfo con el Tajo. ¿Es el Tajo el río a sacrificar? ¿Lo seguimos manteniendo en su Guantánamo hidrológico? ¿Miramos a otro lado y nos tapamos la nariz cuando vamos a Toledo y vemos pasar una cloaca a cielo abierto? ¿Seguimos manteniendo en los papeles un trasvase del 85% de las aportaciones de la cabecera?

No. El plan del Tajo hoy nace muerto. Me podrán robar, pero nunca me podrán llamar traidor a mi tierra ni a mi río. Seguiré peleando por el Tajo. Por justicia, por convencimiento, por decencia, porque lo merece, porque sé que un día el río volverá, y nadie entonces se acordará de esa tropa de hijos de puta que lo condenaron a ser un destierro y un estercolero durante décadas. El Tajo volverá. Estoy seguro. 
Share/Bookmark Leer más...

viernes, 11 de abril de 2014

A veces

La Tribuna de Toledo, 11 abril 2014

A veces dejo abierta la puerta del jardín, y se cuelan gatos inmensos, marciales, como tigres transeúntes por esos documentales de la canícula de Ranthambore, paseando entre las ruinas de esplendores perdidos, el derrumbe amarillo de las mimosas. A veces cazan un pajarillo, una curruca enamorada o un gorrión chillón despistado, y se lo llevan a comer al porche, y me dejan un reguero de sangre, caligrafía de una vida que acaba al empezar esta primavera. Los gatos me observan de noche, y yo a ellos, mientras Orión cruza por debajo de la luna creciente de abril, y los grillos topos elevan su canto sobre el de los alcaravanes de la dehesa. Antes, al atardecer, en ese tiempo incierto donde la luz se deshilacha y llega el presentimiento del final, bajan las palomas torcaces y se lanzan como pedradas contra las ramas cimeras de los eucaliptos. Emparejadas, compactas, desafiantes, bajan luego a la fuente del enebro, y no me ven, porque al final soy sólo ya paisaje de ojos inmóviles y lejanos.

A veces, a mediodía, recojo los mapas antiguos, arrugados y húmedos de inviernos de olvidos, los territorios que un día recorrí y volveré a recorrer, y los coloco despacio sobre la mesa blanca del porche, para que el sol los despierte, los devuelva colores rojos de caminos y azules de ríos. A veces tres buitres leonados bajan y giran y giran despacio sobre mi casa, en el mismo territorio de vientos que hace un mes llenaron las últimas grullas. Luego llega el águila imperial, o la real, y se van a volar y conversar sobre la dehesa, de esas cosas que seguro se cuentan. A veces abro las ventanas de mi casa, y entra el viento cálido de abril, la brisa de tomillos y romeros, el olor espeso de jaras y monte. Y cierro los ojos y entra el herrerillo, el verdecillo, la oropéndola y la golondrina… cada uno en su distancia y en su vuelo, en su altura y en su tiempo perfecto, mientras el viento se lleva las hojas de los libros, ventea la humedad y el moho, y menea las telarañas, mis banderas transparentes y sutiles.

A veces, caída la noche, llega el chotacabras, y se posa en el camino. Es entonces cuando comienza a cantar el ruiseñor desde su selva de madreselvas y chumberas. Y ulula el cárabo, y acude lejano el autillo. Pasa urgente un esmerejón, y es en ese momento exacto, cuando, a veces, me siento a contemplar cómo nacen un millón de estrellas, y pasan satélites como líneas imperfectas que arañan distancias imposibles.  
Share/Bookmark Leer más...