Durante los últimos días La Tribuna de Talavera ha puesto negro sobre blanco las cifras que definen la realidad económica y social de Talavera de la Reina y su comarca. Los datos y su asepsia radiografían su estado sin necesidad de adornos. La comparación con la capital administrativa de la provincia, y con el resto de ciudades de Castilla-La Mancha de similares cifras de población, y situadas dentro de la región creada hace 30 años y que determina desde entonces el devenir del conjunto territorial, tampoco deja dudas del estado de la ciudad, municipios más cercanos, y comarca natural.
Las cifras están en la hemeroteca, y no voy a repetirlas, sólo añadir que los niveles económicos actuales de Talavera corresponden a los de una ciudad con la mitad de sus habitantes actuales. Las cifras de paro y afiliación a la Seguridad Social indican tanto una situación límite como aún susceptible de empeorar. Y de hecho lo hará los próximos meses, ya que tanto los datos macroeconómicos nacionales e internacionales así lo indican, como el pulso y ánimo de la ciudad y de los pueblos del entorno, que es lo importante. Los datos de paro que ayer situaban a Castilla-La Mancha con más del 30% de los ciudadanos buscando empleo, o que Talavera sea la sexta ciudad del país que más autónomos perdió el año 2012, deberían llamar sin excusas a cambiar las cosas, antes que la situación nos liquide. Y ahí, más que la responsabilidad política de unos y otros, donde la fidelidad al Partido y a las órdenes de Toledo es lo que manda, entra la necesidad de articular un proyecto para Talavera de la Reina y su comarca, no sé si dentro de Castilla-La Mancha, o fuera. Pero sí real, creíble, organizado desde la sociedad y con el objetivo puesto en sacar a esta ciudad, a sus pueblos y a su comarca, del agujero donde se encuentra.
Hay un modelo de gestión que ha fracasado. Lo dicen los números. La marginación de Talavera y su comarca queda patente en ellos. Pero también la falta de rumbo de Castilla-La Mancha, de una ciudad sin norte, con sus gobiernos municipales a la cabeza (los de antes y los de ahora); y el escaso peso político y compromiso con esta tierra de los ciudadanos a los que el resto encargamos que defiendan nuestros intereses en Madrid y en Toledo. Y un fracaso ciudadano, de todos, pero sobre todo de cada uno. Porque la ruina de una ciudad y una comarca que podría ser rica por su situación, posibilidades, tierra, ríos, recursos… no es un castigo divino. Es una consecuencia. Ahí están los números.