jueves, 27 de noviembre de 2008

COLUMNAS DE HUMO

La tribuna de Talavera 21 noviembre 2008

Desde mi ventana las columnas de humo nacen, trepan, vienen a volcarse sobre la ciudad y lo llenan todo del olor de otoño. Hay humos de mañana, ligeros, delicados, y más suaves. Y hay humos de atardecida, casi de noche, de alevosía y traición que traen olores a goma quemada, a química de la parte de atrás de polígono industrial. Las humaredas de la mañana huelen a arizónica, a hojarasca húmeda de noviembre. Las veo crecer sobre los amarillos intensos de quejigares y castañares del Piélago, y bandear el Berrocal. A veces acuden desde la atalaya del Casar. Son humos negros espesos, que lo enturbian todo. Otras veces crecen desde Espinosillo o desde más allá del Alberche, en pleno Horcajo. Una mañana de esta semana ha creció una gran línea negra desde más allá del cerro Cruces. Se fue haciendo grande durante todo el día, y, al final, al atardecer rojo sobre las cumbres de Guadalupe, las nubes de humo estaban allí, cubriendo la línea de las grullas de la tarde.

Muchas veces la humareda cae sobre la ciudad y lo va impregnando todo con un color y un brillo gris, muy apagado, que quizá sólo los pintores sean capaces de distinguir. En esos días la ciudad se vuelve gris y sucia, sobre todo por las tardes, y se aguan las distancias y las realidades, que es como perder/adormecer los sentidos, En esos días, las tardes son muy ligeras, tan intangibles como la niebla que se apodera de todo. La ciudad, al final, se hace una pasta gris, sin relieves y resaltes, adormilada junto al pasar lento del Tajo de tarays y garzas blancas sobre la luz gris. Quizá entonces el trazo blanco de las garzas, al alboroto negro de las grajillas, sea lo único real.

Desde mi ventana las tardes de noviembre se van apagando sin tiempo de sentir. Sólo distancia y nubes de niebla/humo, humo que devora a la ciudad, a la gente, a las luces rojas de los coches, a las farolas amarillas, a la lejanía. De vez en cuando cruza un cernícalo y trepa hasta la ventana un colirrojo. Siempre mirando al cielo, siempre de balcón en balcón hasta que el otoño/humo no le deja ver la altura, la distancia, el vacío.

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