jueves, 19 de abril de 2012

La columna bis

Para mañana me salía esta columna para La Tribuna de Talavera, pero tocaba hacer otra sobre el Tajo y el Alberche. Hay veces en que debes escribir una cosa, pero también tienes que escribir otra. Esta vez he elegido lo que tengo que publicar, que quizá no sea lo que debo. (Qué más dará). Pero las columnas han de salir, aunque no sea en papel, porque no deben quedarse dentro, y madurar hasta pudrirse y desvanecerse en lo que pudieron haber sido. Ésta es la columna oficiosa de mañana viernes. La que saldrá es la que tiene que salir. Cada vez los caminos se separan más. Entre medias quedan ríos y cordilleras. Distancias.

MIS CASAS



A veces en mis casas encuentro telarañas gigantes donde duermen las penas y los olvidos. Telarañas antiguas, desgarros de salamanquesas y tiempos donde tropiezan las lagartijas y mi cabeza de vez en cuando.

A veces encuentro culebras pequeñas, de escalera, dormidas por el frío y por el hambre y por el abandono. Tristes, refugiadas en el vestidor. Entonces las cojo, con mucha delicadeza, y me las llevo a las lindes de los caminos poco transitados, hierba alta, hinojos inmensos como helechos arborescentes. Y allí las dejo, restregando su polvo y su frío, respirando libres el viento de la mañana. Y las veo partir, despacio.

Otras veces encuentro esqueletos de gorriones a los que alguien cerró la ventana. La libertad no se puede cazar, pero sí asfixiar. En las órbitas vacías, en lo que antes fueron ojos fulgurantes, se mueven hormigas negras y diminutas que entran y salen como queriendo llevarse el vuelo o la luz de la vida. Gorriones tristes, traicionados, junto a las ventanas de los baños de la planta superior, terreno incierto entre el bidé y el lavabo.

A veces, en mis casas, encuentro el fulgor de una golondrina dáurica, el nido perfecto de barro, el vuelo eléctrico a ras de piel. Entonces me quedo observando la arquitectura del barro, las formas, la belleza.

Y otras veces, entre el frío, en mis casas caminan los recuerdos, las pieles antiguas de lo vivido, las voces, las palabras, los silencios, las ausencias. En los papeles pintados juegan arañas, imperturbables al tiempo. Me entretengo en adivinar los territorios, las cordilleras y los acantilados. En las casas antiguas lees la vida, las ganas, la fuerza, la familia, el ímpetu, la noria del tiempo, el olvido, el espacio, el abandono, la distancia, la renovación. El fin.

Algunas veces, en mis casas, encuentro mariposas gigantes que duermen un sueño muy largo. Las despierto y las saco al sol, a los patios interiores llenos de amapolas y cardos. Allí las sostengo un rato en la mano, mientras se recargan de luz y fuerza; y cuando están preparadas  lanzan un vuelo que deja el espacio lleno de polvo de oro y resplandor. Me las quedo mirando un rato, bajo los vencejos, como se pierden más allá del frío de mis casas, de la trampa de humedad que todo lo atrapa.
  

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