El restaurante está dividido en dos zonas: una para los que comen el menú del día; otra para los que comen a la carta. Para llegar al segundo hay que pasar por el primero. En el salón de menú la decoración es oscura, bodegones apagados por el humo de muchos años, tonos marrones, no hay ventanas, mesas pequeñas, la gente come deprisa y habla en voz alta mientras la televisión lo inunda todo con las noticias. Al fondo se abre la puerta de los que comen a la carta: música ligera, tonos claros, grandes ventanales al paisaje. Afuera comparten aparcamiento los coches baratos, las furgonetas y camiones, con los coches de gama alta, los oficiales de lunas tintadas y las horteradas de los nuevos ricos, que no entienden de clase ni de elegancia. En la televisión Rajoy habla desde la tribuna con la flojera de costumbre. El coro que lo acompaña aplaude y sonríe, aunque se nota mucho que preferirían a Aznar, porque la derecha en España siempre ha sido cosa de hombres, como el Veterano, o como Cascos. Después sale Rubalcaba/José Mota, con una chaqueta –y un auditorio– de fondo de armario de los ochenta, en un mitin desangelado y tristón. Rubalcaba parece un maestro de escuela de las películas españolas de la Transición.
En el restaurante ya no se fuma, pero se sigue hablando alto. Quizá la próxima ley sea ésa: prohibir que se hable en voz alta en los bares y restaurantes de España, a ver si nos vamos haciendo europeos. En la zona de los que comen a la carta hay menos mesas ocupadas: algún director general de la Junta con su corte, algún constructor, familias de viaje. Lo normal. Poco a poco se van los coches. A las cuatro los que trabajan, las furgonetas, los coches tralleados de los comerciales. Quedan los de los que no trabajan: políticos, especuladores, el mío… El sol lucha entre las nubes que empujan desde el noroeste. En Gredos nevará. Sobre el castillo nubarrones negros y los coches que pasan y pasan, no se cansan nunca. El sol es frío y glaciar, como esos soles inmensamente moribundos en su invierno que describen los escritores rusos de la era comunista. Unos perros pasan por el descampado y se enzarzan en una pelea que levanta un reguero de polvo. En la televisión la novela. Termino de escribir. Ya no queda nadie. Menú o a la carta, usted dirá.
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