viernes, 28 de enero de 2011

Menú o a la carta

La Tribuna de Talavera, 28 enero 2011

El restaurante está dividido en dos zonas: una para los que comen el menú del día; otra para los que comen a la carta. Para llegar al segundo hay que pasar por el primero. En el salón de menú la decoración es oscura, bodegones apagados por el humo de muchos años, tonos marrones, no hay ventanas, mesas pequeñas, la gente come deprisa y habla en voz alta mientras la televisión lo inunda todo con las noticias. Al fondo se abre la puerta de los que comen a la carta: música ligera, tonos claros, grandes ventanales al paisaje. Afuera comparten aparcamiento los coches baratos, las furgonetas y camiones, con los coches de gama alta, los oficiales de lunas tintadas y las horteradas de los nuevos ricos, que no entienden de clase ni de elegancia. En la televisión Rajoy habla desde la tribuna con la flojera de costumbre. El coro que lo acompaña aplaude y sonríe, aunque se nota mucho que preferirían a Aznar, porque la derecha en España siempre ha sido cosa de hombres, como el Veterano, o como Cascos. Después sale Rubalcaba/José Mota, con una chaqueta –y un auditorio– de fondo de armario de los ochenta, en un mitin desangelado y tristón. Rubalcaba parece un maestro de escuela de las películas españolas de la Transición.


En el restaurante ya no se fuma, pero se sigue hablando alto. Quizá la próxima ley sea ésa: prohibir que se hable en voz alta en los bares y restaurantes de España, a ver si nos vamos haciendo europeos. En la zona de los que comen a la carta hay menos mesas ocupadas: algún director general de la Junta con su corte, algún constructor, familias de viaje. Lo normal. Poco a poco se van los coches. A las cuatro los que trabajan, las furgonetas, los coches tralleados de los comerciales. Quedan los de los que no trabajan: políticos, especuladores, el mío… El sol lucha entre las nubes que empujan desde el noroeste. En Gredos nevará. Sobre el castillo nubarrones negros y los coches que pasan y pasan, no se cansan nunca. El sol es frío y glaciar, como esos soles inmensamente moribundos en su invierno que describen los escritores rusos de la era comunista. Unos perros pasan por el descampado y se enzarzan en una pelea que levanta un reguero de polvo. En la televisión la novela. Termino de escribir. Ya no queda nadie. Menú o a la carta, usted dirá.

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martes, 25 de enero de 2011

Nubes del sur

Las nubes siguen ahí, al sur. Aparecieron hace tres o cuatro días, cuando se marchó la niebla y vino el frío. No se mueven. Una frontera blanca al sur, lejos, sobre el Guadiana o más allá, desde donde se desprenden hilos finos como telarañas de octubre, que al final se gastan y desparecen en este cielo azul. Al norte Gredos es transparente. Hay poca nieve, sólo en el Almanzor y en los Galayos, muy arriba, más allá de los robles grises. Una columna enorme de humo trepa esta tarde desde las cumbres del puerto de Mijares y se va curvando hacia el suroeste enturbiando todo el valle del Tiétar. Detrás el Alberche debe estar helado, petrificado junto al granito limpio y transparente de los inviernos, allá por los silencios de Burgohondo y Navatalgordo. Pasan las cigüeñas, ya están en sus nidos del Tajo, sobre los últimos álamos blancos. Desde los satélites se contempla la lucha entre el viento del norte y el viento del sur, entre las nubes que entran desde el Cantábrico y las que se quedan en el Guadalquivir, sobre Sierra Morena. En medio Castilla, donde los vientos pelean muy arriba, con tanta fuerza que arrastran las estelas de los aviones, y sólo queda la espina rala de la nieve sobre Gredos y el gris gastado de las llanuras de Castilla. Pero aquí abajo todo es tranquilidad. Las aguanieves caminan sobre el hielo de las últimas charcas, entre las siembras quemadas por las heladas negras. El alcaudón intenta cazar pajarillos que se emboscan en los enebros. El sol baja, con el color gastado del invierno. El rojo de los edificios tiene el tono de la bruma. Esta noche tampoco habrá niebla. Los vientos continuarán su pelea arriba, en otra dimensión lejana. Las nubes del sur esperan en la raya.

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viernes, 21 de enero de 2011

La encina de la carretera general

La Tribuna de Talavera, 21 enero 2011


No se me desprende el serrín de las botas. A la encina de la general le han cortado otra rama enorme, de más de medio metro de diámetro. Está sentenciada. No hay restos de madera ni de las hojas. Sólo las astillas que dejó la motosierra entre el musgo del horcajo, entre las calas y la hierba. Y nada más. El tronco inmenso y un par de ramas, ralas, sombra de lo que fue hasta hace pocos años, rodeada de la basura de la cuneta, aceite de motor, y abandono. Los coches cruzan rápidos por la rotonda de la presa de Cazalegas. Esta encina contempló el paso de la embajada francesa camino de Guadalupe, donde aguardaban los Reyes Católicos. Esta encina guardó la lentitud de carretas que iban a la nueva capital, Madrid, en el camino real de Portugal; y el pasar de ganados por el cordel. Vio caer una a una las miles de encinas hermanas que bajaban junto al Alberche hasta el Tajo, por donde navegaban lobos y águilas. Ha visto desaparecer el bosque de álamos, sauces, atarfas y oropéndolas del Soto de Entrambosríos. Ha contemplado el paso de los Tercios cuando las guerras contra Portugal, la seda de Rulière camino de la Corte, la retirada francesa por el empuje de Wellington. Un día vio cómo se trazaba la línea paralela del ferrocarril, y las primeras locomotoras a vapor cruzaron el paisaje hacia una ciudad, Talavera de la Reina, que dormitaba blanca de cal y roja de teja vana junto a un Tajo aún azul y entero. Ya grande, inmensa, vio pasar la Guerra, junto a la carretera nacional, que en decenios se llenó de coches, se duplicó con la autovía. Y llegaron las naves industriales, el paisaje quedó como estorbo. La encina sobrevivió en tierra de nadie. Vio talar a las últimas de su raza, sumida en el silencio y la gravedad con que muere lo poco de dignidad que le queda a esta tierra.

Ayer pasé y vi el destrozo. Me paré junto a la encina. Toqué su tronco que se desmigajaba ya como un recuerdo que se borra, incapaz de decir nada. Ya no puede más. Le han dado el golpe de gracia. ¿Quién? Da lo mismo. Este mundo acaba con la belleza a dentelladas, no hay razón ni educación, ni cultura. Me gustaría hablar con la encina antes de que la hagan leña, y que me cuente de otros tiempos, donde los hombres la respetaron, tiempos antiguos. En otros lugares los árboles son monumentos. Aquí son estorbo, madera barata. No se me desprende el serrín de las botas, ni de la memoria la entereza y dignidad, incluso mutilada, de la encina de la general.
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viernes, 14 de enero de 2011

La mujer de la plaza

La Tribuna de Talavera, 14 enero 2011

Hace frío. En el reloj del ayuntamiento van a dar las tres. La niebla aún no se ha ido del todo y ya vuelve, enredándose en las ramas cimeras de las acacias de la plaza vacía. Nubes sucias altas, algo de azul. El pueblo desierto, nada se mueve. Ni el viento. Dos o tres palomas al sol, sobre el campanario de la iglesia. De entre el musgo verde espeso de las tejas, escurre la tarde por la canal en un hilo diminuto y sencillo de agua, que no hace ruido ni rompe el silencio perfecto. Una mujer habla por teléfono desde la cabina. Dice que no puede pagar. Sus hijos, pequeños, esperan sentados. No juegan. Observan a su madre, con el pañuelo envolviéndola toda la cabeza, y su castellano perfecto. No puedo pagar, dice, pero quiero solucionarlo, ahora es imposible, pero hasta ahora siempre he cumplido, ¿me entiende? No puedo quedarme sin casa, mis niños, ¿entiende? Y alguien cuelga al otro lado de la línea. Los niños observan a su madre, son pequeños, quizá algún día comprendan. La mujer vuelve a intentarlo, lo vuelve a explicar, con su puñado de monedas en la mano. Sólo su voz en la plaza, en el pueblo, en el mundo.

He quitado la radio. En las noticas hablaban de un político banquero imputado por la quiebra de una caja. Total si todo está pactado de antemano: un poco de ruido, un testaferro para salvar el culo al partido del gobierno, el que ha dilapidado la caja y la región entera; y después el aeropuerto de Ciudad Real, del que ahora nos queremos enterar del pufo y compadreo que es, ahora que todo va a cambiar para que todo siga igual, como decía Alain Delon en esa película de Visconti. El fin de una era, con toda la basura que arrastra la crecida. No me interesa. Asquea. La vida es esa mujer, desesperada al teléfono, lejos de su país, sola, con sus dos hijos observándola, mirándola, sin entender nada o quizá entendiéndolo todo cuando alguien, muy lejos, en algún despacho, cuelga por tercera vez y la deja con la palabra en la boca. La vida es esa mujer sin nada, a quien nadie escucha, en cualquier pueblo perdido de esta España perdida y desalmada, donde la niebla cae temprano para tapar la vergüenza de un tiempo de costurones. Share/Bookmark Leer más...