La Tribuna de Talavera, 14 enero 2011
Hace frío. En el reloj del ayuntamiento van a dar las tres. La niebla aún no se ha ido del todo y ya vuelve, enredándose en las ramas cimeras de las acacias de la plaza vacía. Nubes sucias altas, algo de azul. El pueblo desierto, nada se mueve. Ni el viento. Dos o tres palomas al sol, sobre el campanario de la iglesia. De entre el musgo verde espeso de las tejas, escurre la tarde por la canal en un hilo diminuto y sencillo de agua, que no hace ruido ni rompe el silencio perfecto. Una mujer habla por teléfono desde la cabina. Dice que no puede pagar. Sus hijos, pequeños, esperan sentados. No juegan. Observan a su madre, con el pañuelo envolviéndola toda la cabeza, y su castellano perfecto. No puedo pagar, dice, pero quiero solucionarlo, ahora es imposible, pero hasta ahora siempre he cumplido, ¿me entiende? No puedo quedarme sin casa, mis niños, ¿entiende? Y alguien cuelga al otro lado de la línea. Los niños observan a su madre, son pequeños, quizá algún día comprendan. La mujer vuelve a intentarlo, lo vuelve a explicar, con su puñado de monedas en la mano. Sólo su voz en la plaza, en el pueblo, en el mundo.
He quitado la radio. En las noticas hablaban de un político banquero imputado por la quiebra de una caja. Total si todo está pactado de antemano: un poco de ruido, un testaferro para salvar el culo al partido del gobierno, el que ha dilapidado la caja y la región entera; y después el aeropuerto de Ciudad Real, del que ahora nos queremos enterar del pufo y compadreo que es, ahora que todo va a cambiar para que todo siga igual, como decía Alain Delon en esa película de Visconti. El fin de una era, con toda la basura que arrastra la crecida. No me interesa. Asquea. La vida es esa mujer, desesperada al teléfono, lejos de su país, sola, con sus dos hijos observándola, mirándola, sin entender nada o quizá entendiéndolo todo cuando alguien, muy lejos, en algún despacho, cuelga por tercera vez y la deja con la palabra en la boca. La vida es esa mujer sin nada, a quien nadie escucha, en cualquier pueblo perdido de esta España perdida y desalmada, donde la niebla cae temprano para tapar la vergüenza de un tiempo de costurones.
viernes, 14 de enero de 2011
La mujer de la plaza
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