lunes, 12 de septiembre de 2011

El río Tiétar

Hay pocos sitios en el mundo donde, desde la sombra de un fresno, tengas tiro de prismático a la vez un águila imperial, un buitre negro, y una cigüeña negra, pescando tranquilamente en las tablas someras en que se entretiene el río. Alrededor sólo silencio, algún ciervo bramando, y miles de hectáreas de ese verde seco y espeso del monte mediterráneo. En muy pocos lugares del mundo.


Hace calor, mucho calor. El Tiétar baja encajonado, con un agua verde y espumosa que suelta desde el fondo la presa de Navalcán. El monte huele denso, mezcla de jara, cantueso, romero y boñiga. Sobre el Tiétar se entretienen familias de ánades. Los galápagos trepan a las islas de granito. Los cormoranes pescan peces gato. Las garzas reales vigilan, con el cuello tieso, relucientes sobre los sauces.


Medio kilómetro aguas arriba la cigüeña negra pasea tranquila por la orilla. Al norte, bajando de Gredos, cruzan buitres leonados y negros, en filas, en abanicos. Alguno se detiene sobre el monte, pero luego todos pasan hacia el sur. Cazan las culebreras, contra el viento; otras pasan hacia el sur, junto a los buitres; algún picado con las calzadas; un milano negro joven. El cielo está punteado de rapaces. Un águila imperial cruza rápido a ras de monte, y se vuelve a perder hacia el norte. Gredos es azul, con el relieve marcado por las gargantas que bajan rápidas hacia el Tiétar. De entre las raíces de los fresnos salen los fogonazos de martines pescadores. Vuelan bajos, trazan un círculo grande, y vuelven a su posadero. El río ha arrastrado en la última crecida maderas y plásticos de todos los colores que se acumulan en las islas de arena y las raíces lavadas por las crecidas de invierno. Brillan los alisos y el viento arranca las hojas gastadas de los fresnos que van a caer prisioneras sobre telarañas inmensas



Hace calor. No corre el viento. No hay nubes en el cielo. Moscas y tábanos, sudor y polvo. Trochas de las vacas y ciervos. El aire huele espeso. Las águilas y los buitres van desapareciendo al mediodía. A la sombra del fresno se está a gusto. El agua verde, lodosa y opaca, se desliza sobre el cauce del Tiétar. En los mapas del ministerio de Medio Ambiente, los que dibujan aún el embalse de Monteagudo, ahora mismo tendría 50 ó 60 metros de agua sobre la cabeza. No existiría el Tiétar, esto sería un moridero más de ríos, no habría buitres, ni águilas, ni cigüeñas, ni encinas, ni martines pescadores, ni alisos, ni sauces, ni atarfas. No habría vida, no habría historia, no habría futuro.


Hay pocos sitios en el mundo que tengan este valor, este sonido y este olor. Miro al Almanzor, limpio esta mañana. Las cicatrices de Gredos observan desde arriba, altas, como los buitres que pasan y pasan, igual que siempre, que desde siempre; como discurren los siglos sobre este paisaje aún no saqueado y pleno que tengo el privilegio de sentir y vivir.

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