La Tribuna de Talavera, 29 junio 2012
Algunas noches la historia es de dragones. Dragones que navegan más
allá del cuadro de la ventana, sobre la raya azulada de las montañas que
resplandecen por debajo de la Osa Mayor. Son cuentos largos, de principios de
verano, en donde una chica rubia, muy guapa, de ojos negros, es llamada a
salvar a un chico prisionero por el dragón en un país muy lejano, más allá del
tiempo y de los lugares que conocemos. La chica, de ojos negros y pelo muy
rubio, sueña una noche que tiene que ir a rescatar a un caballero prisionero
por un dragón., más allá del mar, donde el océano cae en cascadas por el fin
del mundo. Baja al puerto, los marineros no quieren acompañarla, que han oído
las leyendas de monstruos y luces infernales que surgen de las profundidades. Ella
no se desanima, sabe que tiene que ir, que seguir esa estrella –ves– que cae
sobre el castillo encantado, aquella atalaya llena de luces y antenas de
teléfonos. Ella no se desanima, coge un barco y navega muy lejos, a donde nadie
se ha atrevido a llegar nunca. Allí la espera el dragón, sobre un acantilado
donde el océano esmeralda rompe desde siempre y donde los galeones naufragados
lucen sus esqueletos comidos por cangrejos y estrellas de mar, azules,
amarillas y rosas –como Patricio Estrella, sí–, y los ríos bajan limpios y
verdes desde las montañas. El dragón entonces pregunta a la chica, rubia y de
ojos negros, la más valiente, la única que se ha atrevido a cruzar el océano
por un sueño, que qué quiere, que a que ha venido. La chica observa al dragón y
le dice que una noche soñó que alguien la llamaba, prisionero en una isla por
un dragón. Niña, aquí no hay nadie, sólo tú, que has venido a verme. Y la niña
entendió y comprendió al dragón. Dio la vuelta en su navío pequeño y de velas
latinas, y se marchó sobre el mar. El dragón envió para protegerla en el camino
de vuelta a delfines y sirenas, que jugaban entre las olas azules y de espuma.
La niña regresó a su pueblo. Nadie creyó su historia. Pero tampoco le
importaba. Porque desde entonces, algunas noches, el dragón viene a visitarla,
rasgando la línea de la sierra, más allá del cuadro de la ventana, sobre las
luces de la ciudad, bajo esas estrellas en forma de cazo grande, que un día su
padre le enseñó que señalaban el norte de todas las
cosas.
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