La Tribuna de Talavera, 20 julio 2012
Sí, hubo un tiempo mejor. Casi
siempre lo hubo. ¿Seguro? Pero ahora es éste el que nos toca vivir. Cae la
tarde. Luz dura de julio. Sobre los barbechos vuelan torpes los pollos de
milano. Ya sabes que en días como éste es mejor pararte en el camino, buscar
algún cd aún no lo suficientemente quemado y rayado y ponerlo mientras pasan
los vencejos y cazan los elanios azules de ojos de rubí. El viento trae el
presagio de un incendio y los coches pasan como si nada fuera con ellos. Los
abejorros negros también.
Es un pueblo cualquiera, qué más
da. Los niños tiran piedras a los adosados vacíos, abandonados, a medio hacer.
Los niños tiran piedras y rompen vidrios, y otro y otro. A quién importa. No
son de nadie. La ruina no es de nadie. Entro. Ves: allí arriba, entre las
tuberías reventadas, los cables arrancados y el yeso caído, crían las
golondrinas. No hay ventanas, todo el espacio es suyo. Los niños juegan a
conquistar esta ciudad de mentira, a medio hacer, donde prenden los sauces
entre los escombros. Alguien coge algo, –-¿no hemos pagado todos el recate de
los bancos? – da las buenas tardes y se va.
No hubo un tiempo pasado mejor.
Hubo un tiempo de trabajo y de ilusión. Este es el notiempo que avanza y avanza
y nos va dejando eternamente en un paisaje de zozobra y miedo, agostando la
primavera antes de que nazca. No. El tiempo grande es éste y el que vendrá,
porque nadie tiene derecho a dejarnos sin él. Mira, allí, sobre el río, el
paisaje perfecto de los álamos y su águila.
En la carretera no hay nadie.
Hace tiempo que todo se ha parado, que va despacio y lento, como esas nubes
lejanas sobre los montes. Me gustan estos días inmensamente transparentes,
detenerte, subirte a lo alto de una loma y contemplar a norte y sur la línea
azul de las sierras que abren y cierran este país de lejanías. Las hormigas
cosechan.
Si hubo un tiempo mejor quizá fue
espejismo de éste que recorremos. Mira, los zapatos sucios, imposibles ya de
limpiar del polvo de las rastrojeras, de las casas abandonadas y destruidas como
en los documentales de las guerras, del polvo de las cunetas desde donde de vez
en cuando has de pararte y observar cómo pasan las nubes, los coches, las
canciones antiguas, el brillo de un día de verano. Observa la luz. Y después,
sigue. Siempre.
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