La Tribuna de Talavera, 5 octubre 2012
Observo al águila real cazando sobre los barbechos resecos de Burujón. A ras de suelo, en el regato, tras el conejo. Más lejos las avutardas, alineadas en su otero delante del castillo de Barcience. El águila sube y baja, joven, inexperto, ajeno a la vida. La vida tiene tres planos, el primero, delante de las narices; el segundo, la media distancia; y, el tercero, las profundidades de lo lejano. En este tiempo de miedo que cruzamos todo se queda muy cerca, en la distancia corta, en la humedad que sube por las costuras de la vida que se nos va resecando como los higos en la troje. Ahora, en estos tiempos, es cuando hay que recurrir a la distancia larga, rogar al cielo para que los días sean claros, que las nieblas se las lleve el viento del Océano, y que al levantar la mirada siempre te quede esa lejanía donde todo es azul y perfecto.
Vivimos los tiempos del miedo: miedo a hablar, a opinar, a salirse del redil que marca la crisis que más que económica siempre ha sido de valores. Cuando la carcoma se come la estructura de un edificio, lo derribas y lo levantas de nuevo, a veces ni siquiera es menester respetar la fachada. De eso en Talavera sabemos mucho. España es un país de calles estrechas, de pocas luces, de ventanucos como los que se describen desde el XV para acá en los desalientos de los escritores que han dibujado a la España eterna, la que nunca se ha ido ni se irá, la de casino provinciano, de caspa, tristeza y visión cortísima. Nada nuevo, sólo comprobar que el ciclo vuelve, sin remisión, en su espiral infinita.
Es tiempo de mirar a lo lejos, limpiar las plumas, comprar tinta y cuadernos, y salir a la calle, al monte, a la luz de las tarde otoño, a las plazas donde los niños aún pasan en bicicleta y te dan las buenas tardes. Es tiempo de romper los moldes, de estar aquí o allí, de hacer o de ver pasar. Pero el miedo para los cobardes. El águila no lo sabe, pero acabará muriendo en un cepo, envenenada, electrocutada, tiroteada… o libre un invierno de nieves entre las cumbres de aquella línea azul donde se apoya, al norte, este cielo donde navegan la tarde hilos blancos y ultrafinos de arañas voladoras. La vida es eso.
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