La Tribuna de Talavera, 28 septiembre 2012
Orwell, principiando su magnífico y lúcido Homenaje a Cataluña, describe el paisaje de la Barcelona de inicios de la Guerra Civil. Viendo la España de hoy, los páramos desarbolados que cruzamos, hay un pasaje que me viene continuamente a la cabeza. Es esa Barcelona de muchedumbres, desordenada, de cuadrillas dinamitando iglesias, de una ciudad tomada por los anarquistas, donde los barberos ya no eran esclavos, y las clases habían desaparecido. De colas para conseguir algo de comida, de escasez, de apagones… Pero fe en la revolución, la seguridad de haber entrado en una era de libertad, de igualdad. El ser humano había tomado conciencia –creía– de no ser un engranaje del sistema capitalista, una pieza de usar, gastar y tirar. Un pueblo idealista, alegre, confiado en un nuevo futuro que se comportaba como un ser humano con el ser humano. La gente aún tenía esperanza, estaba contenta con el futuro que peleaba.
Hoy, muy lejos de aquello, es difícil analizarnos. No hay alegría, la esperanza en el futuro se desvanece a golpe de decreto-ley, de la mensual subida de la luz, de esa tristeza que todo lo va envolviendo como un papel de estraza grasiento. No hay aún colas, pero las clases sociales se dibujan cada vez con mayor nitidez, hay un abismo, una grieta que se va abriendo cada día más entre los de arriba y los de abajo. Estás aquí o allí, al otro lado de la calle. Tú sabrás. Un país sin norte donde asistimos aquiescentes y sumisos a la patada en el culo al vecino, al desahucio como herramienta del miedo; a que te multen por ejercer de ciudadano; a que te aprieten las clavijas simplemente por opinar. Esto es el país que caminamos. Un paisaje de nubes y tempestades que no amainan, que no van a amainar, porque hasta que no recuperemos la alegría, nos limpiemos la mugre de este tiempo hostil, nada cambiará.
Las ilusiones duran poco, como esa luz que sale bajo las nubes en los atardeceres de lluvia de octubre. Dura sólo un instante, pero logra que el día entero haya merecido la pena. Estamos deseando ese rayo de luz, con el regreso de la esperanza en el futuro, como las grullas que ya bajan. Quizá venga ese tiempo nuevo, diferente, de luz, que nos permita esa libertad colectiva, pero sobre todo individual, porque es la única que existe.
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