La Tribuna de Toledo, 14 noviembre 2014
Quizá la actualidad pida una columna de opinión sobre la que está cayendo, sobre el fin de una época que al final –esto es España– se lampedusizará y los mismos perros con distintos collares pondrán la música al baile, que el propio sistema ya va creando sus antivirus. Quizá tocase hablar de la corrupción, del despilfarro público (la corrupción consentida), o de las generosas dádivas –entiéndase la ironía- que nuestros gerentes políticos van dando a los criados –ciudadanos léase– antes de las elecciones que ya se atisban más allá del horizonte nublado. Escena éstas –reuniones apresuradas, devolución a trozos de pagas extras confiscadas a funcionarios, leyes de última hora cuando hemos laminado durante tres años a los más necesitados de la región y los servicios básicos, promesas y sonrisas, fotos con colectivos de aquí y allá…– que me recuerdan a aquella escena de los Santos Inocentes en que la marquesa, sentada debajo de la encina, va dando unas monedas a cada uno de los siervos con ocasión de la comunión del hijo del señorito Iván.
Pero confieso que hoy no toca nada de eso. Van pasando las grullas y las alamedas supervivientes del Tajo se vuelven amarillas. Otoño suave, demasiado, sin frío, sin viento, sin lluvia desatada.
Quizá vaya haciendo falta un noviembre antiguo, de borrascas ancladas en el golfo de Cádiz, de vientos que se lleven los esqueletos de las encinas y los alcornoques consumidos por la seca. Un noviembre y un diciembre metidos en aguas, que llenen y limpien los ríos, arrastren la porquería agarrada a las atarfas de las orillas, y que cuajen los caminos del monte de trampales y charcos de agua zarca y esmeralda. Pero sé que es difícil. La naturaleza está dormida, paralizada, se mueve con un latido lento y cada vez menos apreciable. Como dando la espalda a todo lo que nos traemos también, a espaldas de ella.
Confieso que lo que me interesa es el sonido del Tiétar bajando por Monteagudo. O el color que van tomando las alamedas en la Jara, o el incendiarse de las cornicabras y los arces de Montpelier en las barreras del Tajo. O buscar las grullas cuando pasan a ras de nubes buscando las dehesas del Guadyerbas. O pararme a escuchar los petirrojos emboscados en cualquier seto, o cambiar una mirada con el colirrojo confiado que aún no sabe que en estas latitudes nos las gastamos de otra manera con los pájaros forasteros que en el norte de Europa.
Quizá sea tiempo de hablar de todo eso que nos lleva, las noticias y tal… Pero hoy no toca. Es tiempo de las cosas serias. De llenarse de barro las botas y de cielo los ojos. Eso es de verdad. Eso es la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario