La Tribuna de Toledo, 7 marzo 2014
Creo que pasa algo por ahí afuera. Hay noticas, telediarios, pasan cosas, la gente se mata, se preparan guerras, el Atlántico arrasa el horizonte con las borrascas inmensas de Terranova. Esto se hunde un poco más y aquí campea el vacío y la mediocridad. Pero no me importa. Se han ido las nubes con las grullas, empujadas por el viento limpio de cola del oeste, y ha llegado la primavera, las golondrinas y el azul inmenso y perpetuo de las mañanas de marzo. Todo ya es perfecto, y la realidad, la verdad, sobrevuela todo lo demás.
Me siento. Siempre mirando al cielo. El sol quema. Los verdecillos atalayan su amor y su desesperación en cada enebro. Cruzan y aletean las torcaces. Pasa alta el águila imperial y los buitres negros cruzan desde el Tajo al Tiétar, con urgencia de marzo. Surca el primer vencejo. Es la primavera de las distancias. Y no importa nada más, sólo cuándo vas a venir otra vez por aquí, como canta una y otra vez Quique González en los auriculares, o cuándo te llevaré al Puerto de Santa María con las piernas ardiendo en el salpicadero. El resto es decorado.
No importa nada, que no me molesten con el vacío de siempre, el ruido de la monotonía. Es el tiempo de verdad. De subir muy arriba, a lancheras y loreras, a los castillos de alimoches y águilas reales, al silencio de los robledales y al rojo de las peonías y las tardes inmensas. El mundo es eso que haces, no lo que te dicen que es. No existe el tiempo, lo estiro y lo comprimo, me lo llevo guardado en el morral y lo extiendo sobre la hierba de este marzo que no se me va a escapar, con una rama de romero en el bolsillo de la camisa y el barro pegado a las botas gastadas.
Y que no me molesten con más. He cerrado. Me voy. La primavera ha llegado y me largo con ella.
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