La Tribuna de Toledo, 10 febrero 2017
Hoy es de esos días que tengo tantas cosas en la cabeza que es difícil escribir sólo de una. Tiempos de cambio, en el cielo y en el brotar y blanquear de los almendros en las barreras de la Jara y en el olvido de las cunetas. Al atardecer las nubes brillaban con hambre de lluvia enmarcando las atalayas de Talavera con el perfil del nuevo puente. Quizá ya se vayan las grullas, pronto, con el viento que traerán los frentes del Atlántico. Conduciendo, de vuelta, pensaba en la ciudad, en la Talavera dormida en su valle ya sin Tajo y sin Alberche. Pensaba en cómo se puede torear a la justicia (¿mayúscula o minúscula?) metiendo en un cajón un expediente, olvidándolo convenientemente por un fiscal hasta que políticamente sea oportuno... Y que no pase nada, una multa de 1.500 euros pero los intereses de los ciudadanos pisoteados. ¿Qué más da? Pensaba, mientras las cigüeñas salían del vertedero a sus atalayas en los campanarios en los pueblos falderos de la Sierra de San Vicente, que quién maneja los hilos de esta sociedad, donde sigue habiendo un doble rasero, asumido, donde los de siempre ganan y los de siempre perdemos.
Tendría que escribir sobre qué está pasando con el asunto del Plan de Singular Interés del campo de golf y zona comercial de Talavera, uno de los hijos de ese invento urbanístico que hizo furor hace una década y que ha ido dejando demasiados lodos por Castilla-La Mancha; y por qué se ha “congelado” catorce meses en la fiscalía de Toledo. Otro día. No será el último capítulo de esta historia. Y también tendría que escribir sobre los pinzones y los verdecillos que ya barruntan la primavera cantando de mediodía sobre las acacias deshojadas y frías. Sobre las grajillas que pasan someras, sobre la luz perfecta de las tardes de febrero cayendo sobre las tardes de Toledo. Y esta mañana, apoyado en un soportal de la calle Ancha, también pensé escribir sobre la ciudad que va perdiendo el sonido y los escaparates de siempre, la estandarización del paisaje urbano, las mismas franquicias, los mismos turistas... las últimas tiendas, ya no más de siempre, en la raya de cerrar, de liquidar, de echar el cierre definitivo a un tiempo.
Muchas cosas y ninguna. Muchas notas en la cabeza. Muchas palabras. Muchos silencios. Algunas grietas. A veces salen columnas como listas de la compra, con letras ininteligibles, con tinta corrida que dibujan un apunte, un deseo, donde queda el destello de una luz, de un callejón donde conversa solitaria una pareja. Notas para días completos. Para días donde haya clama, para que el desorden se pose y deje una ristra de palabras como una noche con sentido.
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