Ha llovido y el Tajo lleva agua. Agua roja de tierra y crecidas. Más de 165 metros cúbicos por segundo, una cantidad infinita comparada con los poco más de 15 ó 20 de costumbre, o con el cero absoluto del pasado verano, y del anterior y del otro.
El río, a poco que se le deje, vuelve. Sé que será efímero, que si no sigue lloviendo el río volverá a la monotonía de las lentitudes, del dormir represado en las azudas. Pero hoy el río ha vuelto. Esta tarde de otoño el río baja colorado de tierra sorprendida en las rañas de los Montes. Este es el caudal medio de los inviernos de antes, cuando se le dejaba al río vivir a su aire y a su ritmo. El electrocardiograma del río ha resucitado, un latido mínimo pero suficiente para decir eh, que estoy aquí. El agua baja deprisa. Todavía no lleva el rumor de los inviernos de antes, el rumor de Tajo. Pero, quizá, quien sabe, este año puede que vuelva.
El río, a poco que se le deje, vuelve. Sé que será efímero, que si no sigue lloviendo el río volverá a la monotonía de las lentitudes, del dormir represado en las azudas. Pero hoy el río ha vuelto. Esta tarde de otoño el río baja colorado de tierra sorprendida en las rañas de los Montes. Este es el caudal medio de los inviernos de antes, cuando se le dejaba al río vivir a su aire y a su ritmo. El electrocardiograma del río ha resucitado, un latido mínimo pero suficiente para decir eh, que estoy aquí. El agua baja deprisa. Todavía no lleva el rumor de los inviernos de antes, el rumor de Tajo. Pero, quizá, quien sabe, este año puede que vuelva.
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