La Tribuna de Talavera, 29 octubre 2010
Hay un pasaje de una novela de Pérez Reverte que me ronda la cabeza estos días, incluso antes de la obviedad/gilipollez de lo del ministro de la Alianza de las Civilizaciones. Es de Trafalgar, pasaje inventado, de cuando una vez sentenciada la batalla, ya echadas las cuentas y cuando los navíos de uno y otro lado explotan, se hunden, andan/navegan sin arboladura y palos, o como se llame en lenguaje marinero, resulta que hay unos barcos españoles y franceses que se han quedado por cuestiones de viento fuera de la refriega. Bueno, lo de los barcos franceses era más por acojone. Pero había un barco español cuyo capitán experimentado ya conoce el desastre, y puede optar por escapar con el viento en popa oliendo el aroma a descomposición que emanan los navíos franceses que van que se las pelan, que ése ya no es asunto suyo; o girar el timón e ir directamente a la refriega, por cuestiones de honor, hombría y esas cosas del XIX. Mira a sus hombres, sabe de la carnicería que les espera si apunta la proa contra los ingleses y va en ayuda de los españoles y franceses. Porque no hay esperanza. ¿Qué hace? ¿Huye? ¿O va a por el inglés que escabecha sin piedad galeones españoles?
Cuando ves que lo más leído en un periódico es que un pulpo se ha muerto, las cosas es que de verdad están jodidas. Si pones el Telediario y ves otra vez a Rubalcaba, es que no hay esperanza. Más que un deja vu, un barrunto. ¿Qué hacer? ¿Un curso rápido de geografía mundial? ¿Refrescar el inglés y largarte a donde te dejen ir? ¿Enfilar la proa contra la escabechina? La partitocracia no da para más. El tinglao –que diría el durmiente de la teórica oposición– es el que hay, y lo tomas o tú sabrás. El descaste de este país es similar al de los toros de lidia. Y no es ser un contrasistema, que te meten en el frasco de los raros y ponen el tapón. No. Es decir que esto no se sostiene más. Como decía aquel, hay gente para todo. Pero los ocupas del sistema, los de arriba, los del negocio de la política, al menos deberían mirar por las ventanas y contemplar a un país con la carcoma de los galeones del XVIII, con el andar del hambre del XVI, con la misma sensación de agujero que dejaron escrito los del XIX. Esa España tomada desde arriba, sostenida por el becerrismo de los de abajo. Y que alguien releerá en uno, dos siglos, y pondrá donde corresponda.
Por cierto, el capitán del barco de Trafalgar mandó a tomar por culo a los franceses y se metió en medio de la carnicería. Así le fue. Ya se sabe, cosas de españoles, del honor, del peso de la historia, del saber estar y esas cosas tan anacrónicas como incorrectas en estos tiempos que cruzamos.
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