Escrito antiguo, pero actual. Se nota que ha pasado el tiempo, aunque hay algunas cosas que nunca cambian. Escrito en la primera época de La Tribuna de Talavera, uno de mis primeras 198 colaboraciones realizadas entre 1998 y 2002.
La Tribuna de Talavera, 16 noviembre 1998
Ocurrió hace muchos años. Mediaba la década de los años veinte y Talavera ofrecía una fisonomía muy distinta a la de nuestros días; todavía conservaba el aspecto y los atributos heredados de su pasado histórico y el aire de pueblo grande con el que las más variadas gentes llegadas de todas las comarcas impregnaban sus calles.
No andan lejos de la ciudad las puntas de moruchas exhibidas por los ganaderos de ambas Castillas en el Teso durante la Feria de Mayo, cuando en la falda de El Berrocal, donde el llano deja paso al granito, las hojas de cebada y avena comienzan a segarse. Entre los términos de Mejorada y Talavera, el arroyo del Cortijo separa las tierras de Santa Apolonia de las de Valdelacruz. Es precisamente dentro de las lindes de esta última labranza donde una loba decidió meses antes afincarse para parir y criar a la camada.
Desde abril, la loba ha cambiado muchas veces de lugar a las crías. El cubil actual, simplemente una pequeña depresión excavada entre la cebada, contiene cinco lobeznos que rayan el mes de edad y presentan el pelaje negro y corto, además del aspecto rechoncho y rollizo que en nada recuerda al estilizado perfil de sus progenitores.
Es tiempo de trasiego en el campo. Los segadores, con las hoces bien aguzadas, están dando buena cuenta de la cosecha cuando dos zagales descubren una estrecha senda que comienza entre los primeros chaparros del monte y penetra por el interior de la siembra. Poco tardan, picados por la curiosidad, en adentrarse por la trocha. Al cabo, encuentran a los lobeznos. Todo un trofeo.
Efectivamente, la Ley de Caza de 16 de mayo de 1902 establecía en su artículo 69 las siguientes recompensas por la captura de lobos: 15 pesetas por el macho, 20 pesetas por la hembra y 7,50 pesetas por lobezno. La verdad era que hasta aquel momento nadie en varias leguas a la redonda había tenido noticias o señal de la presencia de los lobos. Bien es cierto que en invierno, cuando la nieve los obligaba a desalojar los portillos de Gredos, se desparramaban por las dehesas y montes que separan al Tiétar del Tajo y raro era el pastor al que no le cataban el ganado. Por entonces aún existía la figura del limosnero que recorría los pueblos exhibiendo a lomos de caballería algún lobo cazado a cepo o a lazo, y que pedía gratitud a los pastores por la beneficiosa labor que realizaba al eliminar alimañas.
Pero la familia de nuestros lobos no había pregonado su presencia; hasta aquella noche, precisamente, cuando la loba, al percatarse del hurto de las crías, se vengó y mató a veintidós ovejas, una cabra y el burro del pastor.
Mientras tanto, los mozos ya habían bajado a Talavera. Saben que los aguarda la recompensa. Con los lobillos apretados en los serones del burro se dirigen al ayuntamiento donde se les paga lo convenido. Allí les cortan las puntas de las orejas y del rabo, como es preceptivo para que no puedan ser presentados para cobrar en otro lugar. A todos menos a uno que han conseguido vender por cinco duros. Los otros cuatro hermanos mueren degollados mientras que el quinto afortunado, un macho, pasa a formar parte del paisaje de la ciudad, ya que sus compradores lo instalan en un balcón desde el que vigila la Plaza del Reloj.
Al acercarse al año de edad, el lobato presenta un aspecto magnífico. Bien alimentado, posee la estampa del lobo ibérico. Pero la historia cuenta que empezó a ser molesto para sus dueños y los viandantes y, por tanto, hubo que llamar a la Guardia Civil para que lo pegara un tiro y dejara de atemorizar y ensuciar.
Ha pasado mucho tiempo. Hoy la vida de un lobo vale, legalmente, cerca de un millón de pesetas en Castilla y León. En Castilla-La Mancha no se tiene noticia de los últimos grupos familiares que aún vagabundeaban por las estribaciones septentrionales de Sierra Morena a principios de la década de los noventa.
En cuanto a nuestra tierra, el lobo dejó de ser frecuente por las comarcas próximas a Talavera hace ya bastantes años. Se nos escapó entre los dedos al igual que la fisonomía de la ciudad y el aire a pueblo grande que se respiraba en sus calles. Llegaron otros tiempos en los que mucho sobraba y el lobo era pieza a exterminar.
Hoy, sólo muy de tarde en tarde, algún lobo nómada nacido al norte del Duero se atreve a cruzar el Tiétar, aunque luego se le reciba con una bala en el lomo.
Mientras llegan otros tiempos mejores para nuestra fauna, cuando pasemos por la Plaza del reloj, recordemos que durante algún tiempo fue el único mundo que, desde su cárcel, vivieron los ojos de un lobo ibérico nacido en tierras de Talavera.
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