La Tribuna de Talavera, 9 diciembre 2011
Parafraseando a Lee Marvin en La Leyenda de la ciudad sin nombre, sólo hay dos clases de regiones: las que van a alguna parte, y las que no van a ninguna. Castilla-La Mancha se ha ganado a pulso el territorio incierto donde divaga, tres décadas después de estrenar Autonomía. Ahora asistimos al desguace de una manera de hacer política, al cierre por derribo de unos esquemas que conformaron la Castilla-La Mancha que conocemos, la que sacó, mal o peor, a esta tierra del perdedero de las regiones condenadas al olvido desde el franquismo y más allá. Pero sólo a eso: al derribo. Y tirar abajo algo, un edificio, una ilusión, un sueño, es infinitamente más fácil que crear, que levantar, que construir.
Seis meses después aún no tenemos ni idea del proyecto de ejecución de la novísima Castilla-La Mancha, las máquinas revuelven una y otra vez la basura, los escombros. Pero nada de planos, de la filosofía de estadista que reclaman los tiempos. Sólo más de lo mismo, la vieja música tocada con instrumentos desafinados y toscos, como los de la Consejera de Agricultura, que no se ha enterado aún de la situación del Alto Guadiana, y de que también son suyas, al menos sobre el papel, las competencias de medio ambiente. Y esto, el apalancamiento que nos consume, es muy peligroso, pues si la planificación regional de las tres últimas décadas ha desembocado en un rotundo fracaso, ya deberían estar sobre la mesa el «plan director», aparte de la demagogia que ya cansa.
La presidenta de Castilla-La Mancha debería darse cuenta que lo que se la pide es la definición de región, lo que quiere, lo que va a hacer. Es muy preocupante el mercenarismo de diputados regionales que se van echando leches a Madrid, el 25%, incluido el jefe de la oposición, lo que sumado a que la presidenta está más en Génova que en Toledo, da el tono de la seriedad con la que nos tomamos Castilla-La Mancha. Y eso es muy preocupante. Como lo es el abandono a que se vuelve a condenar a Talavera de la Reina, porque en seis meses ya debería haber «algo». La marginación a que la Junta sometió a Talavera de la Reina durante 30 años simboliza el fracaso de la región. Ahora podríamos ser uno de los motores que levantara al resto de Castilla-La Mancha. Pero Bono y Barreda barrieron para casa, y ahora estamos en la cuneta, sin gasolina, sin que un banco nos preste un puto duro, sin calderilla para encender las luces de Navidad en este diciembre de niebla, oscuro y triste como él solo. Y, mientras, en Toledo tienen hasta para pistas de hielo, o en Ciudad Real su alcaldesa se asusta porque el paro supera el 11%. Las cosas, en el fondo, son como parecen.
Más gobierno, más apego a la tierra, más defender lo nuestro, y sobre todo definir el modelo de región. Porque ahora o nunca. Castilla-La Mancha no va a tener más oportunidades.
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