La Tribuna de Talavera, 23 marzo 2012
Hasta finales de los 80 el Alberche fue un río. A mediados de los 90 Madrid le pegó el primer bocado. El segundo y definitivo en el año de 2004, cuando al mismo tiempo que Zapatero liquidaba el trasvase del Ebro, concedía a Madrid la otra mitad, con la aquiescencia y celestineo de Barreda y Narbona, ésta musa entonces y hoy del ecologismo oficial. Hablo del año 2004, ayer mismo. Después, con el Plan de sequía –contra el que en solitario alegó y batalló la Plataforma de Talavera–, se echó el candado definitivo al Alberche, condenado a morir en Picadas, al igual que el Tajo muere en Bolarque.
No tengo espacio para aburrir repitiendo lo indispensable que es el Alberche para la provincia de Toledo. Con las dos arterias principales de la provincia condonadas y derivadas, el escenario futuro no puede ser más inquietante, no sólo desde la perspectiva ambiental, sino desde la económica y productiva. El agua es poder, dinero y desarrollo. Y en al año 2012 se está concretando exactamente el escenario trazado por los tecnócratas franquistas allá a mediados de los 60. Talavera de la Reina y Toledo viven de las sobras, tanto de agua en alta para abastecimiento, como para usos agrícolas.
Nos tocan las migajas, y sólo cuando los demás están implados; y ni siquiera eso ya, visto lo que ha ocurrido esta semana con los regantes del Canal Bajo del Alberche, a los que se los ha negado un mísero hectómetro cúbico, mientras se trasvasan 230 desde la cabecera, y los embalses del Alberche están al 70%. ¿Ha escuchado usted alguna declaración, palabra, muestra de apoyo de la consejera de Agricultura del gobierno de Castilla-La Mancha? Yo tampoco.
Madrid ha enganchado la teta del Alberche y no la suelta. Murcia la del Tajo. Y aquí a verlas venir. Sorprende y preocupa la –por definirlo de alguna manera– timidez del gobierno de Castilla-La Mancha –éste y el de ahora, la línea editorial es la misma–; y la pusilanimidad de Talavera. El martes, cuando se negó el agua los regantes, en cualquier sitio el alcalde, la consejera y todo quisqui hubiera puesto el grito en el cielo y levantado más de un teléfono. Aquí no. Somos diferentes. Y luego nos preguntamos por qué nos va como nos va.
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