domingo, 6 de febrero de 2011

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La Tribuna de Talavera, 4 febrero 2011

Cuenta Cesáreo Fernández Duro –historiador, hombre del XIX, ilustrado, zamorano cegado de Océano, como buen castellano– que probablemente el primer pirata del Caribe fue un tal Bernardino de Talavera. El tal Bernardino, cuando las cosas se pusieron feas en La Isabela, tomó prestado un navío y con unos cuantos desarrapados se lanzó a probar fortuna en ese mar caliente como caldo y transparente como los recuerdos, que queda entre Jamaica y las Antillas. Es probable que el primer pirata del Caribe sea compatriota nuestro, y que mientras le ajusticiaban en La Española, se acordara de cuando de niño bajaba desde al arrabal a La Portiña, a pescar los barbos y las anguilas que subían desde el Tajo rotundo, desesperados con la urgencia de la primavera.

No sé si al Caribe, a la Alemania que nos viene a pasar revista, o a dónde. Quizá la mayor tristeza que se puede tener en la vida es comprobar que tu tierra se hunde, que la gente se desespera, que lo que hay que hacer no se hace. Y no pasa nada. Le decía hace unos días a un buen amigo que lo mejor es irse. Pero en Alemania, en Arabia, no está el Tiétar, no te levantas por la mañana, miras por la ventana y ves la maravilla de Gredos nevado empezando a iluminarse de violeta desde el Almanzor. Y allí, seguro, que no hay dehesas, no hay rañas donde cazan águilas imperiales, igual que veinte, treinta siglos atrás. Cuesta creer que con el potencial que tiene esta tierra, su ubicación, su fuerza, su juventud, tengamos las cifras de paro que tenemos, que hayamos dejado que nos gobiernen como a cabestros los años más prósperos de la historia de España, que por aquí han pasado altos, sin hacer ruido, como los ánsares que de aquí a quince días subirán camino de las islas del Báltico. Y ahora nos encontramos en el barrizal, de no ser/estar en ninguna parte: ni de Madrid, ni de Castilla-La Mancha, ni de Extremadura. Somos de Talavera, y así nos va.

Los números del paro son veinte mil cuarenta y tres catástrofes. Una a una. Cada vez que viniera un cargo público a tocarnos los cojones con una rueda de prensa pachanguera de esas de antes de las elecciones, de inauguraciones y tal, habría que ponerle delante una pancarta con los 20.043 parados de Talavera y su tierra. ¿Y de lo mío, qué? ¿Y de lo de mi tierra, qué? Que ya está bien de reírse del personal.

Tiempos de cambio, donde quizá el mejor camino sea largarse a marear ese Caribe transparente de Bernardino de Talavera, tan perfecto y esmeralda que, dicen, hay días que sobre las encalmadas flota la silueta encalada, blanca de nieve, de una sierra muy lejana que cae hacia un río de dehesas y águilas.


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