La Tribuna de Talavera, 11 febrero 2011
La próxima semana Talavera de la Reina será la capital europea del agua. Decir esto quizá suene a titular rápido, hasta sencillo. Pero ha costado mucho. Mucho trabajo, ilusión y tiempo, de gente de aquí, pero también de fuera. Y también trabas, impedimentos y zancadillas; pero eso, cuando se llega a la meta y se gana, no importa. Hace cinco años poca gente sabía cómo estaba el Tajo, que según la literatura oficial era un remanso de belleza y excedentes. Hubo que trabajar desde abajo, porque a diferencia de otros ríos, no había información, números, balances; y lo que había estaba tan contaminado como sus aguas. Hubo que filtrar, limpiar y mostrar los números desnudos a quienes supieron ver que el Tajo era un rio traicionado, prisionero de una mentira. Hace cinco años se dejaba secar al Tajo en Talavera, y no pasaba nada; se decía a los regantes del Alberche que echaran mano al lodo del Tajo mientras quemaban una y otra vez los motores; y no importaba a nadie. Quince años atrás el gobierno de Castilla-La Mancha nos cambió un plan de cuenca del Tajo justo, por un par de paradas del AVE en el otro extremo de la Comunidad. Hace seis años, el gobierno de Castilla-La Mancha nos cambió el Alberche por la Declaración de Impacto Ambiental del aeropuerto de Ciudad Real y por el trasvase del Tajo al Reino de Don Quijote. Mientras, el gobierno de Madrid nos alicataba el río. Ya teníamos bastante. Pero, en cinco años, las cosas han cambiado.
En cinco años hemos tomado conciencia de que el Tajo es el elemento cultural más valioso de nuestra tierra. Con el Tajo muerto, esta tierra está muerta, estoy convencido de ello. En cinco años hemos ganado el respeto para el Tajo y para Talavera de la Reina, sólo con la verdad, con la palabra y haciendo muchos kilómetros –¿verdad, Miguel?– y relatando a todo el que quiera escuchar la historia de penas y de olvidos del Tajo. Porque la historia del Tajo es un catálogo de agravios y puñaladas que están ahí, en el río, para quien tenga arrestos de acercarse a contemplar los costurones en la orilla. Ayer, desde el puente Viejo veía bajar al Tajo, ligeramente transparente sobre la grava fina de las islas. No es un presentimiento: estoy convencido de que el Tajo volverá, y volverán sus alamedas y sus oropéndolas a tejer nidos de pelusa. Queda mucho por hacer, pero es difícil torcer la voluntad de una ciudad. El Congreso Ibérico del Tajo es una oportunidad única para conocer, unir, multiplicar el espíritu del Tajo. Hace cinco años el Tajo no importaba ni preocupaba a nadie. Ahora sí, y mucho.
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