Ayer por la mañana bajé hasta el Tajo en Vila Nova de la Barquinha. Diez años atrás, en una mañana de otoño también bajé junto al Tajo. En aquella ocasión me sorprendió el Tajo ancho, moviéndose con respiración de río grande, de río vivo. En esta ocasión no había río, sólo barras de arena y grava, y el Tajo estrecho y casi paralizado. Un río de arena curvándose hacia el Océano ya presentido.
Por la tarde me acerqué hasta el castillo de Almourol. Diez años atrás, de mañana, crucé el río en la barca de Luis Gonçalves. Ayer por la tarde se podía pasar a pie. No había río. ¿Dónde está el Tajo?
El Tajo está prisionero en España, en los 6.752 hm3 que almacenan los embalses de la cuenca, al 61,3% de su capacidad. El año pasado los embalses españoles del Tajo estaban al 35%, con 3.855 hm3. La media de los últimos 5 años es del 39,2%, y de los 10 últimos del 45,6%. Hay agua el Tajo, y mucha: sólo en el tramo inferior Alcántara 2.582 hm3 y Valdecañas 587 hm3. Pero a Portugal no llega agua porque es más importante dejarla almacenada bien para poder trasvasar, bien para turbinar y producir beneficios cuando convenga al operador hidroeléctrico. El Tajo, como río, es un espejismo en España y en Portugal. Es una vergüenza que el río esté seco donde es río, en los tramos que atraviesa en Guadalajara, Toledo y Portugal, y esté detenido en los embalses, para cuando más interese. Y que España haga suyo al Tajo, con el mayor descaro, con el mayor silencio y el acatamiento del gobierno portugués. No hay sequía en el Tajo. Lo que hay es un negocio enorme con sus aguas.
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