La Tribuna de Toledo, 3 enero 2014
Llueve desde que comenzó el año. Al menos en esta Talavera, lusitana y orillada a Gredos y a las dehesas inmensas que bajan hasta el Guadyerbas y el Tiétar. Llueve como si el cielo quisiera limpiar la mugre del año pasado, como si realmente hubiera una línea en el tiempo, un aquí y un allá, un punto de inflexión, el máximo y los mínimos de aquellos tiempos remotos del cálculo diferencial. Llueve y corren los arroyos, el agua fluye primero con el color marrón de la tierra sorprendida; después con el blanco zarco que deja la lluvia temporal. Llueve en la luna nueva de enero, que también quiere comenzar entera y perfecta el nuevo año, como si todo estuviera por hacer y no se quisiera traer nada comenzado del año anterior.
Pero el humano no es perfecto, y no hay línea, sólo continuidad, paisajes de vida que cambian lentamente, como en esos viajes en tren donde la luz baila al ritmo de las curvas suaves, y la distancia va cambiando despacio, presentida y esperada. España es un país en su tiempo y ritmo. España es un país que lo que mejor sabe hacer es ser. Otros países son el mañana, el hacer, el inventarse. España el ser, la contemplación, el vivir. Así, con la que viene, es complicado saber por dónde vamos a salir. Que el paro baje en diciembre –maquillajes aparte– es una buena noticia. Pero no suficiente. España principia 2014 en uno de esos perdederos de la historia en los que acostumbra a regodearse. No hay visión de país, ni ideas. España, incapaz de proyectarse, de mirar más allá. De nuevo.
Sigue lloviendo. Quizá llueva hasta mayo y el agua se lleve toda la pereza, la desgana acumulada. Quizá si llueve mucho, como antes, el Tajo vuelva y arrastre la basura acumulada, el silencio que todo lo vence; y deje limpios por fin los álamos de la ribera, devuelva las playas de arenas y náyades. Quizá algún día esto cambie, vuelva la luz. Pero esto, de momento, es España.
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