La Tribuna de Toledo, 14 febrero 2014
Déjame volar. Como un globo de feria que escapa y sube y sube en el azul añil del anochecer, en ese momento exacto donde todo es posible. Déjame subir, átame a tu mano de niña buena todo el tiempo que quieras, justo lo que dura la ilusión, la sonrisa, el brillo intenso de tu mirada. Y luego suéltame, tira suave de la cuerda y deja que vuele muy alto, más allá de los neones de la feria, del ruido de las atracciones y la música; y que me iluminen muy alto los fuegos artificiales de colores, el resplandor absoluto de un instante.
Déjame volar. Alto, más allá del fulgor de las luces donde van a morir las mariposas, del barro de la ciudad. No me ates al suelo, no dejes que me desinfle, poco a poco, desesperado en el techo de tu habitación. Sabes que allí moriré de nuevo, no seré nada, ya no me querrás, y un día me despreciarás y tirarás a la basura. Sabes que mi espacio y mi tiempo están allí arriba, donde las águilas que te envié me esperan. Sabes que quiero subir, que jamás tendré los pies en el suelo, que ya es muy tarde. Sabes que leo los vientos, hablo con las nubes, y sólo sé de cielos, de alas…; y que no duermo ya porque sólo se me ocurren distancias.
Déjame volar. Subiré alto, tocaré las constelaciones, los verdes esmeraldas de las auroras, rozaré las estelas de los cometas. Y sabrás que estoy allí, y serás feliz porque seré por ti, y en las madrugadas vendré a contarte cómo es la Comanchería, las estelas que traza el galeón de Manila; o cómo atracan los aqueos junto a la Troya de Schliemann. Seré viento que habla, que escribe. Que vive. Sabrás que soy yo.
Déjame volar. Siempre estaré en el cielo cada vez que mires. Volveré cada vez que me llames. Quizá el viento me traicione y me arrastre contra los álamos de la ribera, y me enrede, y ya no pueda volar nunca más. No importa. Me quedaré mirando el pasar del río y sus peces voladores, mientras el sol me gasta los colores y los brillos, y al final sólo sea un amasijo de nada que la cigüeña coloca en su nido. También habré sido.
Déjame volar. Como un globo de feria que sube, con el calor inmenso de tu mano suave para siempre en mis cicatrices. Déjame volar y seré. Y quizá seamos entonces, como esas águilas que vuelan esta tarde de nubes urgentes y sombras en la sierra. Déjame volar, y subir, sin anclas, sin que me toque ya más el suelo. Ayúdame. Empújame sin que nadie mire, sin que nadie sepa, sin que a nadie le importe. Y mírame subir. Y subir. Como un globo de feria que una niña deja escapar para que trepe a las estrellas.
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