La Tribuna de Toledo, 20 diciembre 2013
España es un país para espabilados, no para inteligentes. La inteligencia es eso que, más allá de las colas del paro o las puertas de embarque de los aviones baratos que desangran España llevándose a autóctonos y oriundos a buscarse la vida y crear riqueza a medio mundo, se desprecia profundamente y se extirpa en la mejor y más gloriosa tradición patria. Del Lazarillo al Gabrielillo de Galdós pasan siglos de una España que, antes como hoy, debe buscarse la vida, donde trepar es la consigna.
España es –un ejemplo– el bandolerismo de las Cajas de ahorro, patentes de corso de los gobiernos autonómicos de turno para enriquecer amigos, para hacer política de salón y, a última hora, sablear a los ciudadanos con las preferentes. En España la moral de lo público es mero escaparate que ya sólo engaña a muy pocos en plena y peligrosa decadencia de la Constitución del 78. La degeneración de las estructuras del Estado, el –un ejemplo– reparto a conveniencia del Consejo General del Poder Judicial, escenifica que aquí lo de la separación de poderes no vale. España es diferente, aquí todo emana del mismo tronco, y la cuestión está en quien trinca, alternativamente, en cada momento. Eso sí, que no se nos desmande el corral. De ahí –un ejemplo–, las dos o tres modificaciones que ya llevamos de la ley electoral de esta bendita Castilla-La Mancha. Amañar los votos para que no entre Izquierda Unida en el parlamento regional, es de lo más normal, tanto como –un ejemplo– bendecir y loar el regalo navideño del Júcar, Segura y Tajo a Murcia y Valencia; o –un ejemplo – querer poner a Castilla-la Mancha en el mapa del turismo mundial con el mando a distancia, es decir, gobernando desde Madrid y haciendo oposiciones para un puesto en el gobierno central la próxima legislatura.
España es un país –dicho queda– para espabilados. De ahí –un ejemplo– que nos vuelvan a subir la luz. España, el país con más sol, viento, potencia instalada –negocio en gas, solar, eólica, jamás servicio al ciudadano– más que de sobra, sigue permitiendo el oligopolio eléctrico, donde el mismo que vende es el que compra, y viceversa. Y así ponemos el precio. Es como en política y justicia. Al final el político ha colocado al que debe juzgarle. Y así nos va. España es un emplasto de colores, un manchón sin definición, donde en las aguas revueltas ganan los de siempre. Siempre los mismos. Lo dicho: España es un país para espabilados. El país donde, dicen, que los hombres se hacen Bárcenas, Blesas, Urdangarines… mientras la canalla, los que pagamos, seguimos tragando, con la calefacción apagada y sin luces en el árbol de Navidad. Lujos que, para no vivir por encima de nuestras posibilidades, hemos de evitar a mayor gloria del sistema. Amén.
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