La Tribuna de Toledo, 21 febrero 2014
Talavera de la reina se cae. No aguanta más. En las calles de lo que queda del casco antiguo, las fachadas se derrumban, las tejas te caen a la cabeza como cagadas de pájaros urgentes, y la humedad y el olor a meado de gato se apodera de las esquinas y de su alma entera, metáforas exactas y perfectas del naufragio de una ciudad que fue grande y la están dejando morir a fuego lento, desangrándose gota a gota.
El desastre de Talavera puede que tenga pocos homólogos en España. Una ciudad abandonada desde siempre por la Junta de Comunidades, desde Bono hasta los mojigatos de ahora, con unos gobiernos municipales casi siempre sumisos al ordeno y mando del partido de Toledo; con unas oposiciones temblonas, acojonadas casi siempre, porque cuanto peor le fuese a Talavera, mejor le iría siempre al partido de turno en Toledo y en la castellanomancheguía ésa, ya sea PP o PSOE. Y una ciudadanía silenciosa, que traga y traga, como costumbre y tradición.
Talavera se desangra, la población cae, el paro sube, el comercio está arrasado, la industria no está ni se la espera, nada de nada. Sólo el mantra de Senoble, el chicle que hace mucho perdió el aroma de tanto masticar y darlo de sí. Darse una vuelta por la ciudad, ver la cara de los talaveranos, te define la situación.
Uno, al final, ve esto, y se cisca en toda la panda de mediocres y felones que han permitido llegar hasta aquí. A uno le duele no su ciudad, sino la pena, el abandono, el sufrimiento, la mediocridad que gobierna, el silencio, el miedo, el dejar hacer, el engordar con el sueldo de Toledo mientras se dejaba hundir esta ciudad. Y no pasaba nada. Y no pasa nada.
Sobre el puente erecto el Tajo salta la azuda de Palomarejos. Huele a mierda y a suavizante de lavadora. Pero suena perfecto, rotundo, llenando la corriente de espumas amarillas como icebergs efímeros donde van a dormir los cormoranes y los galápagos del invierno. Anochece sobre la ciudad del derrumbe, Talavera de la Reina, una ciudad que navega su abandono, como un galeón saqueado, desarbolado, dejado a su suerte en un océano de nubes en este invierno que se van llevando cada mediodía las grullas altas y orgullosas, como un poema perfecto.
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