lunes, 14 de marzo de 2011

Los ríos que jamás veré


Perfil del Tajo embalsado una y otra vez en el occidente de Toledo y Extremadura

Hoy he mirado al Tajo y el verde les ha salido a los sauces y a los álamos. Es un verde reluciente, que ayer no estaba, y que ha caído con la lluvia de este mediodía. Verdes nuevos emboscados en la sorpresa. Y me he acordado de los ríos que nunca veré. No, no hablo de los ríos anchos de Asia, de los verdes esmeralda de Sudamérica, o los misteriosos y escurridizos de África. Hablo de mis ríos.

Porque jamás podré ver el Tajo que existió hasta hace treinta años aguas abajo de Talavera de la Reina. Cinco enormes embalses de más de 6.000 hectómetros cúbicos me lo impiden. El Tajo no existe, y para seguir sus huellas tengo que echar mano de los viejos mapas topográficos, montarme un SIG con las fotografías, los mapas de los años 30 del pasado siglo, o alguno del XIX. Y entonces empezar a bajar por el Tajo que fue, recorriendo aceñas y molinos, pueblos y puentes, pueblos que ya no existen topónimos olvidados, lugares que ya sólo habitan en la historia olvidada de los paisajes y la tierra.


La desaparición de 300 kilómetros de un río, ¿cómo se cuantifica? ¿Cuánto «vale» la desaparición de 300 kilómetros lineales del Tajo, más 200 del Tiétar, del Almonte, del Jébalo, del Huso, del Salor, del Alagón? ¿Cuánto? Chorreras, alamedas, pesqueras, barcas, molinos, cientos, miles de yacimientos arqueológicos. ¿Cuánto vale la pérdida de la huella del hombre de 3.000, 5.000 años?

Jamás veré al Tajo que fue. Tendré que verle por los ojos y las palabras de los ingenieros que lo quisieron hacerlo navegable una y otra vez, creyendo ver galeones atravesando los baldíos del Campo Arañuelo; lo tendré que ver por los ojos de los militares ingleses que lo subieron con Wellington desde Portugal, o desde las letras de los viajeros que lo visitaron, como Jorge Borrow, de los poetas que lo alabaron, o de los ingenieros que lo envidiaron y lucharon con él hasta domesticarlo. Lo tendré que ver por los ojos del capitán Boyton, o por las palabras de Jesús Garzón, que aún le dio tiempo a verlo libre en Peñafalcón. Pero al Tajo libre, de aguas azules que aún acierta a mostrarse en algunas películas en tecnicolor de los 60, sé que no lo veré mientras viva.

Tampoco veré al Guadiana. Me gustaría contemplar al río que fue bajando desde las Hoces, rompiendo la cuarcita por la portilla de Cijara, por la sierra de la Chimenea en Puerto Peña. Pero no será posible jamás. El Guadiana está embalsado, al igual que el Tajo, y todos sus contornos se han vaciado de gentes y de vida. A veces, al recorrer los desiertos inmensos del Guadiana, es difícil justificar que se haya sacrificado esta tierra. Días enteros de silencio.

El país de los embalses, al norte el Tajo, al sur el Guadiana, es un vacío de vida. No hay pueblos, no hay desarrollo, sólo silencio. No hay ríos, sólo inmensos algibes que tapan valles, que separan y agrandan distancias, que lo llenan todo con la niebla espesa del abandono y la desesperación. No hay gente en los pueblos. No hay vida.
No podré ver jamás mis ríos, sólo me queda un pequeño territorio de lo que antes era inmensidad. Ayer, sentado sobre el Tajo embalsado en Valdecañas, pensaba en ello. Medio siglo atrás hubiera alcanzado a contemplar el Tajo y el Guadiana. Pero ya es tarde. ¿Quién me devuelve mis ríos? ¿Por qué quieren destruir lo que queda de ellos? ¿Por qué se viste de desarrollo lo que es saqueo?

Hoy es el día mundial de los ríos. ¿Quién me devuelve los míos?


1 comentario:

Juan dijo...

Precioso. Me ha emocionado. Lo encontré por casualidad, buscando información sobre el perfil del Giguela para preparar un exámen de 1º ESO. Hace unos dias pasé por el pantano de Valdecañas. Me impresionó. Me intimidó. Nada que ver con el hermoso Tajo cacereño y toledano. Si tienes tiempo y quieres, puedes pasearte por mi rio particular de ideas y sentimientos. Llanuraenllamas.blogspot.com
Un saludo