viernes, 4 de diciembre de 2015

La España del CIS

La Tribuna de Toledo, 4 diciembre 2015

España es un país domesticado. César, a las tribus más ariscas, las exterminaba. Aquí algunos nos inmolábamos en hecatombes históricas perfectas. Aquí, en la Hispania ultramoderna, con todo el tráfico histórico e historiado que hemos soportado y exportado, al final nos hemos hecho de un carácter pastueño, quizá de respeto porque siempre aparecía detrás del cerro, la raya, o la playa, alguien cortando cabezas y escribiendo la nueva ley. España es un país donde la última guerra aún no se ha cerrado, donde sigue habiendo españoles de dos categorías, los que están enterrados en las cunetas, y los que tienen cruces en los camposantos y plazas.

España es un país conservador donde la derecha sabe cuándo cambiar la piel y camaleonizarse con los tiempos que se mueven. La derecha salta de lana en liana, y le sale bien, porque España es un país de prudencias, de nadar y guardar la ropa, y donde nunca a un rey se le ha guillotinado y se ha limpiado el paisaje. España es un país que tiene dos millones de jóvenes y menos jóvenes en el extranjero. A España antes se le iba la mano de obra sobrante del suburbio, los hijos que antes se hacían curas, monjas y frailes, pero que en los setenta y setenta, con la televisión, el seiscientos y las suecas en Benidorm descubrieron que había algo más allá. Ahora se le ha ido una generación que sabe inglés, ha estudiado carreras pero igual que hace cuatro décadas le sobra a España. España destila distancia y resignación, un me aceptas o te vas con tres cuartos de despecho y un cuarterón de pena y rabia.

España, la misma que expulsó moriscos, judíos y todo lo que le interfería en el cielo alto y despejado del mediodía patrio, ahora sigue marcando su rumbo y va surcando un tiempo que aunque nuevo se antoja antiguo, como las tardes escasas de diciembre. La España del CIS ha salido de derechas y sin remisión. Todo lógico. España es un país de medianías, de una infantería práctica y que sabe dónde se la juega cada cuatro años.

En España, después de la UCD y el invento del centro, se juega a achicar los espacios, a disfrazarse y a colocarse. Todos al baile de máscaras del centro, los demás ni siquiera entran en los debates. El CIS cocina, dibuja y dispone una España dormida en su tarde de diciembre seco y de heladas. Una España que se caldea al sol tibio de mediodía, que prescinde de una generación que se ha ido y quizá no vuelva. Y a la que no le importa en demasía que un pedazo de esa España se haya quedado fuera, en la cuneta de la crisis. Una España de la oportunidad y la picaresca, del vivo al bollo y tal, de ande yo caliente. Una España de descartes que enfila el XXI emboscada en sus dédalos históricos. La España del CIS. La España que es. Y la que viene.
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