viernes, 30 de septiembre de 2016

Periodistas

La Tribuna de Toledo, 30 septiembre 2016

Hace mucho tiempo vi una película que luego he vuelto a ver varias veces, pero en aquel momento me enseñó muchas cosas. Era Ciudadano Kane. Ya la había visto en la televisión, pero se había programado una especie de cine-club en el viejo salón de actos de mi instituto, Maestría, el Instituto Politécnico de Talavera de la Reina, en pantalla grande, de cine. Y no quería perdérmela. El sonido era infame, los diez o doce compañeros que estaban al inicio, pronto se fueron. Me quedé solo hasta el final. Aún recuerdo aquella proyección, el blanco y negro, los grises, la pantalla grande donde todo era más real, porque quizá en ella los ojos no alcanzaban a dominarlo todo, no abarcaban la anchura de la vida, o simplemente porque era más joven e indocumentado. Eran otros tiempos.

Era la segunda mitad de los ochenta, y personalmente venía de un enfrentamiento con la dirección del centro por publicar artículos en la prensa local, y expresar mi opinión sobre el estado del centro, profesorado, adecuación de las enseñanzas... esas cosas. Problemas por escribir. Y más por escribir lo que se piensa, cree y razona; tremendo error cuando quienes mandan no están acostumbrados a escuchar nada más que lo que agrada los oídos, o les sirve al juego de su poder. La prensa como negocio o herramienta, frente a la prensa como garante de la libertad y expresión. Lo aprendí bien.

Al periodista siempre le he visto como al responsable si no de la verdad, al menos de la información. El periodista no es un asalariado de una empresa, sino el garante de un servicio público indispensable. En tiempo de opinadores, y donde cada cual dice lo que cree y piensa en Facebook o Twitter, en la era de los tertulianos multiconocimientos, creadores de una opinión en una sociedad de bajo coste, cada vez más huérfana de referentes de “la verdad”, más que necesarios son imprescindibles los periodistas, los que preguntan e investigan, los que van más allá de la cáscara, los que rastrean más que la noticia, esa verdad que a veces es incómoda.

El poder sabe cómo funciona esto. La digestión de lo digital y efímero está siendo muy complicada, y casi todo vale. Yo soy de este tiempo, pero sobre todo de aquel, del papel. Papel, tinta, olor a recién hecho. Leer un artículo, analizar una noticia y notar la pluma de un profesional, te da la seguridad de que has podido conocer y descifrar, que alguien te ha enseñado, no adoctrinado ni vendido ninguna moto. El periodismo es oficio, pero también arte. Porque maneja palabras, y con ellas te crea, te dibuja una realidad. Cuenta, quizá lo fundamental en el ser humano.

Sin periodistas no hay libertad. Lo veo cada día. Siento cada pérdida como algo personal, pero sobre todo como algo que socava la libertad de la sociedad, que empobrece, como cuando en una ciudad majestuosa se va derribando uno a uno sus monumentos, y se sustituyen por vacíos. Y lo peor es que a casi nadie importa. Malos tiempos porque la libertad se nos va a borbotones en cada periodista que perdemos. Y así hasta que no nos quede.
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viernes, 23 de septiembre de 2016

La Talavera posible

La Tribuna de Toledo, 23 septiembre 2016
Claustro de los Jerónimos, en primer término, antes del incendio y derribo del ala derecha. Detalle de la fotografía de Charles Clifford. 1864. Archivo Municipal de Talavera de la Reina.


Allí el tiempo los devoraba.
El sol, la lluvia, el viento, el hielo.
los hombres iban desgarrándoles 
la piel, los músculos de piedra 
y ofrendaban el esqueleto
―fustes, dovelas, capiteles― 
al aire azul de la mañana.
Atormentados por los cardos,
heridos por las lagartijas,
cagados por los estorninos, 
por las ovejas y las cabras.

Los claustros (fragmento). Cuaderno de Nueva York. José Hierro.

Uno de los primeros recuerdos que tengo de ciudad es del día en que reventaron la cárcel de la Santa Hermandad de Talavera. Era un edificio arrabalado, pegado a la puerta de Zamora, con un artesonado mudéjar que salió hecho trizas a los primeros golpes de las máquinas; y con ellos todo lo que pueden albergar cinco siglos de historia y memoria de uno de los cuerpos de policía rural más antiguos del mundo.

En aquel tiempo hace ya más de treinta años recorría la Talavera que se caía a pedazos, la Talavera donde los nuevos edificios se llevaban por delante veinte siglos de historia, donde las excavadoras arrasaban sin pudor cimientos romanos y visigodos. Recorría la ciudad con una mezcla de impotencia y de rabia, sabiendo que lo que se caía, se derribaba, se vendía al mejor postor, era algo que jamás volvería ya, algo que la ciudad algún día reclamaría y de lo que se encontraría huérfana. Porque lo queramos o no somos tiempo, historia, identidad, anclajes en un territorio, en un tiempo, en una luz en un paisaje, en un momento único, pero que es el resultado y que está hecho de teselas de lo antiguo. Recuperar el patrimonio cultural inmueble de Talavera es una obligación para cualquiera que esté trabajando en el Ayuntamiento. Para cualquiera que esté al servicio de la ciudad.




Recuperar los claustros de Talavera, la Casa de los Canónigos y el propio claustro de los jesuitas ahora reconvertido en patio de artesanos, es una obligación que esta ciudad tiene con su pasado, pero sobre todo con su porvenir. Talavera necesita urgentemente mirar hacia el futuro para poder sobrellevar el presente. Y para ello debe recuperar los elementos fundamentales de la personalidad de una ciudad de más de dos siglos. Restaurar y recuperar los claustros, conseguir que se abra al público de una manera continua el de la Colegial, y dar personalidad al primer recinto amurallado con la restauración y puesta en servicio de la sociedad de todo el complejo conventual de San Jerónimo, debe ser uno de los elementos fundamentales de recuperación del patrimonio de la actividad para la próxima década, y el elemento clave que defina la consecución de la declaración como Conjunto Histórico Artístico.




Quiero ver restaurado el claustro de los Jerónimos, la casa de los Canónigos. Es un elemento fundamental del patrimonio de Talavera, pero también de la historia de nuestro país. Quiero verlo como aparece en las fotografías de mediados del siglo XIX, la magnífica postal de Clifford donde el claustro se abre sobre un Tajo que discurre lento y somnoliento bajo un puente volteado una y mil veces. Quiero porque es posible. Quizá trabajar por tu ciudad te puede traer estas compensaciones. Porque lo importante es hacer, crear, construir, y hacer realidad lo que hace muchos años, ya muchas décadas, soñaste cuando veías que tu ciudad se caía a pedazos y a casi nadie importaba.
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viernes, 16 de septiembre de 2016

Guerra civil

La Tribuna de Toledo, 16 septiembre 2016


Al entrar en el Ayuntamiento de Talavera por la plaza del Pan, lo primero que te encuentras, como antesala y declaración de intenciones y culminando el zócalo de González Durán, es el enorme cuadro de Mayo donde ingleses y franceses muy linda y gentilmente se escabechan unos a otros en los andurriales del cerro Medellín durante la batalla de Talavera, gloriosa hazaña y carnicería de la Guerra de Independencia o de las Guerras Peninsulares de Wellesley de la memoria inglesa. Algunas veces me siento en las sillas, en la penumbra de la escalera, y contemplo el cuadro, brumoso ya por más de cuatro décadas y la escasa luz que se filtra por el lucernario. Busco los perfiles, los detalles, las formaciones de los ejércitos en la lejanía...; y busco a Talavera, la Talavera que sirvió de escenario, y que luego fue arrasada y pagó cara esta batalla. Porque las guerras, además de los poetas, siempre las pierden las gentes. Todas.

Hace unos días reflexionaba sobre la costumbre arraigada que tenemos en Talavera a que vengan –o a que tengan que venir de fuera– a sacarnos las castañas del fuego, como si aquí no tuviésemos responsabilidad. Aunque una y otra vez durante décadas hayamos martilleado en frío, hayamos votado a representantes de partidos políticos que no han hecho nada por esta ciudad y su tierra, una y otra vez seguimos empeñados en echar la culpa a los mismos, no mirar hacia adentro, analizar, pensar y decir hasta aquí hemos llegado, que la responsabilidad es nuestra y si seguimos haciendo lo mismo, las consecuencias no variarán.

Quizá por ello creí desde el principio en el proyecto de Ganemos Talavera. Una oportunidad desde dentro para cambiar las cosas, transversal, reuniendo a la sociedad de Talavera y esas cosas tan bonitas que suenan tan bien, y que intentan agarrar el ritmo del nuevo tiempo político donde –parece– las mayorías absolutas y el ordeno y mando han pasado a la historia. Sigo creyendo. Sigo convencido de que es imprescindible coser la sociedad de Talavera, plantear una opción política compleja y horizontal, fuera de dogmas y arrinconamientos políticos, repito, ya superados. Una opción para creer, crear y crecer. Nos va el futuro en ello.

La asonada del pasado 7 de septiembre, revestida de asamblea y donde se iba con cuestiones más que peregrinas a por mi cabeza, recupera lo más clásico de la vieja política, las formas, y sobre todo el fondo. ¿Por qué? Dinamitar desde dentro no es nada nuevo, y más cuando como es el caso Ganemos Talavera ha sido el grupo municipal que más mociones ha presentado en el último año, más preguntas de respuesta oral, y ha hecho un trabajo más que digno, teniendo sólo cuatro concejales, la mitad de representación que Psoe, o casi un tercio que PP. Funcionar demasiado bien (recogiendo el trabajo de mucha gente de la asamblea) es un hándicap, y mejor reventar antes que la cosa cuaje más, y se nos vea como una opción creíble de futuro.

El resto, el intento de linchamiento, el escándalo posterior, y el intento de dividir el grupo municipal, pasando concejales al grupo no adscrito, es ya parte de la vieja escuela. Nada nuevo bajo el sol, porque ya sabemos que en estos casos el fin –el noble y alto fin– siempre justifica los medios. Lo dicho: nada pasa por casualidad. Y en las guerras, sobre todo las civiles, además de los poetas siempre pierden las gentes. Las gentes sencillas a las que decimos representar.
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viernes, 9 de septiembre de 2016

Las cabrillas

La Tribuna, 9 septiembre 2016
Fotograffía: Nasa. M45: The Pleiades Star Cluster. Credit & Copyright: Phillip L. Jones

De madrugada espero cada noche que suban las cabrillas, luciendo con delicadeza frente a los destellos de los últimos aviones. A las dos, cuando la ciudad entra definitivamente en silencio, un cárabo cruza silencioso entre los bloques de pisos, lento y cortando con suavidad la oscuridad, los brillos amarillos de las farolas y el espesor sin viento de un verano infinito con el que ya no pueden las encinas.

Cuando suben las cabrillas dejo a los mosqueteros, me quito las gafas y dejo que los ojos se acostumbren al brillo de las estrellas, que vuelvan a su enfoque de lejanías, de paisajes de estrellas en brillos sutiles. Dibujo el mapa de las constelaciones mientras los murciélagos navegan su espacio y entran y salen de las rendijas de la noche, de las juntas de dilatación de los edificios, de los tambores de las persianas, y salen y salen de los libros apilados, derrumbados, leídos este verano en las madrugadas de insomnio.

Me levanto y contemplo la ciudad dormida, la luna que cae, sube, llena el cielo de luz o silencio. Busco siempre la raya perfecta de Gredos, el brillo cálido de las barrancas al otro lado del río. Y mientras, los ojos se acostumbran a ese paisaje de lejanías, de oscuridad, lejos de las letras, negro sobre blanco, historias que emergen guardadas entre páginas, junto con los murciélagos y sus alas de metal. Miro a Gredos y sé que me espera el otoño. Pero no hay prisa. Aún es de noche. Aún es el tiempo de la noche, y siguen cruzando murciélagos, y bandos de abejarucos nocturnos como arcoíris que me marcan la derrota del tiempo que vendrá.

Observo un rato más las cabrillas, y dejo que sigan ahí, nebulando la noche como los alhelíes de Sancho. Y vuelvo a los libros, a los duelos a la espalda del Luxemburgo. Y de repente llega el viento, la brisa que mueve los álamos y despierta a los pájaros. Vuelvo a ponerme las gafas de cerca, y vuelvo a las distancias. Todo está ahí. Esperando.
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viernes, 2 de septiembre de 2016

La crueldad del PP con el Tajo

La Tribuna de Toledo, 2 septiembre 2016
Fotografía para la historia de la infamia del Tajo

Ayer en su intentona de toma de posesión, Mariano Rajoy, presidente nacional del Partido Popular sólo se dedicó a certificar lo que en esta tierra tagana sabemos desde hace tiempo: que el Tajo es un instrumento para conseguir votos en Levante. Punto. En un guiño a los votantes peperos de allí, dejó claro que al PP sólo le ha interesado/interesa barrer para la casa de los colegas de Murcia y Valencia, y permitir que los de Madrid nos envíen aún en pleno siglo XXI la cloaca del Jarama.

Al PP le sale barato el saqueo del Tajo. Su secretaria general regional, Dolores de Cospedal, aprovechó el omnipotente poder de su partido un lustro atrás para dejar atado y bien atado el Tajo-Segura con el Memorandum, un ejemplo de filibusterismo político a gran escala. En aquel momento el PP de Castilla-La Mancha y su secretaria general pudieron hacer algo por el Tajo. Y lo hicieron: lo regalaron en bandeja de oro a los negocios del agua de los aguatenientes levantinos, donde los votos, el agua y gran parte de la corrupción sistémica que ya ha aflorado, corren por los mismos canales.

No tiene nada de extraño por tanto que Rajoy dijera el pasado miércoles en sede parlamentaria lo de su apuesta firme y la de su partido –y la de su hipotético futuro gobierno–para con el trasvase Tajo-Segura. Y no es de extrañar que Dolores de Cospedal y los diputados castellano-manchegos, aplaudieran y asintieran. Es normal porque eso es lo que destila el análisis de los cuatro años de gobierno popular en Castilla-La Mancha: el desprecio más absoluto por esta región, no sólo en materia de gestión hidrológica, sino en cualquier campo que toques. Aunque eso no es óbice para que sea aún el partido más votado, y esté en inmejorable posición para gobernar después de las próximas autonómicas. En esta tierra, desde hace mucho tiempo, tenemos lo que nos merecemos, y el estar a la cola de casi todo nos lo hemos ganado a pulso, con unos y con otros y con los que vendrán.

Frente al guiño a las franquicias peperas levantinas del candidato Rajoy –espero que esta tarde se vaya a su casa con la “minoría” simple– el gobierno de Castilla-La Mancha debería hacer más y mejor. García-Page tienen la oportunidad de actuar con visión y decisión. O seguir lamentando trasvase tras trasvase, y seguir gobernando una región que tiene hipotecados sus ríos y su futuro. También eso da –mejor dio– su rédito político. Pero los tiempos han cambiado y precisan otro fondo y otra rotundidad.

La crueldad del PP con el Tajo continúa y continuará. El Tajo y el Tajo-Segura es uno de sus “argumentos” caza-votos más importantes. Y no lo van a soltar. Ramón Llamas, uno de los mayores sabios y expertos en materia de hidrología, ya lo dijo hace tiempo: “el agua ha cambiado el sentido del voto en España”. Quien controla el agua, controla el poder. Quien controla el Tajo, controla los votos, como antes los señoritos y los amos controlaban al pueblo con los jornales. Y ya sabemos que aquí, en Castilla-La Mancha, votos pocos, y la mayoría ganados para la causa. Lo dicho: quedan muchos años de trasvase y de lamentaciones. A no ser que nos lo tomemos, de una vez por todas, en serio. Si no esta región no dejará de ser el hazmerreir, la hidrocolonia y el mero entretenedero de políticos que sueñan con hacer carrera en Madrid.
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