viernes, 4 de diciembre de 2015

La España del CIS

La Tribuna de Toledo, 4 diciembre 2015

España es un país domesticado. César, a las tribus más ariscas, las exterminaba. Aquí algunos nos inmolábamos en hecatombes históricas perfectas. Aquí, en la Hispania ultramoderna, con todo el tráfico histórico e historiado que hemos soportado y exportado, al final nos hemos hecho de un carácter pastueño, quizá de respeto porque siempre aparecía detrás del cerro, la raya, o la playa, alguien cortando cabezas y escribiendo la nueva ley. España es un país donde la última guerra aún no se ha cerrado, donde sigue habiendo españoles de dos categorías, los que están enterrados en las cunetas, y los que tienen cruces en los camposantos y plazas.

España es un país conservador donde la derecha sabe cuándo cambiar la piel y camaleonizarse con los tiempos que se mueven. La derecha salta de lana en liana, y le sale bien, porque España es un país de prudencias, de nadar y guardar la ropa, y donde nunca a un rey se le ha guillotinado y se ha limpiado el paisaje. España es un país que tiene dos millones de jóvenes y menos jóvenes en el extranjero. A España antes se le iba la mano de obra sobrante del suburbio, los hijos que antes se hacían curas, monjas y frailes, pero que en los setenta y setenta, con la televisión, el seiscientos y las suecas en Benidorm descubrieron que había algo más allá. Ahora se le ha ido una generación que sabe inglés, ha estudiado carreras pero igual que hace cuatro décadas le sobra a España. España destila distancia y resignación, un me aceptas o te vas con tres cuartos de despecho y un cuarterón de pena y rabia.

España, la misma que expulsó moriscos, judíos y todo lo que le interfería en el cielo alto y despejado del mediodía patrio, ahora sigue marcando su rumbo y va surcando un tiempo que aunque nuevo se antoja antiguo, como las tardes escasas de diciembre. La España del CIS ha salido de derechas y sin remisión. Todo lógico. España es un país de medianías, de una infantería práctica y que sabe dónde se la juega cada cuatro años.

En España, después de la UCD y el invento del centro, se juega a achicar los espacios, a disfrazarse y a colocarse. Todos al baile de máscaras del centro, los demás ni siquiera entran en los debates. El CIS cocina, dibuja y dispone una España dormida en su tarde de diciembre seco y de heladas. Una España que se caldea al sol tibio de mediodía, que prescinde de una generación que se ha ido y quizá no vuelva. Y a la que no le importa en demasía que un pedazo de esa España se haya quedado fuera, en la cuneta de la crisis. Una España de la oportunidad y la picaresca, del vivo al bollo y tal, de ande yo caliente. Una España de descartes que enfila el XXI emboscada en sus dédalos históricos. La España del CIS. La España que es. Y la que viene.
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viernes, 27 de noviembre de 2015

Cieno y desprecio

La Tribuna de Toledo, 26 noviembre 2015

El pasado martes a la una de la tarde comenzó a trasvasarse la poca agua que queda en Entrepeñas y Buendía. Ayer, por si fuera poco, el BOE publicaba un nuevo robo de agua rumbo al Tajo-Segura. Los embalses, ya muy por debajo de la raya de los 400 hectómetros cúbicos -poco más de 300-, encaran un invierno seco, agotados, y con el grifo abierto hacia el Levante, pero cerrado hacia el Tajo puesto que ni siquiera se está llegando en Aranjuez a los seis metros cúbicos por segundo legales. Y por Talavera no baja agua, nada, tan poca este otoño que están emergiendo nuevas islas, horizontales, someras, donde en las atardecidas van a dormir garzas y cormoranes, y la certidumbre de que nuestro Tajo ya es sólo mero recuerdo, espejismo.

Al final de los números, los planes de cuenca, las razones técnicas, los argumentos... al final, me doy cuenta de que nada de eso sirve. Que todo es parapeto de la mentira, de la utilización, del saqueo impune, del robo al pobre y débil, el secuestro de la belleza, la libertad, el paisaje, el porvenir. Y que todo, números, memorándums, planes de cuenca, participaciones públicas, milongas y demás farándula... , son polvo, engaño. Nada. Que hay que hacer algo. Definitivo. Definitivamente. Para siempre. Sin medias tintas. Quizá aún no haya llegado ese momento. Faltan agallas, rotundidad política, visión de futuro. Y coraje. Cerrar el Tajo-Segura segura es muy fácil. Es una cuestión de justicia, equidad. Y razón.

Mientras, nos queda el cieno y el desprecio. Nos queda la ruina y la vergüenza, el olvido y la impotencia. Pero todo tiene su límite. El Tajo también. Y nuestra paciencia. Que no se olvide.
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viernes, 6 de noviembre de 2015

El tiempo de las nubes

La Tribuna de Toledo, 6 noviembre 2015

A veces en otoño las nubes cruzan errantes el cielo. Son nubes blancas, desprendidas de las borrascas que giran y giran en el Atlántico, nubes como enormes icebergs, lentos, y que dibujan formas perfectas en el cielo. A veces miro por la ventana y las nubes resbalan sobre las grullas que bajan desde lejos. Son las grullas, con su canto de sirena de vientos cruzando sobre las palmeras estériles de ciudad, las que me hacen mirar hacia arriba. Romper con el suelo, con la realidad, con la vida artificial de interior. Otras veces es al salir a la calle. Días cruzados Entonces las nubes batallan altas, empujadas por las tempestades del oeste o del sur, que son vientos de aires limpios y densos de mar. Son nubes aseadas, gruesas, que pelean arriba en un caos de velocidad y luz. A veces me las quedo mirando, y algunas sin saber por qué se detienen sobre la ciudad, y manchan de sombra la línea del Berrocal, de la sierra de San Vicente y hasta los territorios lejanos e indómitos de la raya de Guadalupe. Otras veces son nubes de atardeceres rojos y profundos, como el de hoy, donde los charcos reflejan manchas de luz y ondas donde van a navegar los pájaros del atardecer. Entonces son dos cielos, dos mundos que flotan en un espejo, agarrados por un imperdible de tiempo, un segundo que se escapa. A veces miro hacia arriba sólo para no encontrar un vacío en un cielo que lo es todo. Sé que desde allá arriba los dioses observan y juegan con los simples mortales, su reflejo de carne y pasiones. Allí esperan hecatombes perfectas mientras disponen. Otras veces las nubes pasan a ras de mi ventana y abro y agarro un pedazo y lo lanzo a volar en un trozo de papel, con una tinta verde que va dejando un rastro de agua y vida. Y a veces, cuando pasan rápidas y tupidas, subo arriba, muy arriba, al mundo mineral del musgo y las piedras que caminan y hablan, donde los robles terminan y los regatos se hunden en la tierra, de donde manarán después con sabor a entrañas minerales y a raíces. Y allí las nubes ya son agua horizontal que empapan el pelo y lo llenan de distancias, de sueños, del viento ligero de todos los cielos y los mares que esperan.
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viernes, 30 de octubre de 2015

Impunidad en La Portiña

La Tribuna de Toledo, 30 octubre 2015

El embalse de La Portiña y el Berrocal conforman uno de los espacios naturales y culturales más importantes de Talavera y los pueblos nortizos de la comarca. La conjunción de una lámina de agua estable embalsada, más el monte y piedemonte granítico de encinares, enebrales y formaciones vegetales específicas ligadas a roquedos de elevada pendiente del Berrocal, culminada por la atalaya medieval, y sumado a que todo el espacio constituyó el campo de operaciones de la Batalla de Talavera en julio de 1809, da lugar a un espacio único, sensible, y muy próximo a la ciudad. Por ello es visitado y usado con asiduidad, y existe un aula de la naturaleza, por el que han pasado desde su creación hace veinte años decenas de miles de escolares.

En estos momentos, y desde hace unas semanas, las máquinas destruyen este espacio. La renovación de la tubería de abastecimiento a Segurilla y Cervera de los Montes se ha convertido en una auténtica carnicería ambiental. Una obra pagada al 80 % con fondos europeos, y subcontratada para optimizar costes, ha creado una cicatriz de cinco kilómetros de largo por entre 10 y 20 metros de ancho, para canalizar una tubería de 25 centímetros de diámetro. La falta de control ambiental es más que indignante para una actuación que sólo contaba con autorización para desbroce, y que se ha llevado por delante cientos de pies de encinas y enebros, y que ha abierto en canal con pendientes inaceptables todo el valle del arroyo de la Atalaya. Y más que indignante es triste la falta de vigor político y de personalidad del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Talavera, que raya en el sonrojo si no estuviéramos delante del mayor desastre y delito ambiental de los últimos 30 años en su término municipal.

No hay excusas. Ni parapetos de permisos o que la obra es para abastecimiento. No se cumplen las especificaciones del proyecto, y por ahorrar se arrasa con todo. Hoy las retroexcavadoras y las orugas descarnaban en el entorno de la presa y depósito de agua de la Portiña, el suelo inmensamente frágil de cantuesos y tomillos, suelo de escasos centímetros que ha tardado en formarse cerca de setenta años. Todo perdido. Una cicatriz que quedará para siempre. Como el destrozo en toda esta obra chapucera a más no poder. Y lo más jodido de todo es que no pasa nada. Nadie asume responsabilidades. Nadie para el destrozo. ¿Consejería de Medio ambiente? ¿Para qué?, que todo vale y esto es tierra de Talavera, territorio del lejano Oeste ¿Concejalía de medio ambiente? Aquí no pasa nada, nos destrozan la casa pero lo hacen los colegas de partido de Segurilla y Cervera, y hay que tapar las vergüenzas. La impunidad campa a sus anchas montada en retroexcavadoras amarillas, políticos de medio pelo que subcontratan a los amigos y otros que hacen la vista gorda. Las encinas no tienen patas, el monte, asaeteado a cicatrices rojas, no puede defenderse.
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domingo, 18 de octubre de 2015

Sierra Soledad

Ayer crucé el Collado de Piedralba, entre la sierra de Sevilleja y la de Altamira a la espalda del Castillazo. Llovía, las nubes se enredaban en las crestas de cuarcita del Atalayón y la Jara tenía ese paisaje de presentimiento, de líneas difusas de cuerdas y cumbres que sólo traen los días metidos en nubes y nieblas. Desde el collado se diluían las líneas de los montes que caen desde el Estena, Estenilla, Estomiza o el Río Frío al Guadiana preso en Cijara, la raña de Anchuras, Rosalejo y Valdeazores. Líneas tenues, más bien presentidas y conocidas que definidas. Entonces me acordé de la historia de Simón Martín que escribí hace ya mucho tiempo. Esta primavera, si me vaga, juntaré todas estas historias y las publicaré, más que nada para que no se pierdan definitivamente. Para cuando suban las grullas.

Publicado en La Tribuna de Talavera el 29 de abril de 2002.
 

Sierra Soledad

Recuerdo que ocurrió un día de invierno ya lejano, a mediados o finales de los ochenta. No consigo acordarme del año, pero sí que por aquel tiempo los aviones de combate venían a las rañas de Anchuras a jugar a la guerra, y mientras realizaban tirabuzones, picados imposibles hasta pocos metros del suelo, lo llenaban todo con un ruido bronco y gutural que hacía enmudecer las sierras y cuyo eco se repetía como el trasiego de una tormenta aún lejana. De vez en cuando los aviones rompían la barrera del sonido y las aguas encalmadas del embalse de Cijara se estremecían con un ondular mínimo y casi imperceptible, que era como el despertar del espejo donde se venían a refugiar todas las nubes y todos los vacíos del cielo. En aquellos tiempos yo usaba unos prismáticos rusos, los Tento, una auténtica maravilla de doce aumentos que lo mismo servían para observar el vuelo lejano de las grullas o del águila que, llegado el caso, soportar sin inmutarse el caer veinte o treinta metros rodando por una cantorrera de la Jara. Eso sí, cuando mirabas por ellos todo quedaba tomado por un filtro verde y cálido, perfecto, aunque de eso no nos dimos cuenta hasta que muchos años después los más pudientes sustituyeron los viejos y perfectos prismáticos rusos por los japoneses o austríacos, que aunque más ligeros y de óptica más perfeccionada, -según aclaran los manuales y certifican los precios- nunca sustituirán la elegancia y prestancia de los viejos prismáticos fabricados en la URSS. Andaba yo aquel día de invierno, frío y despejado, aunque con barrunto de nubes y tempestades aún lejanas, por los ancones donde el Estena viene a morir al embalse del Cijara.

Andaba yo, demasiado dado a la nostalgia, con los antiguos mapas topográficos donde el Guadiana aún no había caído en la celada del embalse de Cijara. Ahí estaban las líneas azuladas y delgadas del Estena, del Estomiza, del Estenilla, del río Frío, aquel que nace a la solana del Rocigalgo entre quejigares y alcornocales, robles y lentiscos. Allí estaban el portillo del Cijara, el del Estena, los caseríos de las rañas, y la sierra del Aljibe, el serrijón magnífico que separa al Estena del Guadiana y viene a quebrarse en el risco del Molino. Andaba, decía, por los ancones donde el Cijara se interna por los confines del Estena, uno de los lugares más despoblados, olvidados y esquinados del mundo. Intentaba reproducir los perfiles, los lugares, los caseríos de los viejos mapas en la tierra actual. Aquel año el embalse se mostraba muy bajo, las sequías apretaban y los regatos hacía muchos meses que andaban desarropados. Observando los quiebros de dos F-16 sobre unos buitres negros asustados y nerviosos, bajé los prismáticos hasta uno de los golfos nortizos de la sierra del Aljibe, y descubrí, sobresaliendo a duras penas del agua, los restos de una pequeña casa, comida por el tiempo, en la que los muros aún guardaban la gallardía que ya le faltaba al entorno. Después de dos o tres horas de andar por jarales y de recorrer la orilla de lo que un día fuera el Estena, por fin llegué a las ruinas del caserío. 

Me sorprendí cuando, sentado sobre el arranque de lo que fuera muro de mampostería encontré a un pescador. Normalmente se quedaban en el viaducto, donde se llegaba bien con los coches o los dejaban los autobuses. Pero aquí, tan lejos del camino, de la carretera, de todo, era extraño. Pronto entablamos conversación. No parecía muy interesado en la pesa del lucio. A decir verdad ni hacía caso a la caña, ni al plomo hundido en el fondo legamoso que todo lo cubre y oculta. Sin preguntarle me comenzó a contar la historia de Simón Martín.

Simón Martín nació en una de las alquerías perdidas entre Minas de Santa Quiteria y Gamonoso. Su padre, porquero, pronto le enseñó a andar con las cabras por el monte. Desde chiquitín andaba por las rañas con la punta de cabras, se conocía hasta el mínimo rincón. Cuando le llegó el tiempo, marchó a quintas. Sirvió en África, y así conoció el mar, que era la primera vez que salía de este océano de montes y jarales. Cuando volvió pudo colocarse como gañán en Rosalejo. Pero no quiso. Entonces ya le había dominado el mar que encontró en la costa de África, y se le hacía imposible aguantar los secarrales de esta tierra. Así que se marchó a América. Dicen que trabajó en el canal de Panamá, que luego subió a California, a las sierras del Norte donde aún rilaba el brillo del oro; trabajó en los muelles de San Francisco, entre chinos y barcos que llegaban para hacer grande a un país nuevo; y luego, con ganas de andar más lugares, bajó al sur, al Caribe y a las ciénagas de Maracaibo, donde hizo fortuna con el contrabando y compró una hacienda a la que llamó Sierra Soledad, en recuerdo a sus primeras tierras de la Jara, y tan inmensa que no se recorría en una semana a caballo.

Simón Martín, andado el tiempo, sintió el reuma de la vejez en las tormentas del Caribe, siempre perfectas, siempre a su hora, con una virulencia que anegaba el ánimo del más puesto. Simón Martín vino a sentir las querencias de la vejez cuando ya era rico terrateniente y con el petróleo de sus pozos había llenado muchos bancos, comprado gobernadores e incluso había financiado un golpe de estado que no triunfó porque en el último momento el general Obando, el hombre de paja encargado de asumir el poder, fue asesinado a balazos la noche anterior al levantamiento, borracho y feliz en un prostíbulo de mala muerte en los arrabales de Caracas.

Simón Martín, cansado viejo y rico liquidó sus posesiones y volvió a su tierra. Cuentan que se compró esta casa, pequeña y modesta, a la que también llamó Sierra Soledad, y algunas huertas junto al Estena. Y de su fortuna no se volvió a saber nada. Cuando vinieron los ingenieros que levantaron la presa del Cijara para decirle que sus tierras iban a quedar treinta o cuarenta metros bajo las aguas, los despidió a balazos, igual que a los Civiles, que a él no lo habían jodido ni los indios, ni los militares, ni los curas, y ahora, aunque viejo, no se iba a dejar joder ni por el mismo Franco, que él había lidiado con generales más bigotudos y cojonudos que éste.




Cuando comenzó a llenarse el embalse todo fue desalojado, derrumbado y la gente se marchó. Todos menos Simón Martín. El último que lo vio fue uno de Gamonoso que se acercó a avisarle que las aguas en dos o tres días llegarían a su casa y lo despidió con dos salvas de escopeta que le pasaron muy cerca del cogote. Y no se supo más de él. 

Cuando llenaron la presa y el Caudillo vino a inaugurarla, cuentan que, de entre toda la basura que se agolpaba junto a las compuertas de la presa, tuvieron que sacar un cartelón ensamblado con soga y de buenas tablas de fresno, donde por las dos caras se leía Franco cabronazo, y que iba firmada por S.M., en rojo profundo y como recién pintado. Dicen que fue Simón Martín, pero vete tú a saber. De su fortuna no se volvió a saber nada. Que si la dejó en algún banco, que si la donó a los liberales, que tampoco se le conoció nunca mujer que le robara la hacienda y la salud. Hay quien dice que lo cambió todo por oro y que anda enterrado en lo profundo de este embalse, en los rincones más encenagados y oscuros. Hace algunos años un pescador que andaba al lucio con pez vivo, agarró con la albateja una figura de oro macizo, pesaría diez o doce quilos no crea, que dicen que era precolombina o así, y que volvió locos a los arqueólogos y gente rara de ésa, que no sabían que hacía en este culo del mundo un ídolo maya. Luego se lo llevaron a Toledo, lo escondieron en el sótano del museo ése que tienen y si te he visto no me acuerdo. A mí todo esto me lo contó uno de Minas de Santa Quiteria, y cuando el embalse anda bajo me vengo a este rincón a ver si un día pica algo y soluciono el porvenir, ¿no cree?

Mientras acababa de contar la historia el pescador recogió los aparejos. El cielo se había cubierto y amenazaba tempestad. No llovía desde hacía al menos dos o tres años, y la tierra se había olvidado de qué eran las nubes, de lo que ocurría cuando el cielo se deshacía. El pescador se marchó entre los jarales y me dejó enredando entre los restos de la vieja casa de Simón Martín. Se me hizo tarde. Pronto empezó a nevar, y me vi mal para llegar al coche, ya de noche cerrada, entre el silencio espeso en que las nevadas, tan a trasmano, envuelven a los montes de la Jara. 

Aquella nevada aguantó una semana. Luego llovió todo el invierno y la primavera. El embalse subió varios metros y ni siquiera en las sequías épicas de los noventa llegó a estar tan bajo. No he vuelto a ver las ruinas de la casa de Simón Martín, aunque siempre que voy al Cijara rebusco con los prismáticos rusos, que empiezo a creer que todo fue un espejismo que sólo funciona con las lentes verdes de los viejos Tento en los días de invierno que nieva sobre la Jara. Algunas veces me siento al pie de la arruinada casa de los peones camineros, allí donde los fósiles de un tiempo antiguo y olvidado emergen grabados en la pizarra ajada y gastada por el agua, y revivo la historia de Simón Martín. Allí en el fondo del embalse, donde los lucios juegan entre el légamo con el resplandor del oro, estoy seguro que Simón Martín vigila los recuerdos de Sierra Soledad.
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viernes, 16 de octubre de 2015

Los tiempos del Tajo

La Tribuna de Toledo, 16 octubre 2015


No se va a mover nada en el Tajo hasta más allá de las elecciones generales. Las piezas negras están colocadas sobre el tablero político, y las blancas, el Tajo y sus desguaces, andan ya escasas de efectivos y muy arrinconadas en el tablero. Políticamente no veo ganas en el gobierno de Castilla-La Mancha de dar guerra con el Tajo, es decir, defender los intereses de Castilla-La Mancha. Con el almacén de residuos nucleares de Villar de Cañas hubo mucha prisa en ampliar la Zona de Especial Protección de las Aves, pero no hay prisa en meter mano al problema del Tajo, a la seca de Entrepeñas y Buendía ya convertidos en inmensos barreños de lodo.

Me sorprendió que hace unos días el presidente Page no dedicara ni una palabra al problema del Tajo durante su intervención en la presentación del nuevo delegado de la Junta en Talavera. Ni una. Puede que haya un pacto de partido –uno más– para no tocar el asunto del Tajo antes de las generales. Ya se sabe: pactos de barones, que hay más votos en Levante que en la Mancha tagana, como dice la prensa mediterránea…, esas cosas que nos sabemos de corrido. El Tajo, aparte de donante universal, ha sido –y me temo que será– el cromo político o el comodín que usar en el momento adecuado por alguna prebenda política territorial o personal.

Las fichas negras del tablero se han organizado. Ahí está la ministra Tejerina vendiendo las excelencias de la política hidrológica de la era Rajoy, dejando de lado que desde Bruselas ya han dicho que las chapuzas de España no van a colar, y que los planes hidrológicos incumplen las directivas europeas. El nuevo plan de cuenca vuelve a dar una vuelta de tuerca definitiva al Tajo. Y desde los lobbys políticos y económicos trasvasistas ponen toda su artillería y llorera para pedir agua barata de donde sea y como sea.

Y en éstas en Castilla-La Mancha seguimos en nuestro particular pantano barométrico. Si el Ebro estuviese seco por un trasvase brutal a otra región, en Aragón, La Rioja o Cataluña no estarían en silencio, aplicando y acatando la sordina oficial. Si el Guadalquivir se hubiese trasvasado, en Andalucía no estarían con los brazos cruzados. Quizá al final nos tengamos merecido lo que nos toca. Cospedal se ha ido de rositas después de rehipotecar para décadas el Tajo y el futuro de buena parte de la región, y firmar un memorándum que quedará en los anales como una de las mayores traiciones a esta tierra. Y no pasa nada.

Viene el frío, el otoño, bajan las grullas. Quizá llueva, puede que no. Pero el Tajo continuará siendo un río preso en un preciso y diabólico aparataje jurídico y político. Hay que romperlo, destejer, desenredar el nudo que lo ata y mantiene en su Guantánamo. Hay que ponerse a trabajar a otro nivel. Y ya. El tablero y las piezas están. Vamos a mover pieza. O no.
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viernes, 9 de octubre de 2015

Izquierda de papel

La Tribuna de Toledo, 9 octubre 2015

Como dicen los comentaristas argentinos de fútbol, se vienen unos lustros de socialismo castellano-manchego a esta región. O un par de décadas. Page conoce el terreno, sabe el banquillo con el que cuenta, y cómo contentar tanto al público bocadillero de sol, como al selecto –permítanme la licencia– del tendido siete. Cospedal quemó sus naves trayendo a un ramillete de estirados de Madrid, que pensaban que esto era el cortijo, ellos los señoritos, y los paletos de aquí unas fotocopias en blanco y negro de Paco el Bajo y la Régula en los chozos manchegos de la raya de la linde. La soberbia en política no se contrarresta con toros enlatados y una campaña de comunicación donde al paisano se le deja por imbécil en cada telediario. Page ha cogido el poder y no lo va a soltar. Sabe jugar en cada rincón de la región, y ha elegido bien a esas segundas y terceras filas imprescindibles para mantener en paz y libre de pieles rojas un territorio enorme, como los de Oregón o el Yukón en las películas coloreadas de los años treinta. Podemos es una anécdota ya fagocitada y diluida como un chorrillo de aguardiente en una cantimplora de café aguado. Ni son los que deberían haber estado, ni están haciendo lo que en teoría debería ser la labor de un partido que viene a satisfacer a la gente, la necesitada, la que se moviliza y quiere cambios de verdad. Vamos, como si pides un orujo blanco y te sirven un licor de manzana sin alcohol.

Ante este panorama las generales se presentan pastueñas y sosegadas. Los mismos de siempre en los sillones de siempre. PP y PSOE colocan las mismas figuras en los carteles, ora en el Senado, ora en Cortes, que qué más da. Ciudadanos a ver qué trinca, y Podemos de perfil, reclutando a mercenarios sin mochila, si acaso algún manual de arribismo; y los que no traguen, a juntarse en los Comunes o como se quiera llamar, en la izquierda que de momento no es de figurar ni de papel, sino real, y que están en los ayuntamientos, dando la cara y trabajando. Es una sensación extraña de haber estado ya aquí, de haberlo vivido. Una divertida maniobra lampedusiana, para conducir al redil al rebaño que por un momento pensó por sí mismo, que vislumbró que quizá las cosas podían ser diferentes.

Un escenario muy conservador el que se presenta, con la mayoría de los equipos jugando en un trozo muy reducido del césped, porque el poder se gana en el centro, en el centro-derecha, y la izquierda viene muy bien para los mítines pero complica la vida a la hora de gobernar. ¿Y Castilla-La Mancha? ¿Y la provincia de Toledo? Pues a lo mismo de siempre. A no pintar nada, al vagón de cola, al ladrillo cuando toque otra vez, o a ver qué nos inventamos. ¿Y la gente? Pues eso.
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viernes, 25 de septiembre de 2015

Unidad por el Tajo

La Tribuna de Toledo, 25 septiembre 2015



Al Tajo sólo lo salvará y recuperará la unidad. Y también la memoria, y la lucha, y la rabia, y el recuerdo de que sólo somos lo que conseguimos pelear. Muchas veces me he recostado sobre los pretiles de los puentes que lo cruzan y me he preguntado si alguna vez podré contemplar al Tajo que fue, al que se llevaron, al que robaron las aguas color azul profundo de los perdederos del alto Tajo, encalada con el verde limpio y refulgente de los ríos del Guadarrama y Gredos. Me he preguntado si alguna vez volveré a contemplar al Tajo vivo y libre, porque la libertad no se negocia, no se emplaza a fechas ni a quizás. Se agarra y se respira. Y el Tajo lleva demasiado tiempo en coma inducido, secuestrado, robado, apaleado, confinado en su Guantánamo de leyes bastardas y traicioneras.

Hubo un tiempo en que España fue ejemplo mundial de planificación hidrológica. La visión de cuenca hidrográfica, más allá de los intereses particulares territoriales, sembró ejemplo a uno y otro lado del Atlántico. Perdido ese norte, ahora la política “hidroilógica” la dictan políticos de medio pelo e ingenieros sumisos y a sueldo de constructoras, anclados en postulados de medio siglo atrás. La política hidrológica nacional la diseña un lobby bien cebado con las aguas del trasvase, que da para tanto como para engrasar fundaciones, secretarías de Estado, y mamoneos y prebendas a orillas del Júcar y Segura. El trasvase Tajo-Segura es tan innecesario como anacrónico, pero es un trasvase de riqueza y de recursos públicos muy subvencionados, a manos privadas, incluidos sindicatos de regantes y todo el negocio (en su más amplia acepción) que esto conlleva.

El Tajo está muerto simplemente porque no hay voluntad política para cumplir leyes y planificar con visión y moldes del siglo XXI. El Tajo es un cadáver agotado, putrefacto y maloliente porque interesa políticamente en Madrid que continúe así. No hay razón técnica o hidrológica para que el Tajo se encuentre en este estado de abandono, sólo que si los ciudadanos no nos podemos ni acercar a él, es más sencillo robar sus aguas a espuertas, usarlo para producir kilovatios, desangrarlo y convertirlo en un vertedero.

Mañana por primera vez en la historia dos países, España y Portugal se unen para clamar que vuelva el Tajo. Que vuelva nuestro río, el río de los ciudadanos, de los ribereños. No de los dueños del Tajo, de los regantes del trasvase Tajo-Segura, de las hidroeléctricas y nucleares, de la infame regulación que lo seca y reduce a hilos, de una gestión española que lo envía muerto y mínimo hacia Portugal, que lo confina a pudrideros inmensos en los embalses extremeños. Más de veinte localidades a orillas del Tajo dirán que quieren recuperar su río, que se cumplan las leyes, que otra gestión es posible. Unidad por el Tajo, unidad en España y Portugal, que aquí no hay fronteras. Unidad de sus gentes. Unidos por un río, por un futuro.

Mañana sal a la calle. Asómate al Tajo. Protesta. Pide lo que te corresponde, lo que nos corresponde. Un Tajo vivo. El cierre del Trasvase Tajo-Segura. El Tajo sólo regresará si lo gritamos, si lo luchamos. Que no se nos olvide.
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viernes, 7 de agosto de 2015

Page y el Tajo

La Tribuna de Toledo, 7 agosto 2015


Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, tiene en sus manos recuperar el Tajo después de cerca de 40 años de expolio. Pocas veces en la vida de un gestor público, de un político de carrera, se presenta la oportunidad de pasar a la historia, de dar mayoría de edad a la región que gobiernas. Castilla-La Mancha siempre será una región de segunda mientras tres de sus grandes ríos –Tajo, Júcar y Segura– sean empleados para, en el más claro ejemplo hidrocolonalista, crear riqueza en otras regiones, ya de por sí con un PIB y renta superior –antes y ahora– a la nuestra.

Cospedal lo tuvo en su mano. Evidentemente no lo hizo, y ya sabemos los lodos que está trayendo su colaboracionismo y dejar hacer. Consejo de Gobierno extraordinario en Sacedón, declaración explícita de intenciones y tres medidas claras dentro del marco competencial del estatuto regional. Y fuera. A pelearlo en la calle, en los tribunales y donde haga falta. Porque no hay que caer en el discurso de insolidaridad o reparto del agua, o de la España que se muere de sed. Nada de eso. En la cuenca del Segura hay tanta agua que se pueden permitir el lujo de incumplir y saltarse a la torera el artículo 60 de la ley de Aguas, dando preferencia a usos de regadío frente a abastecimientos. Y ahí están esperando las desaladoras, no por capricho, sino porque hay que recuperar el coste de la inversión, y Europa dice que qué pasa, y el coste del agua real (no gratis como la del trasvase), es más que aceptable.

El trasvase Tajo-Segura se sustenta simplemente en dos pilares: en primer lugar un chantaje político bien manejado desde Valencia y Murcia. En España no hay problemas de agua, hay un problema de una sobreexplotación privada muy puntual, que pone todo patas arriba, y que hace de su problema uno nacional, y unos políticos que por un puñado de votos y mantener el estatus, siguen machacando con el trasvase… Y por otro lado, un lobby tan casposo como efectivo, el del SCRATS, Sindicato de regantes del Tajo-Segura, que gracias a un agua hipersubvencionada, mueven dinero y voluntades a capricho, ya sea en su territorio o en el ministerio de Agricultura. No hay más.

Entrepeñas y Buendía bajarán de 400 hm3 la semana que viene, al final de septiembre de 300 hm3.... El Tajo entre Bolarque y Talavera de la Reina entrará ya en situación oficial de Emergencia, algo insólito, mientras se siguen aprobando y acumulando trasvases. El cieno de Entrepeñas y Buendía, los camiones cisterna abasteciendo pueblos, el reguero de aguas marrones y muertas de Toledo, el río desguazado en Talavera de la Reina, son imágenes de otro tiempo, pero que tenemos aún en este pedazo de Castilla-La Mancha por donde pasa el Tajo. El presidente de Castilla-La Mancha tiene en sus manos recuperar el Tajo. Porque a veces la política precisa de vuelo largo. Y ésa es la política que queda y vale.
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viernes, 31 de julio de 2015

Urban-icidios

La Tribuna de Toledo 31 julio 2015


A la ciudad se la quiere o se la gestiona. No hay otra. Varios proyectos Urban han ejecutado o pasan por las armas en este mismo momento buena parte del paisaje urbano de Talavera de la Reina. Cuando digo armas me refiero a mal gusto y retroexcavadora. A la ciudad, Talavera de la Reina, se le apañan unos proyectos de escuela de diseño, sin el más mínimo conocimiento ni cariño por la ciudad, por su trama urbana y social trazada durante décadas de convivencia. En este todo vale, o proyectos de todo a cien, donde prolifera el ensayo burbujero de escuela y colorines, se olvida lo sustancial: la ciudad y su respeto. Quizá el caso más sangrante –hasta el momento– sea la plaza del Salvador, con el mamotreto que han colocado. Pero hay y vendrán más.

El problema de Talavera, no es que no se la quiera –que eso ya se ve sólo con dar un paseo por sus calles–, es que se la gestiona desde el pasotismo, la desgana, el dejar hacer y la absoluta falta de compromiso y visión de una trama urbana de veinte siglos, compleja cuanto menos, y donde no se puede actuar con la alegría que se hace. Los Urban, al final, con las prisas y con el todo vale general que nos lleva, se convierten en pegotes monumentales contra la ciudad y el buen gusto. En ningún momento, en ningún ladrillo, denotan capacidad crítica, ni de visión de conjunto de la ciudad, la que tenemos, ni mucho menos la que queremos, o la que sería posible. Porque cuando no se sabe a dónde se va, es muy difícil llegar a ningún lado. Y eso es lo que nos lleva en esta ciudad. No existe planificación del espacio urbano, ni un desarrollo –ni consecuente ni nada– del Plan especial de la Villa; no se encaran los verdaderos problemas, y la gestión, el día a día, disfraza la incapacidad de materializar un proyecto de ciudad.

Aún se está a tiempo de parar los Urban-icidios de la entrada a Patrocinio, de la plaza del Reloj y de la Corredera. Y hay que plantearse detener y buscar una solución razonable a los de la plaza del Salvador y san Miguel. Talavera debe dejar de ser la ciudad del todo vale, de los pegotes urbanísticos, de la chapuza de última hora porque se nos escapa la subvención…

Las plazas y el entramado urbano, son espacios abiertos, por definición. Para el ciudadano. No son museos al aire libre de ocurrencias. Que cada uno se las pague y se las ponga en su casa. Pero a Talavera se la colocan en la piel Urban-icidios como tatuajes de mal gusto en una noche de borrachera. Qué pena.
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viernes, 24 de julio de 2015

Talavera en vía muerta

La Tribuna de Toledo, 24 julio 2015

Hablar del ferrocarril en Talavera de la Reina es hablar de la historia de un desguace anunciado. Hablar del ferrocarril, como hacerlo del Tajo y del Alberche, del fenecido Mercado de Ganado, o de tantas otras cosas que antes fueron y ahora ya no son –o están en vías de extinción– es recurrir a las metáforas que acompañan al triste apagamiento, el decaer social y económico de la aún por poco tiempo ciudad más poblada de la provincia de Toledo.

El ferrocarril acabará por desaparecer de Talavera. Sin electrificación, sin doble vía, con tramos donde por el mal estado hay que ir a treinta kilómetros por hora… dibujan un escenario previsible, porque ni a Dios le ha importado en los sucesivos gobiernos nacionales o regionales la suerte de esta línea, si acaso en la periferia sagreña de Madrid.

Porque la línea Madrid-Lisboa, la que une las dos únicas –por el momento– capitales de la Península, ya se ha decidido que no pase por aquí, sino que se desvíe al norte por Salamanca. Ahí está como ejemplo el desaparecido por estos lares Lusitania Express, o los nuevos trenes que enlazarán las dos capitales. Las mercancías, igual: o por Salamanca o por Alcázar de San Juan. En medio, el vacío. 

Entre un AVE-Alta prestaciones, o como lo quieran llamar, que nunca acaba de llegar, y un convencional –del siglo XIX– que se cae a cachos, el apeadero de Talavera luce flamante su abandono: sin taquillero, sin una sombra para los viajeros, sin una parada de autobús urbano… la perfecta estrategia de dejar caer en la ruina lo que sea (llámese Tajo, Mercado de Ganado…) para luego decir que ya no hay solución… que la oportunidad pasó.

Talavera de la Reina hace tiempo que se quedó fuera del mapa, como ese pueblo de Rayo McQueen donde dormitan hasta las señales de tráfico. Talavera de la Reina es el Radiador Spring del medio oeste peninsular. Y desde la misma manera que a esta situación no se ha llegado por casualidad, tampoco se va a salir por ensalmo; o, lo que es lo peor, mendigando ayudas, a la Junta o al Estado. Las soluciones, las exigencias, las presiones y el trabajo tienen que venir de Talavera, con visión, amplitud de miras y una planificación acorde con una estrategia diáfana. El resto llorar y lamerse las heridas.

Talavera está en vía muerta. O nos lamentamos o actuamos. El tiempo pasa.
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viernes, 12 de junio de 2015

Gracias a Aragón

La Tribuna de Toledo/Talavera, 12 junio 2015
Textura del agua del Tajo a su paso por Toledo. Fotografía: Yolanda Lancha. La Tribuna de Toledo

Si usted estos días ve que el Tajo se queda sin agua en Talavera, o con un caudal ínfimo en Toledo, sepa que es consecuencia tanto del Plan del Tajo del año pasado, como del memorándum del Tajo-Segura aprobado por el gobierno de Rajoy, y bendecido también en 2014por las comunidades autónomas afectadas, entre ellas Castilla-La Mancha. Por tanto la situación del Tajo es algo esperable, e incluso normal, puesto que como ya he dicho en otras ocasiones, el memorándum garantiza mucha más agua para el trasvase, pero limita por ley –tiene delito– el agua que puede salir hacia el Tajo. Es por eso que aunque estos días la estación de aforos de la propia Confederación Hidrográfica del Tajo en la localidad de Cebolla, dé mediciones de cero metros cúbicos por segundo, y que por Talavera no haya durante días ni siquiera un hilo de agua, no ya los “legales” diez metros cúbicos por segundo, nadie de las altas esferas de la Confederación, del ministerio, o del propio gobierno de Castilla-La Mancha, se ruboriza o pone el grito en el cielo. Nadie hace nada. Nadie actúa. Ésta es la situación: el río más largo de la Península sin agua, mientras el Tajo-Segura a tope, 15 metros cúbicos por segundo, caudal suficiente para abastecer a una comunidad de Madrid entera, y que se va a los regadíos intensivos y negocios del Levante. Lo de siempre. 

En estas se retiran ayer a última hora las enmiendas a la ley de Montes donde el PP iba a empotrar y esconder la regulación del Tajo-Segura, el paquete de medidas del memorándum que tumbó hace unos meses el Tribunal Constitucional. El PP quería meterlo en el Senado en dichas enmiendas –como en su día lo hizo en la ley de Evaluación Ambiental– , pero a última hora han desaparecido hasta una ocasión más propicia. ¿Por qué? ¿Adivinan? ¿Por la posición beligerante del aún gobierno de Castilla-La Mancha? ¿De nuestros senadores provinciales toledanos? De eso nada. Ha vuelto a ser Aragón, los pactos post electorales donde el PP tiene que negociar con partidos regionalistas, los que han paralizado de momento la tramitación de las enmiendas relativas al Tajo-Segura, enmiendas que también abren las puertas a posibles trasvases o ventas de agua encubiertas del Ebro. Hay que recordar que también fue Aragón, concretamente el gobierno de Luisa Fernanda Rudi, la que llevó el memorándum del Tajo-Segura al Constitucional. Ahora es el PP de Aragón, por otros intereses, el que vuelve a paralizar la modificación de la gestión del Tajo-Segura.

¿Y Castilla-La Mancha? Pueden poner ustedes el calificativo que mejor les venga: ausente, complaciente, entreguista… Y, mientras, el Tajo como está. Como decía el pasado viernes en esta columna, hay que empezar a trabajar y desde ya. No hay un segundo que perder para recuperar el Tajo. Esto no puede seguir así. Asómese usted al puente de San Martín en Toledo, o al Romano en Talavera. ¿Es esto un río del siglo XXI? ¿Nos merecemos los ciudadanos de Toledo y Talavera eso? ¿Es posible que Castilla-La Mancha vuelva a pintar algo en la defensa de sus intereses hidrológicos?
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domingo, 7 de junio de 2015

Entre el Tiétar y Gredos: ésta es mi tierra

Este es el texto que preparé el pasado viernes para la conferencia inaugural de las VIII Jornadas por un Tajo, de la Red del Tajo/Tejo, celebradas en Candeleda. Sólo algunas historias.


Buenas tardes.
Muchas gracias por vuestra presencia.


Pocas veces una persona puede escribir, hablar de lo que quiere, de lo que le gusta, y hacerlo en el lugar especial donde ha vivido tantas cosas. Hoy yo lo puedo hacer. Me han pedido que no os hable de metros cúbicos por segundo, ni de hectómetros cúbicos, ni de caudales, ni de cuentas, de los números que todo lo reducen, que lo convierten en algo agarrable, mensurable, medible, manejable, sometible... vencible… como si la libertad, la belleza, la luz, la vida pudiesen resumirse en números, en una escala…

Espero no aburriros mucho, pero en todo caso, como hay confianza, podéis decírmelo y no pasa nada…

Quiero dar las gracias a la Plataforma contra la especulación urbanística de Candeleda, no sólo por esta oportunidad de expresarme, que es un honor…; y por el trabajo que ha hecho para dar cuerpo y espacio a estas ya VIII Jornadas por un Tajo Vivo. Sino también por su implicación en la defensa y denuncia de la situación de los problemas ambientales que afectan a Candeleda en particular. Agradezco su compromiso y valentía. Porque es signo de valentía en estos tiempos levantar la voz por lo que se cree. Que los ciudadanos se enfrenten al poder y a lo establecido, merece mi máximo respeto, y en una sociedad avanzada, culta y conocedora de sus derechos, serían elementos imprescindibles a proteger y cuidar.

Y, claro está, tengo que dar las gracias a Pilar. Pilar, la guerrera de Gredos como la llama Miguel Méndez, por su trabajo, superación e implicación. Nos conocimos cuando el intento de robar el agua de Candeleda para la urbanización que se quería hacer por encima del pueblo, que espero que ya esté durmiendo el sueño de todos esos proyectos megalómanos de hace una década que tanto paisaje se llevaron por delante, y que tantos bolsillos llenaron, y que tanta deuda nos han dejado en bancos que al final hemos rescatado entre todos con nuestro dinero.

Y daros las gracias a todos vosotros, compañeros de la Red del Tajo, que somos como ese ejército de guerrilleros que iban con el Empecinado y el Empecinadillo por las mesas y alcarrias, intentando dar golpes de mano a los franceses, ahora convertidos en la Confederación Hidrográfica del Tajo, en los regantes (los regansters) del trasvase Tajo Segura, el ministerio de agricultura y medio ambiente (es un decir), los gobiernos regionales… Todos afrancesados, vendidos al enemigo, que no es otro que la avaricia que acaba con nuestros ríos, la desidia que amilana a nuestros políticos y administradores, y el silencio y el dejar hacer cómplice de la población en general. Y, por supuesto, muchas gracias al pueblo de Candeleda, a sus gentes que hoy nos acogen de verdad, que nos acompañan.

Yo vengo de Talavera, que también es parte de esta tierra. Somos de raíces vettonas, aquel pueblo de ganaderos que vivía en estas sierras, en estos valles que se extienden hasta el Tajo. Pueblo de ganaderos y de guerreros.

Hoy os voy a contar sólo historias. Mis historias. No porque sean importantes, sino porque son mías y quiero compartirlas esta tarde con vosotros. Unas cuantas, no muchas, no os preocupéis…

Veréis, para mí hablar de Candeleda es como hablar de mí. Quizá al final de la charla, discurso o lo que sea esto, lo entenderéis. Desde hace mucho tiempo, finales de los años setenta, supe que Candeleda es mi tierra. No el pueblo, su casco urbano en concreto, sino toda su tierra. Para mí su tierra es lo que abarca la mirada desde el Tiétar en Monteagudo, no es algo físico, sino un territorio mental que he cruzado y sentido una y otra vez. Son las dehesas que suben desde Oropesa y la Corchuela. Son las cumbres del Circo que antes, recuerdo en los veranos de hace tres décadas– guardaban nieves que no se agotaban. Es el Tiétar. El Tiétar para mí es el río con mayúsculas. Es la vena aorta de mi conciencia, el pulso con el que siento las estaciones, y a donde vengo cuando tengo que pensar o decidir algo. Tengo muy clara la diferencia entre Arenas de San Pedro, Poyales o Madrigal. Sé que Candeleda es el punto exacto, el punto de fuerza, de energía o lo que sea. Pero que irradia y atrae. Al menos a mí.

Siempre he dicho que de mayor quiero vivir en Candeleda. Me hago mayor y no sé si lo conseguiré. Sí que tengo claro que no dejaré de venir y subir por los caminos y gargantas hasta que se me vayan las fuerzas.

Un hombre son sus recuerdos. Está hecho de ellos, son los ladrillos que conforman su fortaleza, la estructura que le sostiene, que le da forma frente a los demás. Me gusta el símil: el hombre se hace de ladrillos, de barro, de experiencia, que luego el tiempo va gastando, convirtiendo otra vez en arcilla que se disuelve en la tierra, que vuelve a ser lo primigenio. El año en que yo nací, en el invierno de 1969, el Tiétar saltó el puente de Monteagudo. Me lo contaron hace tiempo unos pescadores allí mismo, junto a la máquina. Mucho tiempo después, en el invierno de 1996 barrunté que podía estar ocurriendo lo mismo. Fue el último invierno de lluvias de verdad, después de una atroz sequía. Llovió tanto que se hicieron trampales en los caminos, y los arroyos se salían de madre una y otra vez. Quise venir a ver el Tiétar. La Guardia Civil no quiso dejarnos pasar con el coche desde el cruce de la carretera de Navalcán. Y vinimos andando, mi amigo Juanjo y yo. Con los regatos volteando las vallas de las fincas, cruzando la carretera, el Guadyerbas de lado a lado… Un espectáculo. Al llegar al Tiétar el agua daba contra la base de la carretera. La noche anterior había pasado por encima y aún lo intentaba. Me quedé allí, escuchando, sintiendo la fuerza del Tiétar, que no es una cuestión de caudal, sino de rotundidad, de vida, de algo no domesticado y libre. Jamás olvidaré aquellas horas que pasé sobre el puente. Luego he vuelto muchas veces, con agua o sin ella, con más o menos corriente. Pero sabiendo que el Tiétar es un río vivo. Si pasáis el puente un día de lluvia y crecida, y veis a un tipo mirando la corriente, seguro que seré yo…

He peleado siempre para que no se levante la presa de Monteagudo. Daría mi vida porque el Tiétar continuase siendo un río vivo. No exagero. Me conocéis y sabéis que es así. De pequeño me bañaba en los dos kioskos que se abrían verano. Y aguas arriba, entre las chorreras frente a la dehesa de La Solana donde subían los barbos y se tiraban a pescar los milanos negros y las garcetas subían y bajaban la corriente, entre bancos de mejillones de río, las náyades. Enfrente criaba el águila calzada, y una primavera crucé los jarales durante una tarde entera para llegar al nido. Cruzar un jaral de cuatro metros en una tarde del mes de junio, como la de hoy, no es poca cosa. Siempre he tenido claro que tuvieron que ser españoles, gente dada a batallar con los jarales, los que pudieran adentrase en los bosques y selvas ecuatoriales de América. Al final recuerdo salir destrozado junto a la orilla, bajo el fresno enorme que aún sigue allí, y mirarme y ver a cientos de garrapatas trepando por los brazos, las piernas, el cuerpo… Aquella tarde y el baño en el Tiétar, entre las ovas, no se me olvidarán nunca.

Como tampoco olvidaré jamás al Tiétar del verano de 2009. El río se secó, y su lecho se convirtió en una calzada empedrada de granito pulido y caparazones de mejillones. Recuerdo que subí hasta el Guadyerbas y sólo quedaban algunos charcos escasos donde se refugiaban galápagos y culebrillas de agua. Nada más. El Tiétar era como la piel de un dragón. Jamás imaginé verle así. Pero barrunto que no será la última vez, y viendo la fuerza de este verano y la sequía del último año, me temo que puede repetirse el episodio en un par de meses.

Contemplar el Tiétar seco, vacío de vida, te adelanta algo. A veces la vida pasa por momentos complicados, donde el agua se agota, donde el latido del río se detiene y la roca seca queda al aire. Al pasar la mano sientes siglos y milenios de agua fluyendo y trabajando y puliendo el granito, redondeando aristas y excavando pozas. Es algo vedado, secreto, que debe permanecer para siempre en su mundo de peces y profundidades, de corriente y agua. No es algo que deban contemplar los ojos, ni recorrer el sol o el viento, porque quizá hagan demasiado daño. Por suerte volverán los otoños y la lluvia, y el Tiétar volverá afluir. Y vendrán crecidas que sanarán la ribera y llenaran las profundidades de la piel del río.

He pescado carpas inmensas en la desembocadura del Arbillas, y me he bañado entre los barbos que te rozaban grandes y densos en el agua clara, frente al Moracho. Y he comido las fresas salvajes que crecía en los lindones de las fincas de regadío en Vadoconcejo. He bebido muchas tardes de la teja bajo el secadero en la junta del Albillas con el Tiétar. Recuerdo un día de junio que para un censo de aves en el Rosarito, junto con un compañero recorrí toda la orilla izquierda del Tiétar hasta la casa de El Moracho. Luego salimos por el camino de Valdecasillas. Volvimos al atardecer destrozaos, deshidratados, pero con los ojos y los sentidos llenos de uno de los pedazos de naturaleza más grandiosos de este país. Hace unos meses crucé junto con mi compañero Miguel Méndez las cuerdas de Bucher y el Coto de Valdecasillas hasta donde los mapas sitúan la Cruz del Canto Hincado, desde Migas Malas hasta caer en la raya de los Golines. La mejor mancha de monte del centro de la Península. En un alto, junto a la vieja casa del Espartero que ya se desmorona sin remisión, contemplé Gredos principiando la otoñada. Volaban águilas imperiales y pasaban grullas. Bañeras enormes de los jabalíes, trochas de los ciervos entre las madroñeras… Y Gredos, el malecón contra el que iba a dar el oleaje de millones de encinas, quejigos, alcornoques, melojos…

Una de las lecciones más importantes de mi vida me la dio Gredos. Subiendo la Garganta Santa María para luego trepar por el puerto de Candeleda. Era muy joven, mediados de los ochenta, y un amigo nos dejó a otro y a mí en Arenas, con la intención de venir andando durante la noche y luego, al día siguiente, subir hasta el puerto. No me preguntéis por qué no nos dejó directamente en Candeleda… pero si con diecisiete o dieciocho años no haces cosas inexplicables, al final puede que la vida, vista desde unos cuantos años más adelante, no tenga el sentido que debería tener.

El caso es que durante toda la noche estuvimos andando por la carretera hasta que llegamos a dormir un par de horas a la Fuente de la Canaleta. La noche, recuerdo, era radiante. Despejada. Millones de estrellas…lo normal. Pero en el cielo, de vez en cuando, se veían fogonazos de luz, como rayos lejanos… Pero el cielo no podía ser más transparente y vacío en la noche leve de junio. Temprano comenzamos a subir por el puerto de Candeleda. A medio camino, y antes de llegar a la puente del Puerto, sin que nos diéramos cuenta se montó la tormenta. Recuerdo el granizo, la tromba de agua, los relámpagos y truenos amplificados por el cuenco de la garganta. De repente un rayo cayó a nuestra espalda, entre los enebros. Vi la luz, blanca, zigzagueando alrededor, y el sonido acerado del silbido de esa luz. Fue durante unas centésimas de segundo, pero durará toda la vida. Allí podía haber muerto. El rayo jugó alrededor y luego se desvaneció en un trueno inmenso que se fue llevando poco a poco la tormenta. Aprendí que la vida se te puede ir en cualquier momento. Que no somos nada en la Naturaleza. Que un temblor suyo, una brisa, nos puede dejar fuera. Que ella es todo, imprescindible; y nosotros nada, totalmente (y quizá necesariamente) prescindibles.

El resto del día cruzamos andando también hasta la garganta de Chilla, y recuerdo al atardecer sentado junto al castro del Raso. Dormimos en la casa del guarda, y al día siguiente remontamos la garganta buscando los nidos del águila chivera... Pero esa es otra historia que habrá que contar otro día.

Las gargantas son el tesoro de esta tierra. Mi favorita es la garganta Blanca. La he subido hasta donde el agua desaparece bajo los bolos de granito, al pie de una de las últimas majadas, más allá del refugio de la Albarea, donde el circo se alza ya como una muralla, y al saliente van quedando las Hiruelas del puerto de Candeleda. He dormido allí, y en la garganta Lóbrega, más tendida, discreta y escondida. He bajado andando por las gargantas, saltando de roca en rocay he torturado a muchos coches por los caminos. Gredos es un lugar mágico. Al atardecer, cuando se levanta la brisa y el sol cae, crea una atmósfera dorada sobre los melojares. A mediodía el sol pule el esmeralda de las charcas, que como un rosario caen entre el granito y los enebros y robles.

A veces vengo a cualquier lugar perdido y me quedo las horas escuchando el agua de la garganta bajar. Este último verano me bañaba en la garganta Blanca cuando vi a una pequeña salamandra del Almanzor, y detrás de ella bajaba una culebrilla de agua. A mi espalda los acebos y alisos. Todo era perfecto.

Gredos es para sentirlo. Hay quien entiende la naturaleza como un escenario, algo que usar, comparar o traducir a números. Yo no. Tengo claro que la naturaleza es un lugar para crecer, y Gredos es el mejor lugar. Te da una enorme fuerza, pero tienes que sentirte parte del espacio, del paisaje, de la luz, del agua… Parte de un todo que no te pertenece, que te ayuda a ser, a entenderte, a buscar alguna explicación a lo que pasa allí abajo, a años luz de la paz y el silencio de aquí.

En Gredos, en las gargantas, viven saltamontes de todos los colores, puntos de luz brillante. Azules, rojos, amarillos, violetas que te saltan en un instante entre los pies. También habitan mariposas de cuatro alas que no he visto en otro sitio, libélulas de todos los colores, y lagartos que sestean al pie de los enebros. En Gredos, en las gargantas, viven martines pescadores, pero sobre todo mirlos acuáticos, raudos entre las rocas, con el babero blanco y el cuerpo negro. Me gustan sus nidos escondidos debajo de las pequeñas cascadas y chorreras. Me gusta la inmutabilidad de Gredos, saber que siempre estará allí. Quizá con más cicatrices por los caminos que se abren muchas veces sin sentido. Pero Gredos siempre estará allí, vigilando toda mi tierra, protegiéndola, el faro donde buscar el norte.

Es curioso. La vida muchas veces sólo se entiende mirando hacia atrás. Un día te paras en el camino, te sientas a la sombra de una encina, con el perro durmiendo al lado, miras hacia atrás…y empiezas a encontrar sentido a muchas cosas. Que hoy yo esté aquí no es casual. Tampoco que para escribir este texto haya viajado en el tiempo hacia momento, personas, lugares, olores, sensaciones que brillan de manera especial y que han quedado ahí, como hitos de un tiempo que se fue, que no volverá…quizá porque sea injusto robarle tiempo al futuro. Esos hitos de la vida, como los que marcan el puerto de Candeleda en las Hiruelas trepando hacia la fuente de Vaciazurrones, nos trazan un dibujo de lo que somos, es el hilo que nos sostiene y nos va diciendo, quizá, por dónde continúa al camino, aunque a veces las trochas se pierden, los helechares se comen los veneros, y todo cambia imperceptiblemente cada verano. Nunca somos el mismo, la poza estará allí, y con ella aquel verano, aquella ilusión, aquellos besos, aquella mujer nadando desnuda en las aguas frías y transparentes como una noche de junio… Siempre estarán allí, aunque nosotros seamos otro. Y lo veamos como el profesor Borj, en aquella película de Bergman, Fresas salvajes, la primavera del tiempo, o de la vida.

Espero que no os esté aburriendo demasiado… Voy terminando y dejo el sitio a Raúl…Ya queda poco…

Creo firmemente en el compromiso con mi tierra y con lo que quiero. A todos nos une esa voluntad de proteger lo que queremos: nuestros ríos, paisajes, bosques… Decía hace unos meses en una conferencia que impartí en Toledo, en la Real Fundación, que todos debemos ser conscientes de que el cambio depende de nuestra acción, de la acción de cada uno de nosotros. Debemos ser conscientes de que el cambio depende de nuestro impulso. Debemos sentir y proyectar la urgencia moral de no aceptar, no callar, no transigir, no esperar que otro haga nuestro trabajo. El cambio dependerá de nuestra acción. De su intensidad, de su convencimiento, de lo profundas que sean nuestras convicciones y de lo decisivo que sea nuestro compromiso.

Tenemos que coger a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros amantes… llevarlos a esos lugares que queremos y decirlos que eso es suyo. Y hablando del Tajo, el río que nos une hoy aquí y desde hace ya muchos años en media Península, decirles que debajo de toda esa capa de suciedad, de olvido, de abandono, de desprecio… habita un río. Que si somos capaces de levantar todo eso con la mente, con los sentidos, como si de una capa de Photoshop se tratase… el Tajo está ahí, sigue ahí. Las playas de la infancia, el agua tibia de julio. El azul refulgente donde se fundían las aguas turquesas, zarcas y calcáreas de las tierras lejanas del alto Tajo… con el verde profundo esmeralda del Guadarrama arrastrado por el Jarama, y que aún podemos contemplar en alguna fotografía en color antigua, en alguna película… Todo sigue ahí. Puede volver. Si queremos.

Y hay algo muy importante que debemos tener en cuenta: hemos de exigir la protección de la ley. Jamás tolerar que la ley nos discrimine y reduzca a ciudadanos de segunda categoría como ahora mismo ocurre.

Trabajamos por la justicia. Por lo que de verdad deben ser los cimientos de un país, de una democracia donde todos tenemos los mismos derechos, y el mismo trato por la ley.

Tenemos que ser ingenieros, técnicos… pero eso por sí solo no es suficiente; también y sobre todo debemos ser escritores, poetas, artistas…iluminados del Tajo y sus ríos. Escribir, hablar, pensar, creer, pintar, fotografiar, grabar, convencer… Y seguir. Seguir y no desfallecer. Despreciar la hipocresía. Escupirla a la cara y decir no: nosotros no somos iguales. Levantarnos una y otra vez. Nosotros creemos, tenemos fe, sabemos que las cosas pueden y deben hacerse de otra forma. Tenemos una misión y no pararemos hasta conseguirlo. Tenemos que ser capaces de sacar de nuestro interior la fuerza para enfrentarnos, para decir NO, para exigir respeto, para forzar el cambio. Tenemos la responsabilidad de dar voz a los que quieren, pero no pueden. Que no se nos olvide.

No sintáis vergüenza defendiendo el Tajo y sus ríos. Al defenderlos, al exigir recuperarlos, al enfrentaros con el statu quo, con el poder, con las cobardías, con las renuncias, con los políticos vendidos de todas las administraciones, con los indolentes, con los cínicos, con los que os dicen que para qué perdéis el tiempo, para qué os molestáis, para qué hacéis el ridículo…al encarar todo esto estáis demostrando que existe esperanza. Pero sobre todo que estáis vivos, que estamos vivos. Que la libertad existe. Que peleáis por ellas, porque no hay mayor símbolo de libertad y esperanza que defender, que luchar por lo que de verdad crees que es justo.

Esta noche, cuando vuelva a Talavera, me pararé en el puente de Monteagudo. La luna ya está de retirada, pero habrá aún buena luz. Las higueras locas del puente llenarán el aire con su olor a verano. El Tiétar bajará mínimo, quizá un reguero. Puede que se zambulla alguna nutria, o cruce un búho real. Todo estará ahí. En silencio. Como siempre, para siempre.
 

Muchas gracias
                                                                                        Candeleda, 5 junio 2015

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viernes, 5 de junio de 2015

No hay tiempo que perder

La Tribuna de Toledo, 5 junio 2015

El próximo 30 de junio finaliza el plazo de alegaciones a la revisión de los nuevos planes de cuenca hidrológicos, también los ocho en los que Castilla-La Mancha tiene intereses, entre ellos por supuesto dos que revisten gran importancia para nosotros: el Júcar y el Tajo. Es decir: en poco más de tres semanas se cierra la información pública y el plazo de alegaciones a los documentos sobre los que se gestionarán los ríos hasta más allá del año 2021, documentos que son un mero copia y pega de los planes hidrológicos vigentes y que como ya he venido indicando aquí, son nefasto para los ríos y para los intereses de Castilla-La Mancha.

No doy vueltas, lo digo claro: el próximo gobierno de García-Page debe actuar con urgencia e inteligencia y alegar con contundencia e inmediatez a los planes que más nos afectan, incluso analizar la posibilidad jurídica de bloquearlos, especialmente el Tajo y el Júcar. Sí, ya sé que son cuatro días después de la teórica toma de posesión, pero las cosas no pueden continuar como están: la planificación hidrológica del gobierno de Rajoy y el colaboracionismo del aún gobierno de Castilla-La Mancha, han diseñado un escenario muy negativo, como, sin ir más lejos, se puede comprobar en Entrepeñas y Buendía, completamente desangrados por el Tajo-Segura; o el río sin caudal en Toledo y Talavera de la Reina.

El escenario que se plantea en materia hidrológica es muy complicado y estrangula a Castilla-La Mancha para décadas. En Bruselas en unos días intentaremos que las quejas ante la Comisión y el Parlamento Europeo sigan vivas, pese a la presión del PP; así como ahí están los recursos ante el Tribunal Supremo. Pero además es imprescindible crear en el nuevo gobierno regional una consejería específica en materia de agua, con recursos, control y herramientas suficientes para defender nuestros intereses, además de recuperar el tiempo perdido en esta materia, porque Castilla-La Mancha se ha convertido en una mera cantera de recursos para enriquecer a otras regiones, y aquí estamos a dos velas, con los ríos cada vez más secos y con un aparataje legislativo -memorandum, decreto Tajo-Segura- que cada vez enmaraña y complica la gestión de los ríos que discurren por nuestra región. No hay tiempo que perder. Ni un minuto.
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lunes, 1 de junio de 2015

Los Molinos de Abajo

Este es un artículo antiguo, publicado en La Tribuna de Talavera el 29 de octubre de 2001. Las sábanas que escribía los domingos y se publicaban a toda página el lunes. No envejecen bien estos artículos, pero algo se puede rescatar de ellos. El sábado me di una vuelta por aquí, por la Morana, por lo que queda de ella. Aunque con los recuerdos pueda levantar lo que fue, ya físicamente no queda nada. Algunas veces busco fotografías antiguas fotografías aéreas de entonces, donde quede algo de lo que fue. Soy capaz de recrearlo todo, hoy como fue, igual que hice hace catorce años. Pero más que un tiempo que se ha ido, es un vacío que ha quedado. 



En aquellos días al río se llegaba por un camino polvoriento, sombreado por moreras y álamos gigantescos de sombra espesa y continua. En aquellos días el río quedaba lejos, en la distancia, allá donde el horizonte se plagaba de verdes, y antes de que las barrancas, blancas y altivas se levantaran como una muralla que cerraba el país inmenso donde vivían las tierras rojas, los montes verdes y dilatados. Allí, lejano, rumoroso, envuelto en la bruma de la presa de los Molinos, el Tajo bajaba ancho, espumoso, barrido por una patena brillante, verdosa, con olor a profundidades y a taray. 

Patrocinio, en aquellos años, era un pueblo de casas blancas, calles embarradas y alejado de Talavera por la distancia infinita del abandono. En los inviernos, charcos inmensos ocupaban las calles que, antes de convertirse en una manta de barro, las heladas transformaban en lagunas de hielo donde flotaban las nubes. Las chimeneas soltaban un humo rápido y ligero, y el anochecer temprano contemplaba el volver de los hombres montados en sus bicicletas. Cuando caída definitiva la noche, los últimos regresaban lentos, pesados, indolentes. Venían con monos azules, de Talavera, de alguna fábrica, de los talleres. Y la noche era silenciosa, acunada de grillos, con el vuelo raudo de la lechuza, la letanía lejana del cárabo o el mochuelo, y el paso puntual y oleado por el viento, del ferrocarril que iba cada noche a Lisboa, allí donde contaban los libros, daba el Tajo con mar.

Los veranos el calor azotaba con fuerza. Patrocinio entonces se encerraba tras las paredes encaladas y las ventanas cerradas al sol y a las miradas. Por aquel tiempo, junto a la entrada de la carretera de Talavera, frente al cementerio, los quincalleros y los húngaros montaban su campamento de colores, camionetas y críos correteando en todas direcciones. Morenos y renegridos de sol, campo y hambre, los críos correteaban por los andurriales, allí donde los centenarios troncos de los últimos olivos sucumbían bajo las excavadoras que dejaban sitio libre a las naves de bloque de hormigón y uralita.

El camino de la Morana pasaba junto a las tapias del cementerio. Allí los morales dejaban caer cada primavera una lluvia de frutos gruesos y negros, rojos y blancos, de la que la miríada de pájaros emboscada en los zarzales no tardaba en dar buena cuenta. El camino continuaba estrecho y envuelto por la sombra de álamos, enormes, negros, poseedores la serenidad de las alturas. En ellos se guardaba la oropéndola, amarilla y verde, recitaba su monólogo de distancias el cuco, y venía a colgar su nido de algodones y amentos el pájaro moscón. En las primaveras crecían los espárragos, verdes y tiesos, confundidos entre los troncos; en las primaveras emergía también el tallo del puerro, verde raudo, y en los otoños, como un milagro, del día a la noche aparecían sobre los troncos las setas abigarradas y pardas, arropadas por el amarillo moribundo con que el otoño barniza las hojas de la alameda.

El río se oía desde lejos. Primero era un rumor que apagaba el canto de los cientos de gorriones que pululaban entre los huertos y las granjas. Uno, entonces pensó que los ríos grandes, y el Tajo lo era, bajaban impulsados por el afán de llegar a un destino, a un mar que ocultaba lejanías bajo mantos de azul y olas. Hoy, uno piensa lo mismo, aunque sabe que un río navega la tierra como las ideas navegan al hombre, ligeras, posadas en lo profundo de la corriente, detenidas en los meandros de la razón, someras y antojadizas como la lluvia de abril. Al río, escribía, se le oía de lejos, con un rumor que crecía y que de lejos anunciaba el humor del Tajo, algunas veces desavenido y con estrépito de crecida, y otras entretenido y adormilado entre las ínsulas de tarays y garzas.

En los Molinos de Abajo funcionaba la central hidroeléctrica, y la vieja fábrica aún se mantenía en pie, así como la casa de la Morana, con su fachada blanca y su patio donde vivía la umbría fresca y crecía el laurel. Del recuerdo emerge la ribera tapizada de verdes y sombras, el viento lleno de pelusa de chopos, el canto del ruiseñor, del herrerillo, del carbonero, del jilguero, del pinche, del mito, de toda la sinfonía del bosque de las riberas. En el ribazo, por debajo de la vereda en que se transformaba el camino que seguía la orilla del río, surgían veneros de agua fría y clara que iban a dar, entre guijarros y grava pulida, con las aguas de un Tajo ya entonces quejumbroso y malherido. Subían los galápagos y bebían las gollorías, y, mientras, el río rugía y saltaba por encima del hormigón de la presa. La isla Grande era una inmensa selva de sauces, álamos, fresnos, tarays, enredaderas, zarzas, lianas trepadoras y toda la verdura que el Tajo era capaz de crear. Culminando los millones de verdes, surgían las copas altivas y anchas de dos pinos piñoneros, enigmáticos seres emigrados a esta tierra por algún designio misterioso. Cruzaban garzas grises y leonadas, cigüeñas y patos, y en las orillas los pescadores sacaban de lo profundo de las aguas verdosas y rápidas enormes barbos y delicadas bogas. Todavía se lanzaban los sedales largos y gruesos a lo más profundo de la corriente, con la esperanza de convencer a alguna de las últimas anguilas del Tajo; las presas levantadas corriente abajo hacía varios años que las impedían remontar la corriente, y las últimas se extinguían sin remisión en los pantanales inmensos de Alberche y las Herencias.

Río abajo se ensanchaba el bosque, el río corría rápido y silencioso y los remolinos torneaban la corriente y se la llevaban a las profundidades. A veces el río arrastraba troncos enormes, descuajados de algún lugar lejano y remoto, destinados a terminar su navegar varados en las encalmadas relucientes de arenas doradas. En ellos, sobre ellos, reposaba el andar de lugares, de paisajes, de sierras altivas y desconocidas, de aguas rápidas y limpias, de rincones de magia y martines pescadores raudos y azules. 

Algunos restos de tapias de adobe, gastadas por los inviernos, sobrevivían en las inmediaciones del pueblo, de Patrocinio. Eran restos malheridos, recuerdos moribundos de un tiempo definitivamente enterrado, como el puente del Bárrago, olvidado entre montones de estiércol al pie del cordel.

Un invierno de crecidas el Tajo volteó el ribazo y dejó al descubierto un panel de cerámica. Limpios de tierra, de barros y de siglos, al sol refulgían las figuras del XVI, vivas, de trazo ágil y olvido certero. Al escribir, el recuerdo rescata la imagen; imagen de colores antiguos, azules tan profundos y brillantes como debieron ser las aguas del Tajo; colores aviejados por el tiempo, pero rutilantes y deseosos de brillar bajo la luz tamizada por los chopos tras siglos de oscuridad.

Hoy no existen los álamos que sombreaban el camino de la Morana, ni los bosques de ribera del Tajo junto a los viejos molinos; no mana el agua limpia y fresca de los veneros, que en su lugar vierte un colector de aguas residuales. Los bosques inmensos e impenetrables de la isla Grande desaparecieron bajo un monocultivo de chopos, y una gravera hurga en las entrañas del río con todo descaro, sin que ningún responsable público se sonroje ni ponga coto a tanto desmán. El Tajo, con la puñalada del trasvase y el descontrol de los vertidos, ya no es lo que era en aquellos años. Pero en sus aguas, azules y verdosas, gastadas y resignadas, agradecidas y profundas, reside aún el color de los bosques traicionados, el canto desterrado de la oropéndola, vive el reflejo inquieto del pescador de trasmallo, del barquero. La última vez que fui a los Molinos, con las crecidas del pasado invierno, me quedé un buen rato escuchando el rumor de río grande del Tajo, allí donde la basura y los escombros usurpan el antiguo solar de las alamedas. Sobre la corriente navegaban, rumbo a su destierro, los recuerdos de un tiempo antiguo.
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