viernes, 27 de noviembre de 2015

Cieno y desprecio

La Tribuna de Toledo, 26 noviembre 2015

El pasado martes a la una de la tarde comenzó a trasvasarse la poca agua que queda en Entrepeñas y Buendía. Ayer, por si fuera poco, el BOE publicaba un nuevo robo de agua rumbo al Tajo-Segura. Los embalses, ya muy por debajo de la raya de los 400 hectómetros cúbicos -poco más de 300-, encaran un invierno seco, agotados, y con el grifo abierto hacia el Levante, pero cerrado hacia el Tajo puesto que ni siquiera se está llegando en Aranjuez a los seis metros cúbicos por segundo legales. Y por Talavera no baja agua, nada, tan poca este otoño que están emergiendo nuevas islas, horizontales, someras, donde en las atardecidas van a dormir garzas y cormoranes, y la certidumbre de que nuestro Tajo ya es sólo mero recuerdo, espejismo.

Al final de los números, los planes de cuenca, las razones técnicas, los argumentos... al final, me doy cuenta de que nada de eso sirve. Que todo es parapeto de la mentira, de la utilización, del saqueo impune, del robo al pobre y débil, el secuestro de la belleza, la libertad, el paisaje, el porvenir. Y que todo, números, memorándums, planes de cuenca, participaciones públicas, milongas y demás farándula... , son polvo, engaño. Nada. Que hay que hacer algo. Definitivo. Definitivamente. Para siempre. Sin medias tintas. Quizá aún no haya llegado ese momento. Faltan agallas, rotundidad política, visión de futuro. Y coraje. Cerrar el Tajo-Segura segura es muy fácil. Es una cuestión de justicia, equidad. Y razón.

Mientras, nos queda el cieno y el desprecio. Nos queda la ruina y la vergüenza, el olvido y la impotencia. Pero todo tiene su límite. El Tajo también. Y nuestra paciencia. Que no se olvide.
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viernes, 6 de noviembre de 2015

El tiempo de las nubes

La Tribuna de Toledo, 6 noviembre 2015

A veces en otoño las nubes cruzan errantes el cielo. Son nubes blancas, desprendidas de las borrascas que giran y giran en el Atlántico, nubes como enormes icebergs, lentos, y que dibujan formas perfectas en el cielo. A veces miro por la ventana y las nubes resbalan sobre las grullas que bajan desde lejos. Son las grullas, con su canto de sirena de vientos cruzando sobre las palmeras estériles de ciudad, las que me hacen mirar hacia arriba. Romper con el suelo, con la realidad, con la vida artificial de interior. Otras veces es al salir a la calle. Días cruzados Entonces las nubes batallan altas, empujadas por las tempestades del oeste o del sur, que son vientos de aires limpios y densos de mar. Son nubes aseadas, gruesas, que pelean arriba en un caos de velocidad y luz. A veces me las quedo mirando, y algunas sin saber por qué se detienen sobre la ciudad, y manchan de sombra la línea del Berrocal, de la sierra de San Vicente y hasta los territorios lejanos e indómitos de la raya de Guadalupe. Otras veces son nubes de atardeceres rojos y profundos, como el de hoy, donde los charcos reflejan manchas de luz y ondas donde van a navegar los pájaros del atardecer. Entonces son dos cielos, dos mundos que flotan en un espejo, agarrados por un imperdible de tiempo, un segundo que se escapa. A veces miro hacia arriba sólo para no encontrar un vacío en un cielo que lo es todo. Sé que desde allá arriba los dioses observan y juegan con los simples mortales, su reflejo de carne y pasiones. Allí esperan hecatombes perfectas mientras disponen. Otras veces las nubes pasan a ras de mi ventana y abro y agarro un pedazo y lo lanzo a volar en un trozo de papel, con una tinta verde que va dejando un rastro de agua y vida. Y a veces, cuando pasan rápidas y tupidas, subo arriba, muy arriba, al mundo mineral del musgo y las piedras que caminan y hablan, donde los robles terminan y los regatos se hunden en la tierra, de donde manarán después con sabor a entrañas minerales y a raíces. Y allí las nubes ya son agua horizontal que empapan el pelo y lo llenan de distancias, de sueños, del viento ligero de todos los cielos y los mares que esperan.
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