viernes, 11 de noviembre de 2016

Grullas de noviembre

La Tribuna de Toledo, 11 noviembre 2016


De anochecida pasan las grullas. Luna creciente partida en dos sobre el Tajo. El agua se extiende como un cielo de escamas de carpa, espejuelo detenido para siempre entre las azudas de la Morana y el Paredón de los Frailes. Altas, pasan las grullas en un bando pequeño, cansado, brujuleando las dehesas que ya se huelen más allá de la raya del Tajo.

No trompetean. Pasan en silencio, como no queriendo molestar, como si quisieran llegar discretas y sorprendieran la cicatriz del Tajo, las luces de la ciudad, y no quisieran que nadie se fijase en ellas. Como si desearan solo ser parte del paisaje, del cielo, de los luceros que ya apuntan altos para apuntalar la noche fría de noviembre.

Al Tajo de Talavera le caen esta noche oleadas de garzas, como nubes blancas, discretas, que vienen a encalar de blanco las saucedas y los espadañales. Los ánades puntean el agua de plomo, y las grajillas se bañan en las islas someras de ovas y algas. Y luego, con algarabía de vida, se van a su álamo negro, a escurrir las últimas gotas de su plumaje negro, a arremolinarse en su dormidero, atalaya de amarillos que se desangran en el Tajo. Cruzan los somormujos, las fochas y zampullines, diminutos como bolas de plumas. La noche va cayendo y escucho en silencio cada uno de los cantos de la ribera, el ruiseñor bastardo despistado, el carricero de paso, los petirrojos que ya se emboscan esperando y deseando el invierno.

En las noches de noviembre Talavera huele a leña, a leña de encina que se quema en las estufas, y que va llenando de un olor dulce y suave las calles vacías, mientras va impregnando la humedad y la niebla que suben desde el Tajo. En las noches de noviembre dejo abierta la ventana de mi habitación para oír la lluvia, el silencio profundo que precede al invierno; y para escuchar de madrugada, cuando pasan altos y lejanos, los ánsares del norte. Y para despertarme, entre sueños, con las grullas de la madrugada. Grullas de noviembre que llegan acunadas por la niebla y la luna creciente, como un río de tiempo, quizá ya como uno de los últimos relojes que marcan una vida que sólo existe alta en el cielo, o profunda y sumergida en la corriente del Tajo. Grullas de noviembre como el latido definitivo.
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