viernes, 26 de diciembre de 2008

DANCE AT BOUGIVAL


La Tribuna de Talavera, 26 diciembre 2008

En la puerta el indio mira hacia el cielo mientras la lluvia cae sin piedad y le va recorriendo el cuerpo de bronce y tiempo. Las lluvias arrecian desde los Grandes Lagos hasta esta frontera del Atlántico donde los bosques dorados terminan y empieza un océano azul y frío. Invierno en la ciudad gris. Dentro no llueve, hace sol, en una de las salas una pareja baila en la primavera de arrabal y viento cálido de junio. Al fondo otras parejas hablan, ríen, beben cerveza. Más lejos, entre los árboles, conversan caballeros encopetados y mujeres de mofletes sonrosados y flores rojas en el pelo. Pero ella baila blanca y ligera, él acecha detrás del sombrero, colillas y cerillas en el suelo y un detalle ligero de zapato. Ella mira, observa, piensa, gravita en un mundo propio e intangible, lejano a la música que flota en la tardenoche del suburbio parisino, de la mirada agria y fuerte, presentida, de su compañero de baile. Ella está, etérea, ausente, pero sigue bailando en la sala mientras los niños aprenden a dibujar los colores limpios y profundos de esta pareja que baila y baila para siempre. Ella no sonríe. El gesto es de huída, de rechazo, de lejanía. Todo contrasta con la escena de fiesta, con la música que ahora llega y va llenado toda la sala. ¿En qué pensará Suzanne Valadon? Allí al lado piensa desde su ventana la mujer de la Bocca Baciata. Sólo espera, perdida en un lugar y un tiempo muy lejanos, con una rosa blanca en el pelo ensortijado y perfectamente descuidado. La boca casi cerrada después del último beso, con la mirada esmeralda engarzada en algún recuerdo, también lejana de su tiempo, huyendo de ausencias o cercanías, como la chica del Bougival.

Las dos mujeres están ahí, las dos brillando autistas de su espacio y verdad, escapando de los lienzos y de su momento. Gravitan infinitas en tiempo y esencia, como la lluvia y el viento, como el recuerdo de una tarde de primavera al son de la música en un arrabal de París, o del espejo de Fanny Cornforth una noche de soledad. Las dos mujeres están ahí, nunca lo han estado en verdad, pero son sus miradas de lejanías.

El baile continúa en la sala, llega el rumor de fiesta. Afuera llueve. La mirada sólo es, al final, la verdad.
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BARRUNTO

La Tribuna de Talavera 19 diciembre 2008

Algún día se escribirá la historia del aeropuerto de Ciudad Real, y cómo es posible burlar la ley con la connivencia de casi todos, a izquierda y derecha, a oriente y occidente. El entremés bufo por el que permanentemente navega la política regional permite y apadrina estas y otras cosas que algún día aparecerán en los manuales de indecencia política. Pero ahora se airean al sol, se venden como logros, que la vergüenza es una especie tan escasa como lo serán las avutardas o los bichos que por allí volarán cuando empiecen a aterrizar aviones, o lo llenen todos de naves y polígonos industriales de esos que crecen como setas por la Mancha, aunque el Consejero de turno ya no sea de un pueblo de allí.

Pero no le quepa a nadie duda que la factura del aeropuerto será rotunda. Será algo más que dar marcha atrás en la reforma del Estatuto, olvidar lo del fin del Trasvase y esas tonterías. La factura del aeropuerto de Ciudad Real la pagaremos en el Tajo, manteniendo el Trasvase de cabecera y con la propina de uno nuevo, si es posible, aguas arriba de Talavera de la Reina.

Las facturas, como siempre, las pagamos aquí. Es increíble lo que esta ciudad aguanta. Nos vamos hundiendo, vemos cómo nos quitan el agua, cómo las industrias acaban siempre donde siempre, cómo la Universidad sigue siendo de juguete; y ya del AVE ni hablar, y menos del paro, o del vacío crónico de futuro que se respira en la ciudad y la comarca. Nos hundimos y dejamos que aún nos pisen y vengan los Consejeros a reírse de nosotros, a proclamar con indecencia la mediocridad de una política de opereta, de servir a los amigos para que los amigos tengan su aeropuerto o lo que se tercie.

La factura del aeropuerto va a ser gorda. Y la pagaremos en Talavera, como ya pagamos la del trasvase a la Mancha con el expolio del Alberche por Madrid. Y nuestros representantes públicos callarán. Es el juego, porque los intereses son los del partido, no los de los ciudadanos. Algo se barrunta, y no es nada bueno para Talavera
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jueves, 4 de diciembre de 2008

LOS ESCOMBROS DEL SILENCIO

La Tribuna de Talavera 5 diciembre 2008

Una vez recorrí la raya de Guipúzcoa con Navarra. Eran días de frío, de nieve en las cumbres de Larra y Roncesvalles. Los ríos bajaban con agua, los hayedos aguantaban el amarillo profundo que sólo habita en los países de la niebla. Los pueblos eran pequeños, vacíos, del viento. En los balcones de los caseríos colgaban las típicas banderas proetarras de independencia y libertad para los presos. No me gustó aquella tierra. Todo estaba limpio y verde, restaurado, como un decorado de la nada. No había gente en las calles. Pero la presión se sentía, te sentabas en las plazas de los pueblos, sobre los pretiles de los puentes, y sentías la hondura de algo muy oscuro. Los ríos pasaban rápidos y transparentes: no se detenían a mirar.


Años después, en San Sebastián, una tarde me fui a dar una vuelta por el casco antiguo. En aquel tiempo la librería Lagun tuvo que cerrar y recuerdo que la fachada y las paredes de alrededor estaban grafiteadas con dianas y amenazas. Al lado paseaban las familias, los niños jugaban al fútbol y todo discurría con la normalidad de las tardes de sábado. No existía nada que no fuera perfecto bajo la luz limpia de aquella tarde en el Cantábrico. Los grupos de radicales se arremolinaban en las calles del casco antiguo y las familias normales paseaban por La Concha o subían a sus hijos a los caballitos del Monte Igueldo. Todo era perfecto, cada mundo en su lugar, un mirar hacia otro lado, o ni siquiera eso, una contemplación aquiescente del monstruo.

Pero al monstruo no se le nombraba, no existía, estaba fuera de los parámetros de la vida, del día a día. Aquello era otra cosa, un perfil más del paisaje, que el monstruo sale a comer fuera, nunca a uno de los nuestros. Por eso es normal que si a un amigo el monstruo le vuela la cabeza, la partida tiene que continuar, sin más. El monstruo vive de los escombros del silencio. Y, al final, si miras bien, el silencio sólo es el fluir de una sociedad acostumbrada a pasear por los decorados de la nada.
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