La Tribuna de Talavera 5 diciembre 2008
Una vez recorrí la raya de Guipúzcoa con Navarra. Eran días de frío, de nieve en las cumbres de Larra y Roncesvalles. Los ríos bajaban con agua, los hayedos aguantaban el amarillo profundo que sólo habita en los países de la niebla. Los pueblos eran pequeños, vacíos, del viento. En los balcones de los caseríos colgaban las típicas banderas proetarras de independencia y libertad para los presos. No me gustó aquella tierra. Todo estaba limpio y verde, restaurado, como un decorado de la nada. No había gente en las calles. Pero la presión se sentía, te sentabas en las plazas de los pueblos, sobre los pretiles de los puentes, y sentías la hondura de algo muy oscuro. Los ríos pasaban rápidos y transparentes: no se detenían a mirar.
Años después, en San Sebastián, una tarde me fui a dar una vuelta por el casco antiguo. En aquel tiempo la librería Lagun tuvo que cerrar y recuerdo que la fachada y las paredes de alrededor estaban grafiteadas con dianas y amenazas. Al lado paseaban las familias, los niños jugaban al fútbol y todo discurría con la normalidad de las tardes de sábado. No existía nada que no fuera perfecto bajo la luz limpia de aquella tarde en el Cantábrico. Los grupos de radicales se arremolinaban en las calles del casco antiguo y las familias normales paseaban por La Concha o subían a sus hijos a los caballitos del Monte Igueldo. Todo era perfecto, cada mundo en su lugar, un mirar hacia otro lado, o ni siquiera eso, una contemplación aquiescente del monstruo.
Pero al monstruo no se le nombraba, no existía, estaba fuera de los parámetros de la vida, del día a día. Aquello era otra cosa, un perfil más del paisaje, que el monstruo sale a comer fuera, nunca a uno de los nuestros. Por eso es normal que si a un amigo el monstruo le vuela la cabeza, la partida tiene que continuar, sin más. El monstruo vive de los escombros del silencio. Y, al final, si miras bien, el silencio sólo es el fluir de una sociedad acostumbrada a pasear por los decorados de la nada.
En busca del tiempo perdido, en Alfaguara
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*Durante años me acosté temprano. A veces, nada más apagar la vela, los
ojos se me cerraban tan deprisa que no me daba tiempo ni a decirme: «Me
estoy...
Hace 3 horas
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