viernes, 19 de octubre de 2012

Nubes protectoras

La Tribuna de Talavera, 19 octubre 2012

A lo lejos pasan las nubes bajas y lentas. Mi lejanía esta tarde son las diez leguas allá al norte, donde no llueve pero las nubes encallan en los valles de la sierra de San Vicente, nubes grandes, espesas, grises, enormemente protectoras sobre las cicatrices de ceniza. Llueve poco, algunos charcos en la ciudad, las aceras mojadas, la gente pasa con paraguas, las luces de los coches ya encendidas, otoño de hojas verdes, tibio. Poca luz, sólo arriba, entre las nubes que pasan. Cielo sin grullas, cormoranes sobre el Tajo, petirrojos emboscados en las ramas bajeras de las calles tristes de esta ciudad de desguace. No. Tarde de lejanías, allí, en la distancia, anclada en las nubes que pasan y pasan. No merece la pena detenerse en las luces que surfean charcos raquíticos. Hay que tomar las calles, porque es lo que nos queda, el derrumbe de los escaparates tristes, de los maniquíes abandonados y polvorientos como aquella Penélope de Serrat. Pero no. Hay una distancia imposible de contar. En el ordenador pongo las entrevistas antiguas del archivo de la televisión pública, en blanco y negro, lentas, enteras y básicas. Pasan las horas entre las pausas de Onetti y los cigarros y los sorbos del vaso de whisky. Rulfo masculla las palabras como un polvo espeso de años y años. Aleixandre sigue anclado en la infancia, ese único lugar del hombre sobre el que se levanta una y otra vez, año tras año con el cemento del desencanto. Delibes habla como un paisaje perfecto de lomas, alcores y desgalgaderos de esa Castilla que sobrevive ahí afuera, ahora verde de octubre, en las suertes y los surcos eternos, barbechos marrones de Ferlosio en el Alfanhuí, timido y siempre descolocado.

Y pasan las horas, y las nubes, y las palabras y los silencios de otro tiempo, ya imposibles e inimaginables. Sólo va quedando la distancia. El no ahora. Diálogos largos, mirada en la lejanía, en la duda, en el tal vez, en esa nube atracada sobre el Marrupejo, en esa palabra de Onetti o de Cortázar prendida en un paisaje estéril de cenizas, de nubes protectoras capaces de cicatrizar, de acunar la sierra, la distancia, la vida.

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