sábado, 8 de agosto de 2009

LA PIEL DEL DRAGÓN


A media tarde algunas nubes altas filtran la luz. El cielo sobre Gredos es del mismo color que el lecho del Tiétar. El río está seco, el agua se esconde en dos o tres míseras charcas donde se refugian barbos y galápagos. Agua verde, espesa. Nada más. Nunca lo había visto así. El Tiétar es hoy un río de granito, con el alma gris de las profundidades obligada a soportar la luz, el calor, el sol de esta tarde de agosto. Los sauces han muerto, el fresno de la orilla pierde las hojas y se las deja llevar por el viento ligero. El nácar de las náyades rotas llena de brillos el paisaje. Son los restos del saqueo de las profundidades, de los lugares vedados y guardados siempre por agua y ovas, pero ahora desguazados sin piedad. No hay agua, todo es de la misma textura, no hay verdes vivos, ni azules en la corriente, sólo arena seca, polvo, aire seco. En el cielo cinco cigüeñas negras buscan una charca donde posarse. Van y vienen, un pollo de águila calzada vuela bajo, junto a ellas y a un milano negro. El Tiétar es la piel de un dragón oculta siempre por el agua y el verde de la orilla, hoy una serpiente de granito, en carne viva.
Cruza un zorro hasta el monte, las encinas de la linde mueren por la seca y el calor. Aguantan los melojos, y el quejigo verdea con fuerza. Me acerco hasta él. En una charca junto al Guadyerbas se refugia lo poco que queda de río. Allí descansan cigüeñas, garcetas, garzas reales y bajan a beber las torcaces. El granito muestra las marcas de la corriente, las líneas del agua. Caminar sobre el lecho del río es extraño, es profanar un territorio sagrado y vedado a los seres de la superficie. Camino despacio sobre el granito pulido. Me observan los galápagos leprosos, de todos los tamaños, arracimados en su charca. De repente todos se lanzan al agua. El aire es espeso, un olor mineral y profundo se extiende por la raya de los jarales de la Solana.

El Tiétar, esta tarde, es un espejo del vacío. No hay nada, sólo sombra. Muy tarde, sale la culebrera. Vuela hacia mis pasos y se queda clavada sobre el vacío del Tiétar. Ya no hay sol, ni luz, y los martinetes vuelan desde su sauce muerto. Cae la noche y no se escucha el rumor del Tiétar. El dragón descansa y su piel desnuda de granito brilla con la luna llena de agosto.

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