viernes, 6 de septiembre de 2013

Discurso y distancia

La Tribuna de Toledo, 6 septiembre 2013

No he escuchado completo el discurso de la presidenta en el debate del estado de eso que aún llaman Castilla-La Mancha. Sólo unos cuantos kilómetros, Talavera-Maqueda y Maqueda-Talavera. El tiempo ya definitivamente lo mido en espacio, en las millas de los forasteros de seis palmos de Lafuente Estefanía, o en las leguas de los caminos tan solitarios como ahora de la Castilla de los cronistas del XIV. El tiempo es sólo espacio. Nuestra presidenta ha leído bien el copia y pega de los consejeros. La de Agricultura la ha colado en primer lugar lo de la maravillosa legalización de los pozos –ilegales– del Guadiana alto, y eso ha descolocado un poco el asunto del agua y los ríos. Y luego, a la hora y media, el párrafo del logro histórico del paupérrimo caudal para el Tajo en Talavera, y las victorias pírricas en el Segura y en el Júcar. Total: los ríos de Castilla-La Mancha –de Castilla-La Mancha porque tienen la jodida mala suerte de nacer, crecer y ser saqueados aquí– continuarán una década más al menos siendo de Levante. Y punto. Se lo discuto a quien quiera y donde quiera.

Poco más. Castilla-la Mancha es como esos esqueletos apuntalados que se cuecen al sol de estío en esta España post reventón inmobiliario. No se nos cae aún la estructura, hay muchos intereses, que España es país de hechos consumados. ¿Pero qué hacemos con el invento, o sea, con Castilla-La Mancha? No sé si Cospedal está de paso y saltará a Madrid. No creo. Con el flojo y pusilánime Rajoy y la sibilina Soraya, Cospedal es la única que ha demostrado tenerlos bien puestos en el asunto Bárcenas. Y esto es España, país de mediocridades, y tiene su coste. Doy por hecho que Cospedal ganará las próximas elecciones en esto que aún se llamará Castilla-La Mancha, sin salir de Marbella, o Génova, si quiere. Pero sigo sin ver la visión de proyecto. Cospedal tiene un gobierno mediocre, demasiado mercenario. Y eso lastra. Y qué decir de los aplaudidores del discurso. Me ha recodado la escena de Evasión o Victoria, cuando el comentarista nazi, ante el silencio triste del público de las gradas, metía a todo volumen por megafonía los aplausos enlatados cada vez que la selección alemana le metía un gol a Sylvester Stallone.

Por la tarde, ustedes me disculparán, no era cuestión. Confío poco en el gobierno, pero menos en la oposición. Y para el tú más, ya se me ha pasado la edad, como para los capítulos de Bob Esponja y de Jake el perro y Finn el Humano. Me he quedado un rato con la Vuelta, y unas hojas amarillas donde queda todo el verano luminoso de la Marina de Gabriel Miró, ese paisaje de un siglo atrás atalayado sobre el Mediterráneo. Ya tan lejano como inalcanzable. A un millón de leguas o kilómetros. Imposible. Lástima.

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