viernes, 30 de mayo de 2014

Política suicida

La Tribuna de Toledo, 23 mayo 2014

La política que nos lleva, las maneras, modos, chulerías y distancias van marcando una forma de hacer las cosas que se traduce, más o menos, en una distancia infinita entre el interfecto votante y el que acaba ocupando por mor de los votos y el escalafón de partido, una silla, sillón o poltrona. La democracia de salón que de nuevo nos pilota temerariamente hasta los arrecifes recurrentes en la historia de España, pasa olímpicamente del ciudadano, que paga, aguanta y sufre desdenes y abandonos varios.

Lo ocurrido hace unos días en el salón de plenos del ayuntamiento de Toledo, escenifica a la perfección esa distancia, esa chulería y ese cinismo de la clase política. Ésta, en vez de mirar a los ojos al ciudadano, repito, ese gilipollas que paga, aguanta y –en teoría– decide, se mueve por intereses muy particulares, donde al adoración a la lideresa, como antes al líder, el seguir a pies juntillas los medios que acaban justificando un fin político muy personalista, se antepone siempre al interés real del ciudadano.

Si no te gusta lo que se dice, te aguantas. Que va en el sueldo o en el sillón, que no todo van a ser flores y desfiles. El político de esta democracia agonizante que nos va quedando, o se pone las pilas, o le queda muy poco recorrido. Ahí está sin ir más lejos el entusiasmo que levantan las elecciones europeas, y las avalanchas de votantes ilusionados y decididos que se prevén que acudan a los colegios electorales. Y veremos qué pasa en las locales y regionales.

Mientras, la política suicida que nos lleva se permite la chulería de dejar plantados a los padres de niños con cáncer, de cerrar plantas de hospitales… a la vez que si hay un caso urgente de un familiar de la casta gobernante, reservamos sin pudor una planta entera de un hospital público. Público. Pero, como aquí lo público, lo de todos, lo de los interfectos, imbéciles y gilipollas ciudadanos que pagamos, votamos y callamos, es la herramienta personal del poder, del gerifalte de turno, pues no pasa nada. Aquí es donde estamos, y lo que viene es muy preocupante. Porque el sistema ha dejado de representar al ciudadano, que ve cómo unos simples concejales se levantan, se sacuden las zapatillas y se van a mejores asuntos. Y de ahí para arriba, nada, no existimos. No importamos nada.  

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