viernes, 30 de mayo de 2014

Los patos de la calle Bruselas


La Tribuna de Toledo, 9 mayo 2014

Los vi hace tiempo. Era invierno. U otoño. Estos últimos meses he caminado mucho por la calle Bruselas, una de tantas del ensanche hacia el este de Talavera, que a mediados de la pasada década se comió sin piedad la mejor tierra de cultivo de la vega del Tajo. Ahora, más de media década después de que la crisis dejara novísimas, relucientes y sin utilidad decenas de calles, en esta primavera de mayo en los solares crecen álamos blancos, y tarays, y cardos inmensos como árboles prehistóricos en selvas impenetrables sobrevoladas por jilgueros.

En uno de estos solares, rodeado de un par de bloques pequeños de pisos, los muros de hormigón de los sótanos, impermeables han credo una pequeña laguna artificial, con islas de tablones, penínsulas de ferralla y despuntes de armaduras de los muros de contención. En otoño e invierno día a día veía fluctuar el nivel de este lago de ciudad, cuadrado, con algo más de medio metro de agua. En invierno, con las últimas lluvias, el nivel subió, y en las madrugadas, cuando pasaba contemplaba a una pareja de ánades reales que todas las noches bajaba a dormir, y se acurrucaba en una esquina, al noroeste, protegida del viento y el relente de la noche.

Con la primavera llegaron los mirlos de la madrugada, y los primeros aviones comunes que bajaban hasta la laguna a por agua con el que amasar el barro de sus nidos. Algunas mañanas la pareja de azulones allí estaba, navegando su mar privado, entre ovas nuevas que emergían entre corales de ladrillos de gafa y toda la basura de las obras abandonadas. Otros días no. Esperaba un rato, mientras las primeras amapolas despuntaban entre esas flores minúsculas, amarillas, que nunca recuerdo cómo se llaman. Aunque da lo mismo.

Hacía tiempo que no pasaba por el solar. Ayer me acerqué. El nivel del agua seguía alta. En algunos solares habían fumigado y el gris pardo de la muerte ocupaba el espacio en que en otros crecían sin mesura hierbas, flores y arbustos; y volaban buitrones y cogujadas y decenas de mariposas. Allí, en el agua, la hembra de ánade real subía a un tablón con siete pollos. Altos, volaban vencejos, como escuadrones de aviones de guerra; los aviones comunes seguían bajando hasta la superficie del agua, junto a alguna golondrina. Me quedé observando un rato la evolución de los pollos. Y pensé en el tiempo pasado, en estos meses, en lo sencillo que es el mundo, y que al final la vida necesita muy poco espacio.  

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