martes, 5 de octubre de 2010

- 40%

En España, de repente, sobra casi de todo. Sobra un 40% de la población joven, edad indefinida, en paro por lo siglos de los siglos. Sobran los que pasan de los 40, que ya no sirven para los contratos basura/becarios y son demasiado viejos para casi todo sin haber hecho casi de nada. Sobra formación, porque para qué años de estudios en las universidades embudo de los noventa, donde no había la flexibilidad y coleguismo posterior, si al final va quedando el sabor agrio de la realidad. Sobra desidia, desconocimiento. Sobra el tiempo, los años que faltan para salir del agujero, o de acabar de comprender que lo que hay es lo que habrá, que lo de antes fue el espejismo de una década labrada en el aire, un tiempo que tampoco fue la orgía que se dice entre los excesos distorsionados de hoy, cuando la distancia comienza a permitir contemplar las arrugas del paisaje. Faltan las fuerzas porque todo es lento y las estaciones van llevando a una parálisis aún mayor. Un país al que le sobra casi todo, y le falta confianza y hasta ganas, que anda paralizado en mitad de la nada en este otoño que empieza, pero que lo mismo puede terminar, porque poco importa.

Un tiempo paralizado, sin saber a dónde o para qué, en un mundo donde sobra gente, porque ya somos sólo la utilidad, y las utilidades hace tiempo que se vienen definitivamente acabando. Sobrar, no estar, hablar, no ser escuchado; el silencio como reflejo del miedo de una sociedad anestesiada en su acabamiento, sin resortes para salir, mirar, comenzar de nuevo. Tiempo donde todo va siendo mentira, que se presiente en el ir y venir de los pájaros, las golondrinas nórdicas que hoy pasan rápidas hacia el sur y quedan extrañadas de este lugar donde el sol brilla, los árboles son más verdes y las distancias aún son limpias y profundas. En España el PIB ha bajado un 40%, la moral un 50% y el paro ha subido al 25%. Los números nunca tienen razón, las matemáticas no son capaces de acertar en su torpedad, pero los números arrastran su rotundidad. Habrá quien piense que todo son ciclos, toboganes de subir y bajar el yingyang económico, social, y esas tonterías. Y quizá sea verdad, porque no se trata de buscar razones, sino de entender, de hacer como que se sabe, dejar pasar, asentir, no ver. La microeconomía es el arte de hacer pajaritas con las letras mayúsculas de los números, bajar a la calle y observar. Cuando sobra todo, va quedando un vacío limpio y encendido, como el de las tardes de este octubre cuando el sol se pone detrás de la atalaya. Un cielo limpio, jaspeado por alguna nube escapada del Atlántico azul, frío, lejano.

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