viernes, 8 de julio de 2011

La ciudad de las distancias azules

La Tribuna de Talavera, 1 julio 2011

En el cielo de la autovía vuelan buitres negros y aguiluchos cenizos. Más allá, en Santa Olalla, el águila calzada, fase clara. Veo cielos de milanos que no dudan en lanzarse a por la carroña de los lebratos aplastados en el asfalto, manchas pardas que una vez, fugaz, fueron vida. Las cogujadas ven pasar la vida a la sombra de las señales de tráfico. Los operarios van y vienen, no saben si poner el 120, dejarlo en blanco, esperar unos días más con el 110. Qué más da. La Sierra de San Vicente arde de nuevo, el valle del Guadmora, el humo trepando hacia el cerro de San Vicente, cielo gris que debe oler a lumbre de enebro e impotencia. Otra vez, no será la última. Qué más da. Luego, de madrugada, los rescoldos del Monte de Venus me recordarán a imposibles castros vettones relampagueando en la memoria. Será más tarde, de noche bien entrada, con las sirenas recorriendo la ciudad y las estrellas tristes entre la bruma de la madrugada de junio.

Sobre el basurero vuelan las cigüeñas, a lo suyo, que no entienden de sentencias. Al fondo el puente erecto, roto de tanto mirarlo, como metáfora de ciudad a la que nada le sale bien, donde las cosas no llegan, se pierden, se quedan para otro momento, para otro lugar. No son. Canciones tristes en la radio, no parece verano. El puente del Alberche, puente ya sin río, lecho lunar de peces transparentes, azules de cielo reflejados, ovas que no son, sólo en la mirada fugaz. Un anciano en bicicleta intenta cruzarlo. Nadie se lo permite. Ni los coches, ni las señales. Puede que no lo consiga. La vida no deja a los débiles..

Sobre la ciudad vuelan los vencejos, el pájaro más elegante y verdadero. Bailan y bailan, dan relieve al cielo, pasan sobre la ciudad como ramas de álamo en la tormenta. Sobre el Tajo pescan los martinetes, y la garza imperial. El avetorillo observa entre la espadaña. Y el día, uno más pasa sobre la ciudad de las distancias azules, sobre las carreteras que van y a veces ya no vuelven. Pasan los días sobre el tiempo detenido, sobre el cielo que nunca se mueve, sobre la ciudad varada en su río sin agua, en su tiempo sin hoy, donde los puentes que unen se rompen y no dejan ir/venir. Y los días se van, con el cielo sólo para los vencejos, en esta ciudad, en esta tierra cada día más al oeste, más esquinada, definitivamente ensimismada en su tiempo y su destino.

No hay comentarios: