viernes, 3 de mayo de 2013

Tarde de Abril

La Tribuna de Talavera, 3 mayo 2013

Por la tarde. Un martes de abril. En la televisión juegan al fútbol, Real Madrid contra algún equipo alemán. Por la calle no camina nadie. Los coches se han ido, se han parado, fútbol, mañana fiesta, puente, hay que salir de la ciudad. Arriba pasan los vencejos y en lo alto de los plátanos atalayan los verdecillos, marcan su territorio de alturas. Nadie los mira, nadie los siente, sólo los pinzones de al otro lado del parque. Abajo dos hombres levantan la cabeza y miran dentro del bar, más allá de los cristales/vidrios amarillentos. Bar de barrio, barato, sonido de tragaperras, cartel de Mahou y menú de 7 euros. La televisión alta, muy alta. Hace frío y la puerta está cerrada. No parece primavera, es invierno más allá del calendario y la propaganda de las chicas sonrientes y escuálidas en las marquesinas. Los hombres intentan seguir el partido de fútbol, la pantalla tiene que estar al fondo, grande, el partido es en la televisión pública, hay ambiente en el bar. Los hombres miran, levantan la cabeza, regatean otras cabezas que se interponen entre la mirada y la pantalla. Abrigos gastados, uno incluso con bufanda y con un carro donde se concentra todo lo salvado del naufragio, como esas películas de robinsones donde todo lo que queda es lo que el mar va echando a la orilla después de la tormenta en mar abierto.

Hay quien naufraga en la luz de una tarde de abril. Abril es un mes canalla. Ya termina. No hay goles, la calle es silencio, pasan una y otra vez los vencejos en sus elipses dibujando un espacio de colores que se entrecruzan mientras dejan su estela entre el viento frío, el mapa de una ciudad aérea, la única dimensión real y habitable. Los hombres siguen mirando el fútbol desde la calle. Se abre la puerta del bar y alguien comienza a hablar con ellos. Lleva mandil, será el dueño, los negocios no dan para más en estos tiempos. Les dice que entren, que se tomen una cerveza, un bocadillo y vean tranquilos el fútbol, que él invita. Los hombres se resisten. Ahí están bien dicen, no quieren molestar, que su aspecto no es el mejor… El del bar insiste. Que sí. Y al final los dos hombres entran, aparcan el carro con los trastos en la puerta, junto a los barriles, y entran con todo el respeto y la prudencia, como si ese gesto, que habrán realizado miles de veces, ya correspondiera a gentes de un nivel superior a ellos, reservado a esa sociedad superviviente que va dejando a chorros cadáveres en las esquinas.

El Madrid ha tenido que meter un gol. Retumban las calles y por un segundo el grito acalla al viento que arrastra papeles y basuras de un día muy largo, y las va subiendo hasta un cielo cruzado por nubes lentas, icebergs de hielo negro sobre las que ya dormirán los vencejos.  

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