viernes, 21 de octubre de 2016

Espumas como gritos

La Tribuna de Toledo, 21 octubre 2016



Escribió en los tiempos antiguos Joaquín Benito de Lucas aquella maravilla de “El Tajo es una sala de conciertos de agua con plateas de juncos, puentes de anfiteatros”... etcétera. Ahora el Tajo, con eso del progreso, de las leyes hechas para proteger a los de siempre, es un inmenso vertedero, un cóctel de mierda, ansiolíticos, cocaína y detergentes. El Tajo huele a suavizante de lavadora cuando se arrastra, en los anocheceres, anémico y navajeado, por las profundidades de Toledo; y al sol de los mediodías le pasan bajo la puente de Alcántara nebulosas marrones como remolinos densos y espesos, bocanadas de sangre de un Tajo que fue, que ya no es.

Lo que pasa por Toledo dejó hace tiempo de ser Tajo. Algunas de las fotos que atesora y nos muestra Eduardo Sánchez Butragueño, aciertan a traer ese color verde profundo esmeralda untoso de ovas y vida, de historia y cuchillada de la España antigua. El Technicolor de Stanley Kramer en Orgullo y Pasión dejó a Cary Grant cruzando el Tajo en la noche americana por Estiviel. Y, sobre todo, el color y el latido del Tajo en los ojos de Sofía Loren. Ya nada queda de aquello, sólo el nombre, Tajo, como marca de algo que ya no es, transmutado en mero albañal de un Jarama que ya tampoco es y será jamás el de Ferlosio. Quizá es que ya nada será como fue, o nada será como debió ser, y el Tajo, ese implacable cadáver hidroilógico-político, está ahí para marcarnos un tiempo, una derrota, un destino, una urgencia. Un compromiso irrenunciable.

El Tajo en Toledo es veneno en vena de cauce definitivmente sin chopos ni olmedas, que se nos han muerto ya de pena y tanto desprecio. La vida al Tajo se le va por el Tajo-Segura, negar eso a estas alturas es de indocumentados y mamporreros de partido. El Tajo llega a Toledo con tres heridas: la del trasvase, la del Jarama, y la del desprecio de todos. Y el Tajo, puesto ya en agonía, explota en espumas, blancas y perfectas, icebergs a la deriva en un tiempo que traiciona lo más sagrado: la vida, la libertad, la luz, la belleza, las alamedas de oropéndolas, las espesuras de sauces y la cristalina corriente de los tiempos salvajes de Garcilaso. Porque para el Tajo, como para el poeta, cualquier tiempo pasado fue y será mejor.

El Tajo lanza su canto del cisne orlado de espumas, fiesta mayor del desprecio y la rotunda negación de lo racional. El Tajo ya no late, es un albañal por el que fluye algo viscoso, gris, maloliente como excusa de político gestor de los intereses de quienes amparan, permiten y hacen leyes que visten de legalidad el expolio y el asesinato. El noTajo en Toledo viste de espumas su impotencia para reclamar justicia a las Cortes de una Castilla desangrada y vacía, que hizo y hace España con su eco de silencios y expolio. El Tajo grita bajo los puentes. Algunas tardes me paro sobre el de San Martín y escucho ese lamento tan profundo como desesperado. El Tajo navega su olvido, su destierro como espumas de un tiempo que definitivamente no es el que debió ser.

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