La Tribuna de Talavera 13 febrero 2009
Esta tarde, según venía de los secarrales de adosados y vacíos de la Sagra, iba dando vueltas a qué escribir hoy. Que si de la opereta del Estatuto y de la vergüenza que da leerte el acta de las Cortes del pasado 2 de febrero, y la curiosa interpretación que de él se hace por –casi-, toda la Prensa. Que si del pozo en que está cayendo la ciudad sin que sus dirigentes hagan una miaja de esfuerzo o que se salgan del discurso sobado y amanerado del partido. Que si de la tragicomedia del Estado pasado por el lodazal de contubernios y cacerías. Que si del desapego de la ciudad a la ciudad. Cosas de esas que aburren ya por manidas.
Pero venía contemplando la nevada de Gredos, la línea blanca rota por las encinas del Berrocal, el relieve perfecto y aterciopelado de las cumbres y faldas de la sierra de San Vicente. Y he empezado a ver las vacas avileñas pastando en las dehesas, y las borras trepando por Valdelacruz, asolanadas junto a los careas. Y he seguido por la Autovía y me he ido a las dehesas de Calera, a ver el elanio azul sesteando sobre los cables junto a la entrada de la finca de Silos, la luz de la tarde de febrero rozando la arena de las barrancas, los cormoranes posados sobre el Tajo junto a las garzas grises, los machos perdices alzados en los poyetes de los alcores, los almendros en flor, y los zorzales supervivientes buscando ya el refugio para la helada; y las torcaces ausentes. Y esas cosas. Y, parado junto a la cuneta, al norte Gredos ya velado de tan blanco, y al sur la Jara, he pensado que con la tierra que tenemos que seamos tan ignorantes de no saberla ver ni apreciar; que dejemos año tras año que nuestros pueblos se mueran, que lo llenen todo de tendidos eléctricos y campos de inmensos paneles de vitrocerámica; y que, en el fondo, allí, con las primeras luces encendidas ya, con el Tajo pasando marrón y ligero, Talavera siga a lo suyo, que qué diablos será. Y que dejemos que nos sigan gobernando como a borregos; y sigamos adocenados, sin exigir lo nuestro a quien le corresponde, que ya va siendo hora.
Un pueblo que pierde su identidad es un pueblo perdido. Me quedo con las 214 cabezas de ganado que entraron el miércoles en el Mercado poco a poco resucitado. Y con el carnero adalid superviviente en las lomas de El Casar. Identidad, a duras penas. Pero identidad.
domingo, 22 de febrero de 2009
IDENTIDAD
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