sábado, 10 de julio de 2010

El Mundial de España

La Tribuna de Talavera, 9 julio 2010

El de 2010 siempre será el verano del Mundial. El año que, otra vez, nos quitamos de en medio a Alemania, la misma que nos ponía en cuarentena mes y medio atrás, y sus bancos se dedicaban a dejarnos por el suelo. El fútbol es mejor, de verdad, si se va de frente y de cara, como la vida. Luego te la pueden partir, la cara o la pierna, pero eso va siendo lo de menos. Los principios, el centro del campo, siempre por bandera. El estilo, la elegancia, consustancial; porque sin ellos no hay nada que hacer, como en la vida. El pelotazo, el contraataque, el juego a la italiana, quedan definitivamente para los mediocres y los cobardes.

Recuerdo el primer partido que vi en un Mundial, o al menos soy consciente de ello. Fue el empate contra Brasil en Argentina 78. Antes, en blanco y negro, el gol de Rubén Cano a Yugoslavia, en una tarde de invierno del 77, en un partido de fútbol de los de verdad, de los de antes, de los extinguidos ya. En Argentina 78, bajo las banderas azules y blancas también se notaba el frío inmenso de la dictadura, una tristeza glaciar reflejada en las gafas negras de los gerifaltes de la dictadura abrigados en los palcos. Del no gol de Cardeñosa emergió la impronta de un equipo/país perdedor, y que sobrevoló impune tres décadas de naranjitos, codazos, penaltis fallados y mala suerte. En aquella madrugada de 1986, la noche de Dinamarca y Butragueño en Méjico 86, saltó un resplandor, un fulgor pasajero y rotundo. Aquella madrugada nadie gritaba los goles de España, no había banderas en los balcones, que aquello todavía era de fachas. Fue un relámpago en una noche muy larga que ha durado hasta el 2008, más que los veinte años del tango.

El de 2010 siempre será el verano del Mundial. De las banderas de España vendidas a miles por chinos, de una selección española comandada por catalanes, castellanos y guipuzcoanos, como la España de siempre. Fútbol como metáfora de una España firme y real, antítesis de la oficial. España de calle, lúcida, frente a la España política, de mentira, grosera, mediocre, oportunista e hipócrita, deslavazada en su lucha contra sí misma. España de verdad, cuajada, nunca a medio hacer, real y tangible como el calor insoportable de este julio. España de reír, de llorar, de sufrir, de esperar y de creer. España de la elegancia, de la personalidad, del soñar: la España de la certeza. Julio de 2010, para siempre el verano del Mundial de España.

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