viernes, 31 de octubre de 2014

El Báltico de Lisboa

La Tribuna de Toledo, 31 octubre 2014



Al fondo la línea borrada de la costa. Mar de acero, espeso. Nubes de plomo y cobre en la tarde lenta de octubre. Sol velado, cayendo hacia el océano. Navega un pequeño velero, diminuto frente al cielo. Más lejos fondea un viejo carguero oxidado con mucha mar y puertos, cansado y renqueante como el Tramp Steamer de Mutis cruzando el Báltico desde Helsinki, en el paisaje gélido y transparente del frío del norte. Entonces pienso que allí enfrente va a aparecer Petersburgo, las cúpulas, los palacios, los canales y los puentes, todos leídos y levantados en tantas novelas. Y allí emerge la ciudad, porque la libertad es crear y dibujar un tiempo y un estado, más allá de los vientos y las emboscadas de la vida. Todo se funde mientras un barco de guerra cruza y enfila, con su estela de humo cansado y lento, hacia el emboque donde el Tajo cae definitivamente en el Atlántico. La luz es de la amanecida de Visconti en Muerte en Venecia, pero no suena Mahler de fondo, sino una chica que llora junto a su novio –o lo que sea– indolente. «Bonito “sfumato”», me dice Ángel. Él sabe. Arriba, desde el Barrio Alto y el Chiado, la ciudad se desploma hacia la línea del Tajo. Hoy no hay relieve. Está todo por inventar. El amarillo y el rojo de los tranvías es menos fuerte, todo está lavado y suavizado por la luz, la distancia que arrastra el Atlántico, y la ciudad agarra y se la queda como suya.

Echo de comer a los gorriones. Se está bien en el exilio del Báltico de Lisboa, tumbado junto a las olas que rompen, inventado una distancia, un tiempo, un mañana. Un lugar propio y nuevo. En Cais do Sodré una mujer habla por teléfono desde una terraza minúscula sobre los cafés que dan al puerto. Sólo los gestos, la intensidad, la distancia a donde la transporta la conversación. Los plátanos barruntan el otoño, pero aún sostienen un verde ajado que se resiste a dejar de ser. La tarde se aborrasca y caen cuatro gotas que no dan para disolver la luz y el momento.

Exilio en el Báltico de Lisboa bajo la luz y el latido del mar de acero, espeso y transparente. Lienzo libre para crear y ser, lejos del ruido y las telarañas. Y esperar, y leer. Y, de vez en cuando, al levantar la vista, contemplar cómo regresa y remonta de nuevo el río el Tramp Steamer, o quizá algún galeón del XVI. O surja de nuevo el espejismo de Petersburgo al otro lado del estuario. Quién sabe. La vida es creer y crear.

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