domingo, 17 de enero de 2010

GUADALUPE

No me extraña lo más mínimo la intención de un grupo de ciudadanos extremeños de «recuperar» Guadalupe, según leo hoy en La Tribuna. «Es inconcebible que nuestra Patrona no esté bajo la legislación de su diócesis», sostiene en La Tribuna el portavoz de la asociación que promueve el asunto. No me extraña lo más mínimo en este país de luces cortas y miras más bajas aún que nos hemos inventado de un cuarto de siglo para acá, que es el que conozco y he vivido, ejemplo y seña de identidad de una España cortijera y simple que se repite siglo tras siglo, que se olvida de lo que es y ha sido; o que simplemente no tiene ni puñetera idea. Y ni falta que hace.

No entro en la dependencia histórica de Guadalupe de Talavera de la Reina. Ahora no es el momento, aunque lo podría ser. Tampoco entro en el peso específico de Guadalupe en eso que se viene a denominar Hispanidad, incluso en la propia conciencia de lo hispano, y de la Historia de España. Ya sé que hablar de estas cosas no está de moda, y que vivimos en una España tan ignorante como irresponsable con su pasado, que nos hemos ido convirtiendo en país de complejos y desmemorias; y así nos va.

Vamos a la cultura del cortijo, de esta es mi raya y esto es mío. Claro, menos el Tajo, que es de todos, y que incluso el propio presidente de Extremadura se permite vender. Pero sorprende y asusta que no se quiera saber el por qué de las cosas, de dónde venimos, por qué somos. Y que eso no se respete, se ponga en valor, y sea símbolo de admiración y profundidad cultural. Guadalupe está hoy en Extremadura, está en los mapas, nada que objetar, aunque las Villuercas y los Ibores queden en esa esquina incierta, tierra de nadie, y la Junta de Extremadura no haya pensado en ellas durante cuarto de siglo nada más que para ahora, que se ha acabado el chollo del dinero de Europa, poner aerogeneradores –que dan mucha tela, a unos pocos eso sí; y algo cae si se adjudica a los amigos adecuados.

Quizá todo esto sea por la
pasta, que se diga y punto. Pero las lecturas simples no sirven. Al menos a mí no me valen. La Historia en este país hace tiempo que es un estorbo, y que nos da vergüenza. Somos como somos. Pero lo que más insulta es la falta de perspectiva. Quizá sea la dispersión de ser ciudadano de Talavera de la Reina y su tierra, hecho a estar hoy en lo que administrativamente es Toledo, mañana en lo que administrativamente es Badajoz, por la tarde en lo que administrativamente es Ávila, por la noche en lo que administrativamente es Cáceres y pasado mañana en lo que administrativamente es Madrid. Que las fronteras son lo de menos porque lo que importan son las personas.

Tenemos lo que nos merecemos en este país de paletos que somos, donde la involución es absoluta y cada quisqui se monta su república independiente, pone en su Estatuto que suyos son sus ríos y los de sus vecinos, impone una Educación a la medida donde lo que queda más allá de la frontera es terra ignota; y, donde al final, no tenemos ni puta idea de quiénes somos, porque nos han hecho carne de cercanías, vamos, ciudadanos –es un decir–, que no aciertan a mirar más allá de donde terminan sus narices. Y a los de más allá que los den.


Allá cada uno cómo pierde el tiempo. Con la que está cayendo en este país –y en Extremadura/Lusitania/Vettonia–, estamos para eso. Pero, faltaría más: cada uno perdemos el tiempo con nuestra muy respetable gilipollez.

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