lunes, 11 de abril de 2011

En los tiempos sublimes

La Tribuna de Talavera, 8 abril 2011

Hay quien opina que en los tiempos sublimes como los que atravesamos, las cosas cambian, se produce una catarsis, y arrancan eras nuevas. Hay quien piensa que es el tiempo de sentarse con un gintónic en la terraza de la canícula de abril, y esperar que todo pase, que la vida es una sucesión de toboganes donde los incautos creen que después de cada subida el paisaje será distinto; pero no, que al final todo sigue igual, en un circuito infinito donde el de arriba mea al de abajo, donde el de abajo llora su impotencia, y donde los presidentes autonómicos casan por los siglos de los siglos a sus hijos en los palacios varados en las murallas de Toledo, o los colocan de comisionistas en la llana Andalucía, que el caso es hacer carrera, sea el régimen que sea. El sábado subí con un amigo de los de verdad a encontrar el águila de las barrancas; y allí estaba, como un espejismo, 25 años después; ayer pasé algunas de las mejores horas de los últimos tiempos en los santos desiertos de la raña de Villarejo de Montalbán, contemplando el volar de las águilas sobre las nieblas saharianas que cubrían como un velo los ladrillos y sillares del castillo atalayado sobre el Torcón. Como cuarto de siglo atrás.


Sí existen atajos en el tiempo, artilugios que te llevan al tiempo que fue, y quizá te enseñan el que puede ser. Hay quien opina que las cosas pueden avanzar, que es posible cambiar la realidad, y que las cosas merecen la pena, porque la luz nunca es la misma, el paisaje nunca es el mismo, la mirada siempre es distinta. Son los que valen. Hoy me decía otro amigo que Talavera está triste. No sé si tristeza, resignación, pasotismo o melancolía. Talavera es una casa de putas, destartalada, en una carretera secundaria arrinconada por una nueva y reluciente autovía, con los neones de colores fundidos y cagados por los tordos, en la que nadie para ya. Así la han dejado los que han venido a sacar, se han llevado, y de ti no me acuerdo, lo sa jodío, que lo que se da no se quita. Malos tiempos para la libertad, Dylan carta a la carta en China, la izquierda agoniza en el rubalcabismo sin acertar a reinventarse, y la derecha hace caja en el rajoysmo pusilánime y sin sangre. Malos tiempos para la luz cuando el viento y la muerte vienen de África, los eurodiputados -¿qué cojones hace esa gente en Bruselas?– no quieren viajar en turista, y un ministro encantado con su flequillo dice que nos jodamos lustros con sueldos de mierda, mientras sube la luz, el gas, el euríbor, el gasoil, los garbanzos, y todo lo que pueda subir. Votáis, pagáis; tenéis TDT, ¿qué más queréis?, «gente». Votad, votad, benditos inocentes, que nosotros ya nos apañamos después. Es lo que os queda, porque, entended de una vez: esto es España, ¿no os habéis enterado todavía?


Hay quien opina que en los tiempos sublimes como el que atravesamos, las cosas cambian, se produce una catarsis, y arrancan eras nuevas. Yo también.

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