lunes, 25 de abril de 2011

El mitin

La Tribuna de Talavera, 15 abril 2011

Lo confieso: una vez fui a un mitin, sí a esa cosa de campaña electoral donde el ídolo/líder da lo mejor de sí mismo, con la cohorte de palmeros/candidatos de inferior pelaje teloneando la espera. Ahora que el tiempo ha pasado puedo confesarlo. No fue un mitin cualquiera. Fue cuando maduraba la década de los ochenta del siglo pasado, y uno era joven y un poco más inocente que ahora. En Sevilla, en un polideportivo grande y lejano, de noche. Fuimos A. -disculpa A., uno no pone en evidencia a los amigos- y un servidor, una noche de otoño. A la vuelta, con la marabunta, no había autobuses, y fueron unos cuantos kilómetros a pie. Pero no importaba.

En aquel mitin el starring era el Felipe González de los ochenta, aún sin patillas grises, aunque ya tralleado por el «OTAN de entrada no», y esas cosas que se iba dejando el primer socialismo, el utópico ochentero, en la gatera; y con Alfonso Guerra de telonero mayor calentando al personal con esa gracia que tenía, antes de la época del hermanísimo, dando con fuerza a la deressha de entonces -¡¡que viene la deressha!! una y otra vez-, deressha que es la misma de ahora, pero que aún no había aprendido que sólo podría ganar cuando perdiera el PSOE. Alegría, alegría, que toreamos en casa. Recuerdo el paroxismo absoluto de la afición con Felipe González, cierre de campaña y tal.


Qué tiempos aquellos, recordándolo se me eriza la piel, como el asfalto de la general en el puente del Alberche. Nada de mitin de pueblo, con cinco autobuses del Imserso, abducidos a punta de bocadillo y banderita en cualquier pueblo de la raya manchega, para un mitin en plaza de tercera donde las orejas son gratis, con el mismo público de esos programas que dicen echan de noche en la tele de Candau. Aquello sí que era un mitin de verdad, con la gente pegándose por las banderas y las gorras, por las chapas y todo lo que daban, con las gitanas vendiendo romero en la puerta, pancartas, banderas, niños llorando, avalanchas, empujones... Oír al líder, como en esos mítines bolcheviques que los clásicos describen en las novelas rusas, tenía algo de místico. Ya no hay mítines como aquellos, ahora los líderes se abrazan como con asco o repulsión, como si se dieran puñaladas en la espalda, con la plebe abajo, a los que hay que aguantar, oler y saludar enseñando dientes. Sacrificio por otros cuatro años. Luego hay que subir el tono cuando conectan las teles. No, no es lo mismo. Aquella noche reveladora del mitin de Sevilla, consumiéndose los ochenta, fue la última. Qué tiempos.


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